17.12.25

Prólogo de "El entierro del alma en la civilización tecnológica"

Prólogo al libro de Wolfgang Giegerich "El entierro del alma en la civilización tecnológica", colección de ensayos, volumen 4.

Por Luis Rodrigo Álvarez Segura
Barcelona, 2025


Me gustaría que este prólogo fuese un relato de cómo empecé a introducirme en el pensamiento de Wolfgang Giegerich y, a la vez, que ello pueda servir de invitación y de ayuda para el no iniciado en su pensamiento o incluso para quien desconozca por completo la tradición de la psicología profunda(1) (quién sabe en manos de quién puede caer un libro con un título tan provocador). Siempre he pensado que la obra de este autor es perfectamente accesible a cualquier persona curiosa y con interés por el pensamiento riguroso y que, además, puede ser el punto de partida para descubrir a otros psicólogos y filósofos tan fascinantes como incómodos para el pensamiento dominante actual. Por ello, arrancaré en el punto en que yo arranqué, hace ya más de quince años: por la palabra que liga la serie de volúmenes a la que pertenece este libro.

ALMA

Para cualquier persona que no sepa nada sobre psicología profunda, como era mi caso por aquel entonces, el término “alma” propone una serie heterogénea de posibles usos que van desde la tradición religiosa, pasando por lo artístico y lo poético hasta la posmodernidad new age o incluso la autoayuda. Es inevitable, si uno se sumerge sin preparación en un texto en el que se repite una y otra vez esa palabra, agarrarse, de entrada, a uno de esos significados, los que tiene disponibles, para tratar de no naufragar en la incomprensión. Se empieza así, desde el equívoco; pronto, el mismo texto va a mostrar la invalidez de esas referencias y a exigir la labor de ir a contracorriente, de depurar, de afinar y de poner en juego no solo la semántica (el significado que uno ha usado a modo de salvavidas) sino la propia sintaxis que se va desplegando en el texto.

“Cuando este autor habla de ‘alma’ tienen que imaginar, o leer, como si esa palabra llevase comillas. El alma, para Giegerich, no es un ente físico, ni siquiera un ente imaginario; es, más bien, una metáfora. Es como hablar del mundo de la danza, por ejemplo. ¿Es un ente físico ahí afuera, señalable, delimitable? No. ¿Existe como una idea subjetiva o una opinión en las cabezas de las personas? Tampoco. Es una realidad objetiva, pues no depende de tu opinión, ni de mi opinión, pero no es algo físico, ni mesurable científicamente… Como el alma: es vida lógica”.


Este párrafo, que me he atrevido a entrecomillar, es una cita apócrifa que podría pertenecer a una de las clases que Enrique Eskenazi impartió en Barcelona entre 2008 y 2011 en torno a la obra de Wolfgang Giegerich. Se trata de una reinterpretación memorística del momento en el que, siendo solo un joven interesado en la filosofía que pasaba por allí de casualidad, hice el primer click para empezar a entender el trabajo de este autor. Resulta que podemos hablar de algo que no es una realidad empírica ahí afuera ni tampoco una idea subjetiva “aquí dentro”, una especie de subproducto de nuestro cerebro. Hay realidades objetivas que no se pueden demostrar científicamente y, sin embargo, es obvio que… son. Digámoslo de otra forma: aparecen inevitablemente si se las piensa. Esta reflexión puede parecer muy elemental, pero por ello mismo me parece también importante como paso previo para adentrarse en la obra de este psicólogo. Supone dejar atrás el esquema de aprehensión de la realidad que comparten el pensamiento científico y el entendimiento común del día a día; y, por cierto, también la psicología habitual, en cualquiera de sus vertientes oficiales o más practicadas en el presente. Supone entrar en el terreno de la Psicología con mayúsculas. El terreno de la negatividad lógica.

