26.9.23

Prólogo de "Alma e historia"


Por Josep Vila Masellach
Barcelona, 2023 



Jamás hombre alguno encontrará por vía histórica lo que es la Historia (...)
[esto es] asunto del pensar (1).
—M. Heidegger

“Antes todo el mundo estaba loco” —dicen los más sutiles, parpadeando. Son gente lista que está al tanto de todo lo pasado y no se cansa de ironizar (2).
—F. Nietzsche


Quizás los textos comprendidos en este volumen puedan ayudar a entender mejor lo que Nietzsche y Heidegger quieren decir en sus sentencias. Este no es en absoluto el objetivo de estos textos, pero los mismos no surgen de la nada como si estuvieran fuera del tiempo y de la historia. Es al leerlos que vienen a la mente las frases de los citados pensadores como si en el discurrir psicológico de Giegerich (una psicología con alma) se hicieran más visibles, más entendibles, más explícitos, como si en ese despliegue se mostrara con fuerza y claridad aquello que quería pensarse y decirse en esos pensadores y que en estos textos encuentra el camino de regreso a casa.

Nietzsche, en su Zaratustra, piensa de forma clara lo que le ocurre y no puede dejar de ocurrirle al “último de los hombres”. Esa pobreza que Zaratustra pregona es a su vez la propia torsión que la metafísica vive y que estructura la lógica desde la que vivimos en este tiempo histórico. Podríamos entender por metafísica aquello que quiere llegar, por sí mismo, a pensarse, lo que posibilita todo pensar, porque esencialmente es esa posibilidad de pensar misma. No hay un pensar que se ocupe de la metafísica, porque no hay pensar fuera de la metafísica. También es el nombre que ponemos a aquello donde todo pensar esencia y que aspira a pensarse a sí mismo en el pensamiento.

A su vez, es el nombre que señala un proceso. Un proceso histórico que sin la propia idea de Historia que el propio proceso se procura no podría pensarse. Ese mismo proceso necesita el concepto de Historia en el sentido de historiografía, como si esta fuera una verdad metafísica, con el correspondiente olvido de la necesidad de una idea de Historia que pueda hacer posible pensar el propio proceso. Pero eso que se olvida es lo que quiere llegar a ser pensado.

La metafísica que situamos aconteciendo en la Grecia Antigua estructura también lo que llamamos modernidad en su énfasis en la “presencia”.

La modernidad se caracteriza por la externalización, por la materialización de la paulatina desdivinización de la naturaleza, de las cosas, que implica que las mismas ya no surgen “desde”, ni son portadoras de misterio que abre mundo, ni son más un fenómeno que se presenta por sí mismo, sino que desde la emergencia del sujeto identificado con el hombre, aparecen ahora representadas objetivamente desde un fundamento que el sujeto mismo se procura. Aparecen representadas “ahí delante”: esta cuestión es la que hace primeramente sujeto al sujeto, pues, justamente porque hay representación, aparece el sujeto como aquel que mira.

Decía M. Heidegger al respecto: “...cuando la Mirada ilumina lo Gestell desocultándolo como el peligro (Gefahr). Entonces son los hombres los vistos por la Mirada y a-propiados en lo Ereignis” (3).

Ser libre de toda mirada, pues es el sujeto el que ahora mira, posibilita el dominio sobre la naturaleza como lo mirado y la estructuración y organización del mundo desde la lógica del pensamiento técnico calculador que es, a su vez, la expresión de la libertad del hombre sobre cualquier mirada. La ciencia es deudora de la aparición de la lógica sujeto-objeto y de esta posibilidad surge la Historia como ciencia natural.

Por lo tanto, implica a un sujeto que mira el acontecer histórico como un objeto al que estudia y conoce, desde la lógica de su hacer científico. “Ahora el hombre es el que mira”, no el que es aprehendido por la mirada. Es el que, como aquel que mira, “hace que las cosas [...] se solidifiquen en un Pasado sin vida” (4). Pero ya nos advierte M. Heidegger, que si bien esto no puede ser de otra manera, a su vez la cuestión encierra un peligro. Desvelar este peligro, reconocerlo como peligro, es la única posibilidad del hombre de ser de nuevo mirado en una transformación de la lógica de su ser-en-el-mundo. Pero esta no es sino una cuestión del Pensar y de que aquello que merece ser pensado pueda finalmente llegar a pensarse (el peligro). No es por tanto una tarea para que el hombre la pueda representar “ahí delante” y dirigirse hacia ella, sino más bien una cuestión que afecta la lógica de la consciencia desde la que este hombre es y las transformaciones y adaptaciones de la misma que estructuran la sintaxis lógica desde la que este hombre vive.

