27.2.11

Inocencia perdida

Fragmento de ¿Esfuerzo? ¡Sí, esfuerzo!.
Por Wolfgang Giegerich, 1988.



"No podemos trasplantar a nuestra era inocentemente y sin más, como si nada hubiese cambiado, ideas que tuvieron su lugar legítimo en una era anterior."

[...]

"Nuestra sensación ya no es tan inocente. Ha sido afectada por y ha pasado a través de numerosos estadios de mediaciones y retiene dentro de sí, en tanto que aufgehoben (sublada), una larga historia de imaginación, iluminismo, re-imaginación, nuevo iluminismo y todos los desgarrones y cicatrices que van con ello, aun cuando todo esto yace enteramente por debajo de la superficie. El viento gélido también está enmendado, cuando no desgarrado... No podemos sentir el viento como lo hacían los griegos pre-homéricos. No podemos deshacer el hecho de que nuestros ojos han mirado por telescopios y microscopios y aparatos de televisión y han estado en museos, y han visto millares de carteles, reproducciones artísticas, mapas estadísticos y diagramas científicos; y nuestros oídos han escuchado motores, el rugido de los cañones, cuartetos de cuerdas y rock, música digitalizada. No podemos deshacer el hecho de que sabemos acerca de ondas sonoras y luminosas. Mantengo que bajo estas condiciones la idea del viento gélido directamente sensible así como así, sin mayor complejidad, es una idea confortable que pasa de largo ante lo que hoy hay para ver y sentir, no advierte el autodespliegue y la poesía de hoy en las cosas de la naturaleza; el viento, el árbol, el arbusto, el ciervo están rotos, heridos, incluso muertos; son los fantasmas de lo que una vez fueron. ... una aisthesis plena es siempre la percepción de la imagen interior en el fenómeno, es decir, de la cosa con su aura, con todo el “mundo” (la esfera lógica) que representa, y no sólo de su forma positivo-fáctica.

Necesitamos la lógica (en el sentido de Hegel), no para complacernos en deseos académicos de una teoría del conocimiento o para averiguar si una idea tal como la de anima mundi es “lógicamente válida”. Necesitamos la lógica por el bien de una verdadera respuesta estética a nuestro mundo, por el bien de las cosas en el mundo tal como es hoy, a fin de que puedan ser vistas con alma. Necesitamos la lógica para educar y diferenciar nuestros sentidos hasta alcanzar el grado de sofisticación que iguale el estadio de sofisticación lógica ya real en las cosas de nuestro mundo ahí fuera, que es un mundo de arquitectura de acero y de cristal, de calles de asfalto, de aeroplanos y naves espaciales, de electrónica, de tomografía computerizada, de centros comerciales, etc. Han ocurrido enormes cambios desde los días del hombre mitológico: ellos son la tarea, tenemos que hacer nuestros deberes. Así como no bastaría hoy escribir poemas como Goethe o componer música como Palestrina o Bach, o pintar como Leonardo o Monet, tampoco bastará con que la gente “compre” (acepte) la visión del anima mundi así como así, por muy confortables que se encuentren en ella. Yo me siento muy confortable con Goethe o Bach, más que, por ejemplo, con composiciones muy modernas. Pero sé que no me conectan con nuestro mundo de hoy. Me mantienen en el mundo de los buenos días de antaño y a mi consciencia en el estatus lógico que había sido alcanzado entonces.

Sin elevar a la conciencia la lógica subliminal inherente en nuestra percepción de hoy, sin el doloroso esfuerzo por reconstruir paso a paso en nuestra estructura mental la historia de las transmutaciones lógicas que está condensada y colapsada en las cosas de nuestro mundo moderno y preservada en ellos, somos más o menos como los seguidores del culto de cargamento melanesio. No veían aquello sobre lo cual versaba su culto: aeroplanos, relojes, radios, etc. Lo que veían eran objetos concebidos dentro de una consciencia “animista” o “mitológica”, objetos sustituidos por los productos traídos a su mundo desde fuera. Su percepción no tenía los medios lógicos para ver algo tan sofisticado como una copa de plástico ni todos los demás productos de nuestra sociedad industrial y altamente tecnológica.

¡Pero tampoco los tiene nuestra percepción! Somos ciegos a los autobuses y las colillas en el cenicero, ciegos al alma en todas las cosas que salen de la línea de ensamblado, y doblemente ciegos si además creemos que las vemos. Podemos entender cómo conducir un autobús, entender la mecánica de su motor y acaso incluso la física que le subyace. Pero carecemos del poder lógico de verlo fisionómicamente por lo que es, es decir, de un modo equivalente a cómo los griegos antiguos podían ver su mundo tal como era. Cuando tratamos de ver un autobús o un aeroplano fisionómicamente, nos limitamos a aquella parte pequeña y relativamente poco importante de su realidad, es decir a ese estatus lógico inofensivo que tienen en común con las cosas naturales (su forma corpórea y su rostro), como si un avión fuese acaso un tipo de pájaro, y el autobús aparcado al sol algo así como un enorme peñón soleado, o algo por el estilo. No lo vemos junto con su esfera (toda la civilización tecnológica con sus abstracciones, producción masiva, transporte en masa, tensión...). Una percepción fisionómica reductiva. Y una especie de “monoteísmo” lógico: un único plano lógico o estadio para todo."