Si el término alma está en desuso en el mundo de la psicología, me atrevería a decir que el de ”negatividad lógica” (en este campo; no hablamos de su uso en la lógica o la matemática) solo existe en la obra de Giegerich. Aun así, es importante también aclararlo. Para ello, me parece que este ejemplo es muy interesante:

Life is logically negative (…). The living organism is not a compound of two different positive substances, the lifeless body plus “the life” that animates it. There is only one positive substance, the body. When it dies, it does not lose anything; it merely ceases to live, that is, to perform the activity of living (…). Dying is the organism’s stopping to do something, namely to keep itself alive, rather than its being deprived of something. Because life is really nothing, and yet utterly real, it is logically negative.(2)


Se entiende, pues, qué significa que el alma sea también una realidad negativa. Pero, ¿por qué usar precisamente ese término, alma, tan cargado de asociaciones equívocas y no, por ejemplo, otro término menos “problemático” que encontramos en la propia palabra que designa a la disciplina que nos ocupa: “psique”? Esta fue una de las preguntas que me asaltó cuando ya había empezado a conocer la obra de Giegerich. La respuesta puede ser útil para dar un paso más hacia la comprensión de la naturaleza del término y las coordenadas esenciales del pensamiento del autor, ya que tiene que ver con la propia historia y desarrollo de la disciplina psicológica.

The use of “psyche” instead of “soul” is a new import into scientific language, an artificial and abstract technical term, and is clearly inspired by the wish that arose during the 19th century to avoid the traditional word (soul) and to cleanse psychology from all the above-mentioned metaphysical, religious overtones and feeling associations and implications of this word: to sterilize psychology (…) With the word psyche, (…) psychology is from the outset taken prisoner for the theoretical positivism, practical-technical operationalism, and naturalism of science.(3)


Efectivamente, como se menciona en esta cita, la “palabra tradicional” en este campo (“campo” como lo que podamos, retrospectivamente, entender que antecedió a la psicología cuando aún no tenía ese nombre) hasta el advenimiento de la “psicología científica” en el S. XIX fue “alma”. Esta palabra ha quedado obsoleta como significante porque la historia ha ido dejando atrás sus sucesivos significados: el impulso de vida, el alma cristiana, la dimensión ética individual, etc. ¿Quiere eso decir que tenemos que dejar de usar el término por completo en psicología? ¡Precisamente no! Para la psicología, el término “alma” ha sufrido un cambio de estatus lógico (un cambio sintáctico): ha pasado de (querer) designar un objeto a ser un término vacante y, por tanto, nuevamente abierto: “alma” es el vacío semántico dejado por esos significados históricos obsoletos. Es la propia apertura metodológica de la Psicología con mayúsculas (lo que Wolfgang Giegerich entiende como verdadera psicología).

Si continuamos con este razonamiento, podemos añadir algo más. Definir el objeto de estudio de una disciplina como “simplemente” una metáfora puede parecer, a bote pronto, disolver dicha disciplina en la irrelevancia o la fantasía. Pero, ¿acaso la materia no es también una metáfora para la física, en ese sentido? ¿O la vida para la biología? En ambos casos, se trata de conceptos que sostienen todo el andamiaje de sus respectivas disciplinas, pero dichos conceptos no encuentran definición dentro de la propia disciplina, sino que son su metáfora fundacional. La física tiene que dar por sentado que existe la materia y, de la misma forma, la biología tiene que dar por sentado que existe la vida. Parten de ese punto sin cuestionarlo. Lo que cada uno de los dos términos designe solo se presenta como (a) principio incuestionado y (b) hipotético final del camino para cada disciplina, un cierre que no llega nunca y, por tanto, permanece siendo simplemente esa apertura. Ocurre lo mismo con el concepto de alma para la psicología.

Creo que lo dicho hasta ahora sobre el alma puede dar una idea en cuanto a su forma (su ser metáfora, perspectiva, no-ente), pero hay aún dos ideas clave que no pueden quedar ignoradas para avanzar hacia una comprensión más amplia de este concepto crucial.