El pensamiento de Giegerich es sin duda un pensamiento que advierte el peligro, que parte del peligro, que colabora con el peligro en el sentido en que el poeta Hölderlin lo piensa (5). Ese es su compromiso, no hay lugar para otra cosa.

Podríamos entenderlo como un documento de la superación de la metafísica. La superación de la metafísica no es empresa que pueda caer en las manos, ni en la voluntad de nadie sino que supone un devenir, un acontecer; una “torsión sobre sí”, que abre nuevas posibilidades y horizontes. Tampoco podríamos saber de la lógica de este acontecer si no tuviéramos la posibilidad de poder pensar tal proceso. Es una posibilidad histórica entonces, esta apertura, en la que nos hallamos totalmente imbuidos.

Parecería contradictorio sentenciar que el pensamiento de Giegerich supone un documento de la superación de la metafísica, si a su vez este pensamiento es un pensamiento del alma. ¿Cómo podría superarse la metafísica en un pensamiento que piensa el alma, que se anuncia a sí mismo como una psicología con alma? Más aún, ¿cómo podría superarse la metafísica en un pensamiento que entiende que solamente puede haber psicología si hay pensamiento del alma? ¿No es el alma un supuesto metafísico? ¿No sería superar la metafísica dejar atrás el alma? ¿Para qué alma entonces?

En Giegerich, alma no tiene que entenderse como un sustantivo, sino como una posibilidad metodológica que permita pensar el fenómeno, una invitación a pensar un proceso, una condición sine qua non para hacer psicología, “psicología es el alma conociéndose a sí misma” (6) de tal manera, que en un juego de palabras podamos decir que pensar el fenómeno significa que el fenómeno se piensa a sí mismo, abre su interioridad. Acercarse a los fenómenos de tal manera que los fenómenos mismos aparezcan ante sí mismos como un otro. Un otro de sí mismo que es desarrollo lógico, vida lógica, dinámica absoluto negativa que se da en el pensar.

Nos encontramos aquí, en la palabra alma, con los límites del lenguaje. El lenguaje nos obliga a hacer un trabajo cada vez que nombramos cualquier cosa, si es que el lenguaje ha de ser entendido como la apertura a Ser, que es un verbo. Después de Wittgenstein y de Heidegger ya no podemos pretender morar en la sencillez del lenguaje y en la inocencia de pensar que el lenguaje nos permite sin más nombrar aquello que quiere ser dicho sin mayor dificultad que la de conocer las palabras exactas y manejar un buen vocabulario. Más bien, el lenguaje, en su tensión fundamental interna, no puede nunca decir lo que en él quiere ser dicho. No llega a poder nombrar lo más importante a ser nombrado, no puede llevarse a sí mismo más allá de sí, pretendiendo quedar intacto e impune en el intento. Se asemeja a la anécdota de Moisés cuando no pudo entrar en la Tierra Prometida. La esencia del lenguaje se encuentra en esta contradicción justamente: no pudiendo llevarse a sí mismo más allá de sí, es en ese intento donde se produce la transformación y la apertura que permite ir nombrando lo que no se puede nombrar. Es en el fracaso del lenguaje donde el lenguaje alcanza su éxtasis, su plenitud. No poder decir lo que se quiere decir, cuando se presenta de esta forma la circunstancia histórica, es la única manera en la que puede ser dicho. Ya se está diciendo. Eso que se está diciendo y no puede ser dicho tampoco puede ser entendido. Tiene que ser pensado cuando esté históricamente disponible, cuando regrese y pueda ser hecho en ese pensamiento que lo hace mientras ejecuta su pensar, ahí aparece y se desvanece una vez desaparece ese estilo de pensamiento.

El lenguaje no es solamente aquello que un sujeto expresa o aquello que le permite a un sujeto expresarse en su decir, donde el sujeto no estaría sintácticamente arraigado en el lenguaje que solamente utilizaría, sino que el lenguaje es la única posibilidad que tiene ese sujeto de poder ser. Ese poder ser que permite el lenguaje es histórico. Por eso no puede entenderse lo que se puede decir, porque lo que se está diciendo precede y anuncia lo que ya está constriñendo y construyendo al sujeto y que, a su vez, aparecerá como lo que está viniendo. Será todo un proceso histórico el viaje de las palabras. De la semántica a la sintaxis. La ilusión de habitar en alguna latitud fuera de este fenómeno, donde no nos vemos afectados por este proceso, es lo que caracteriza al sujeto de nuestros días, que en el olvido de su arraigo en el lenguaje, se plantea el problema del lenguaje en su devenir histórico.