La primera queda sintetizada en una frase de Carl Gustav Jung citada en más de una ocasión por Giegerich: “la mayor parte del alma está fuera del cuerpo.”(4) Esta cita me sirve, de paso, para contextualizar la obra de nuestro autor en su disciplina: la ya mencionada psicología profunda, y concretamente dentro de esta, la tradición iniciada por Jung. Este psicólogo concibió, por primera vez, el alma como fenómeno que trasciende al individuo, de forma tal que podríamos decir que, como tales individuos, no tenemos alma, sino que estamos contenidos en ella. En Jung, el alma pasa de ser un apéndice emocional dependiente del cuerpo (así la concebía Freud) a ser la herencia psíquica universal de la humanidad: alma como mente autónoma en la que nos vemos inmersos irremediablemente y que constituye nuestra única relación posible con el mundo en forma de entramado cultural, lenguaje, tradiciones, etc. Conectadas a esta noción surgen ideas tan decisivas en la obra de Jung como las del inconsciente colectivo o los arquetipos.(5)

La segunda idea esencial trae a colación al filósofo que más influencia tiene en la obra del autor: Hegel. Si nos atenemos a lo dicho hasta ahora sobre Giegerich y su concepción del alma y la psicología, no debería resultar extraña la mención de este filósofo. En efecto, Giegerich encuentra en la lógica dialéctica hegeliana la mejor forma de entender y expresar lo que podríamos llamar la vida del alma. A través de esta lógica, se abre el camino para dejar radicalmente atrás la idea de alma como ente, y plantearla como puro proceso lógico, como la misma vida dialéctica del pensamiento. Si, con Jung, hemos llegado a la idea de que el alma no es individual y subjetiva, sino colectiva y objetiva, con Hegel la ponemos en movimiento o, mejor dicho, la entendemos como movimiento. El alma, ahora, es su propio proceso de diálogo histórico que, en su discurrir, va negándose a sí misma en sus diferentes manifestaciones y avanzando hacia las siguientes.(6) La noción de alma histórica me sirve para dar el paso al segundo concepto que quiero resaltar en este prólogo y reducir el foco sobre los dos artículos de este libro.

TECNOLOGÍA

Con todo lo dicho, volvamos ahora al título del libro que tenemos entre manos, que coincide con el del primero de los dos artículos que componen este cuarto volumen de los artículos reunidos en castellano de Wolfgang Giegerich. “El entierro del alma en la civilización tecnológica” es un título que puede prestarse a equívoco, pues tanto ese texto como el que le acompaña en el volumen, “El autoemparedamiento del alma occidental en la caverna de Platon”, parecen presentarnos imágenes de defunción o aniquilación del alma. Pero precisamente la tesis de fondo de ambos textos es que, si se me permite decir de forma coloquial, el alma está más viva que nunca.

Recordemos, en primer lugar, que si somos fieles a nuestro principio metodológico/fundacional, no podemos aceptar que haya una verdadera psicología sin alma, al igual que no puede haber física sin materia o biología sin vida. El alma no es una opción para la disciplina que nos ocupa y, si el mundo nos aparece como carente de ella, el problema no está en el mundo, sino en que nuestra mirada no es verdaderamente psicológica. Pero, ¿dónde se puede encontrar el alma en un mundo regido únicamente por la optimización máxima de los recursos disponibles, por el materialismo más crudo, la explotación de la naturaleza y del propio ser humano? ¿Cómo puede defenderse que vivimos con o en el alma si nuestras vidas están determinadas por el dinero, la tecnología, la información, por acciones de bolsa, por algoritmos...? ¿Acaso no ha ocurrido una ruptura histórica con un pasado en el que sí estaba viva el alma en forma de rituales, de dioses o de religiones?

Lo que los artículos que siguen vienen a proponer es que, coherentemente con las ideas sobre el alma que he intentado exponer aquí, no hay ruptura. O, mejor dicho: no hay más rupturas que las sucesivas heridas que el alma se inflige a sí misma en esa discusión ininterrumpida que es su devenir histórico. Las rupturas son continuas y, por tanto, no hay una sola “ruptura” en forma de parteaguas que divida un pasado con alma y un presente sin ella. El presente es siempre el resultado último del diálogo del alma consigo misma.