El pensamiento psicológico de Giegerich supone entonces una torsión del lenguaje. Giegerich no puede basar su pensar en ningún punto de apoyo que no sea el propio discurrir del pensar, pero en este sentido no puede utilizar la palabra alma metafísicamente, ni utilizarla como una especie de cajón de sastre donde cabe todo. Tampoco puede imponerla, sino que se impone ella misma justamente desde la ausencia de imposición en la pregunta por la verdad. Giegerich sabe que el lenguaje no puede decir lo que quiere ser dicho en su pensamiento pero, lejos de ser un problema, esa torsión del lenguaje, esa negatividad lógica de su pensar, aparece como la única manera, como la única posibilidad en la que se puede desarrollar su pensamiento.

Este es el reto que Giegerich afronta, como psicólogo, en su fiel compromiso con una psicología con alma. Sabe que el alma tiene que hacerse, que es nada, que es una manera de nombrar un proceso.

¿Qué sería entonces lo que Alma e Historia quieren decir sin que puedan llegar a decirlo, porque lejos de que sea un error la manera de decirlo, es justamente desde ese conflicto, desde esa manera, como ya se empieza a decir, a sorprender, a aparecer lo que se quiere decir?

En este sentido, el título de este volumen toma el alma como protagonista y la trae a primer plano vinculándola a la Historia de una manera desafiante para la lógica de nuestro sentido común: rompe con la idea de un alma atemporal y ahistórica y con la concepción científica de la Historia que no entiende que la misma sea fundamental para pensar el alma.

Tomemos el título como una declaración de intenciones y como una brava manera de delimitar el territorio al que vamos a acceder.

Hagamos un ejercicio: imaginemos por un momento que el libro que tenemos en las manos no tuviera título. Si el libro se editara de esta manera haría justicia a la lógica interna de lo que llamamos “título” que, lejos de pensar que nombra algo, es una aspiración a que se haga aquello que nombra. El título, si es que la obra ha realizado su viaje, surge plenamente al final del libro, nunca al principio. Incluso si, por ejemplo, el libro se titulase “Alma e Historia” y al final del libro lo volviéramos a escribir, siendo las mismas palabras, no significarían de ninguna manera lo mismo. Esta es la aspiración de todo título: realizarse, hacerse.

Entendamos entonces el título de este libro como una invitación. Una invitación a hacer un recorrido, a seguir la lógica de un proceso que se va haciendo a sí mismo. Se requiere, para este viaje, que el viajero acepte no saber dónde va, que acepte ser llevado, que acepte poner en duda el itinerario desde el que se quiere orientar en el transcurso del camino, sin el que no habría camino posible y que ponga en duda la idea de como debiera dirigirse hacia ese lugar aplazando el interés de responder la pregunta antes formulada.

Que la respuesta consista, más que en un enunciado, en un camino: el que abre la propia pregunta y que supone la invitación a hacer el recorrido que este volumen propone.

Esta sería una manera psicológica de acercarse a los textos de Giegerich. El pensamiento psicológico de Giegerich es la apuesta por la absoluta negatividad. Negatividad lógica que de alguna forma tiene que volverse sintaxis de su propio pensamiento. Que se haga eso que se está diciendo, de la misma manera que el título aspira también a ser hecho, es la característica principal de todos sus textos donde aplica a su propio discurso aquello sobre lo que su discurso versa, siendo fiel a lo que expone en su comentario al fragmento 45 de Heráclito: “La pregunta psicológica no es, ni puede ser, qué y cómo es el alma, sino cómo se refleja el alma en sus manifestaciones. No somos tan ingenuos como para querer confrontar el alma directamente. Hemos entendido que la psicología es el estudio del reflejo en algún espejo y no el estudio de aquello de lo cual la imagen en el espejo es un reflejo” (7).

No es que haya una imagen detrás del reflejo que fuera la verdad de este, su fundamento, no. Solamente hay reflejo. Reflejo que en su reflejar aparece como reflejo de un otro, que no puede ser sino un otro de sí mismo. No puede haber entonces nada que el reflejo pueda reflejar que no sea el reflejo mismo. Nada fuera del reflejo. Curiosamente, el reflejo aparece como si hubiera un otro que se da y que el reflejo solamente puede reflejar, pero es justamente lo contrario. Solo hay reflejo que aparece como si estuviera reflejando a un otro. Ya nos advertía Jung que la imagen de la fantasía contiene todo lo que necesita en su interior (8). El reflejo, cuando se refleja, es un otro para sí mismo. Es solamente sí mismo. Pero en ser únicamente lo que es, abarca también lo que no es, todo el proceso mismo. Eso que no es fundamenta el reflejo y le permite ser reflejo en primera instancia. Sería entonces una contradicción: el reflejo es lo que no es. Es la unidad y la diferencia a la vez (característico de como Giegerich piensa el alma). Unidad porque es lo que es y diferencia porque, en su ser, aparece siendo lo que no es, que es diferente a sí mismo y que se expresa en su inmediatez como lo que está fuera o la supuesta imagen verdadera de la cual es reflejo. Es todo un proceso lo que trae bajo el brazo pensar el reflejo. Y eso no puede ser dicho. Es justamente el no poder ser dicho lo que lo abre al decir.

Entonces, “el alma” no puede ser dicha, tiene que ser pensada, tiene que hacerse en el pensamiento (el alma pensándose a sí misma). Es siempre fugitiva, como el mercurio alquímico. Necesita del arraigo en el lenguaje, lo que significa arraigar en ninguna positividad, sea cual sea la característica de la misma. Es arraigar en un movimiento que ella misma es, que está en marcha, que piensa siempre, que se contradice a sí mismo, que se autoproduce, que es autorrelación. “El alma” no puede arraigar sino en ella misma.

“Esto significa que ‘el alma’ existe solo como el resultado de su propia autoproducción (no como el agente de esta producción), o más bien, no existe, siempre tiene que darse al ser, siempre tiene que hacerse a sí misma. ‘El alma’ es autopoiética” (9).

Es el pensamiento del reflejo lo que le permite a Giegerich hacer psicología. Fiel a esta manera de pensar, Giegerich siempre parte de una proposición, de un sueño, de un enunciado, de una imagen, de un texto, de un acontecimiento... y a ello se remite. En este volumen, por poner un ejemplo, se acerca al escrito de Kafka “En la colonia penitenciaria” donde lee el texto como una alegoría de la Historia. Ese es su método: No se dirige al tema directamente ni pondera sobre el mismo, sino que, al pensar estas imágenes, la cuestión en sí se desvela por ella misma. Se realiza absoluto-negativamente. Los tres textos de este volumen son un claro y diáfano ejemplo del desarrollo de un pensamiento psicológico que se pone en acción y que, por tanto, se va procurando a sí mismo el suelo que va pisando.

¿Por qué es importante la Historia para el alma?, o formulado de otra forma, ¿por qué es importante la Historia para la psicología?

Esta cuestión la desarrolla ampliamente el propio Giegerich en su libro “The Historical Emergence of The I” (10), donde ya se anuncia la importancia de la Historia para el hacer psicológico: la pregunta por la emergencia de lo que llamamos “Yo” nos lleva a tener que atender la misma desde el locus histórico. Valga aquí únicamente señalar muy brevemente dos cuestiones referentes a dos maneras de hacer psicología.

Con la inclusión o no de la Historia en el propio concepto de psicología lo que está en juego es justamente la idea de psicología misma. Cómo se vaya a concebir la Psicología depende en gran manera de cómo se vaya a concebir la Historia.

Una psicología, por ejemplo, que aspira a ser una ciencia y que se ocupa fundamentalmente del estudio del cerebro y del comportamiento humano explicado desde la fisiología o la neurociencia no necesita la Historia para nada. Este tipo de psicología, fiel reflejo de la verdad de este tiempo histórico, se ocupa de lo que sucede “dentro” de las personas y su objetivo es hacer que estas personas puedan sanar sus dolencias, resolver sus problemas y así vivir mejor o ser más felices. En el estudio científico del cerebro y del psiquismo humano como una positividad, buscan las causas de los sufrimientos de las personas y de las lógicas dominantes en sus estilos de conducta que se expresan en la arena social. Repito, para una psicología científica así concebida, la Historia no es necesaria. Desde esta perspectiva la Historia se concibe como una ciencia natural que tiene su opus bien definido y que no tiene ni nada que ver ni nada que aportar a la psicología. Para una psicología así entendida, el tema del alma también es sobrante. Alma sería algo metafísico, teológico, esotérico, que nada tendría que ver con la psicología y si en algún momento esta psicología se interesase por ella, lo haría a modo de estudio de investigación para ver en qué parte del cerebro se ubica la misma.

Tampoco la psicología arquetipal de J. Hillman necesita la Historia para hacer psicología. En su idea de re-imaginar la psicología promoviendo el retorno a una Grecia imaginal, ya se pone de manifiesto la concepción de alma carente de mundo y la concepción fundamentalmente historiográfica de la Historia, desde la que opera (11).

Curiosamente, una psicología que aboga por el retorno de los dioses y por la re-instauración psicológica del concepto de “anima-mundi” no necesita la historia ni el mundo, pues mundo es reconocido como mundo solamente desde la perspectiva arquetipal (los dioses). Por lo tanto, más que hablar de un mundo real, que es un otro desconocido de facto, donde la acción real se produce y al que hay que atender y aprender a pensar como psicólogo, este aparece como una expresión de los dioses que, entendidos como perspectivas, son atemporales y a-históricos. Este tipo de psicología pierde mundo. Justamente el mundo imaginado supone la ceguera para el mundo real.

La psicología de Giegerich es una psicología deudora del trabajo de C. G. Jung a quien piensa seriamente y por tanto deudora de la idea de “psique objetiva” que implica la atención al mundo desde un pensamiento psicológico que haga justicia a ese mundo, que lo revele psicológicamente hablando. No le interesa, por tanto, lo que sucede “dentro” de las personas ni evaporar la realidad a una perspectiva imaginal carente de mundo, sino ver “el alma en lo real”: atender los movimientos lógicos de la consciencia en su adaptación siempre novedosa a un mundo cambiante. Y para eso necesita la Historia, sus fenómenos, y pensarlos psicológicamente.

Vayamos entonces a los textos y a encontrar en ellos las respuestas a las preguntas que ya desde el título nos asaltan. Nos llegan traducidos por Alejandro Bica y Luis Álvarez que, en un esmerado, fantástico y logrado esfuerzo por llevar al castellano estos textos complejos, han conseguido realizar un trabajo excelente cuyo éxito es fruto del meditar, con amor, pasión y entusiasmo, la obra de este querido gran pensador y psicólogo alemán. Es la primera vez que la obra de Giegerich se publica en castellano.


Notas

1. M. Heidegger, ¿Qué significa pensar?, ed. Nova (Buenos Aires, 1958), p. 36.

2. F. Nietzsche, “Así hablaba Zaratustra”, Frederich Nietzsche: Obras Inmortales, tomo II, Edicomunicación (Barcelona, 2003), p. 494.

3. Citado y modificado por MCPR en M. Heidegger, Die Kehre, ed. Alción (Córdoba, Argentina, 2008), p. 11.

4. W. Giegerich, “La alquimia de la historia” en este mismo libro, Alma e historia, colección de ensayos, volumen 2, capítulo 1, p. 31.

5. “Pero donde está el peligro crece también lo que salva”, Hölderlin, Poesía completa, Ediciones 29 (Barcelona, 1977), p. 395.

6. W. Giegerich, The Soul ́s Logical Life, ed. Peter Lang (Frankfurt am Main, 1998), p. 209.

7. W. Giegerich, The Soul Always Thinks, ed. Spring Journal Books (New Orleans, Louisiana), pp. 131-132.

8. C.G. Jung, Obras Completas vol. 14: Mysterium Conniuctionis, ed. Trotta (Madrid), p. 504.

9. W. Giegerich, The Soul Always Thinks, ed. Spring Journal Books (New Orleans, Louisiana), p. 382.

10. W. Giegerich, The Historical Emergence of The I: Essays about One Chapter in the History of the Soul, Ed. Dusk Own Books (London, Ontario, Canada, 2020).

11. “El retorno a Grecia no es un retorno a un tiempo histórico en el pasado ni a un tiempo imaginario, a una Edad de Oro utópica que ya fue o puede resurgir. Por el contrario, «Grecia» nos ofrece la posibilidad de revisar nuestras almas y nuestra psicología por medio de lugares y personas imaginales en vez de fechas y personas históricas: una precisión del espacio más que del tiempo. Nos alejamos por completo del pensamiento temporal y de la historicidad, y nos encaminamos hacia una región imaginal, un archipiélago de localizaciones diferenciadas, donde los dioses son, y no cuándo fueron o serán”, James Hillman, Re-imaginar la psicología, Ed. Siruela (Madrid, 1999), p. 104.