Giegerich nos presenta esta idea dialéctica a través de dos hitos fundacionales en la tradición occidental: la encarnación de Cristo y la caverna de Platón. Si miramos el presente psicológicamente, se puede decir que ambas ideas plantaron en la historia una semilla cuyos frutos estamos recogiendo ahora, y es ahí donde el alma se muestra de forma más directa, en “la física, la tecnología, la industria, las corporaciones multinacionales, las mercancías y el consumo, la publicidad, la burocracia, la estadística. Esta es la dirección de la libido occidental y allí está nuestra verdad, nuestro significado, nuestra ánima.”(7) El alma está en lo que mueve el mundo, nos guste o no.

En el primer artículo, “El entierro del alma en la civilización tecnológica”, el autor parte de la hipótesis de que hay dos eventos que caracterizan y distinguen fundamentalmente a la civilización occidental: la religión absoluta (cristianismo) y el desarrollo científico-tecnológico. La interpretación común es oponer lo segundo a lo primero: el iluminismo, en el S. XVIII, rompió con el dogmatismo religioso mediante la razón y el método científico, e instauró esto último como única vía válida de acceso al conocimiento. El entendimiento común, el consenso histórico, nos dice que por fin nos deshicimos del oscurantismo y la irracionalidad de la religión y se abrió el camino para un conocimiento liberado del yugo de lo divino.

En cambio, lo que Giegerich señala como esencial desde su perspectiva psicológica es el acontecimiento particular de la Encarnación en el cristianismo, que vendría a ser el engarce invisible pero necesario entre la religión cristiana y el mundo de la tecnología (que, tengamos en cuenta, vio la luz en, y solo en, el occidente cristiano, aunque ese “mundo tecnológico” se haya exportado ya hoy a todo el mundo).

Así, la Encarnación, vista psicológicamente, no es un suceso solamente circunscrito a la esfera de lo religioso, sino un proyecto del alma. La frase “el logos se hace carne” sintetiza esta verdad histórica del cristianismo más allá del ámbito inocuo de la fe individual y nos da a entender que “nuestra época es la más cristiana de todas, porque en ella está a punto de realizarse el cumplimiento y la consumación de la verdad cristiana, el verdadero ‘hacerse carne’ de Dios”.(8) Ese “hacerse carne” no es otra cosa que el proceso lento pero obstinado que se ha ido realizando en occidente en los últimos dos mil años; la cancelación de la naturaleza como depositaria de lo sagrado (el mundo de las religiones paganas) para luego proceder a su substitución por una “segunda naturaleza” creada: el mundo tecnológico.

Este mundo tecnológico es la reproducción del más allá celestial en la realidad terrenal. Es la recreación efectiva de Dios en la tierra (“encarnación”), y prueba de ello es que el fin de esta empresa no es el bienestar ni el progreso de la humanidad, sino el dar realidad efectiva a los predicados divinos: omnipotencia (armas de destrucción masiva), omnisciencia (inteligencia artificial), omnipresencia (medios de comunicación, internet). Da igual que creamos o no; por muy ateo que parezca haberse vuelto el mundo, y por muy ateos que seamos nosotros individualmente, todos, con nuestra devoción completa a la empresa tecnológica, estamos rindiendo culto al proyecto cristiano, incluso si la consecución final de este supone la aniquilación de la humanidad.

El segundo artículo, “El autoemparedamiento del alma occidental en la caverna de Platón”, toma otro gran hito de la historia del pensamiento para explicar un proceso psicológico parecido de forma igual de interesante. No hace falta subrayar la importancia y la influencia de Platón en la historia de la filosofía. Apunto aquí, sin necesidad de ir más allá, que podemos estar de acuerdo en que su famosísima parábola de la caverna puede verse como una síntesis de lo más esencial de su pensamiento.

Giegerich, al igual que hace en el anterior artículo con la idea de la Encarnación, no pretende darnos una lección de filosofía, ni religión, ni historia, sino de psicología. Toma una imagen (en este caso filosófica) para revelar un proceso del alma, para poder ver, a través de ella, la historia de forma psicológica.

Así pues, vista psicológicamente, la parábola de la caverna no representa, como la propia narración de Platón describe, una revelación de la verdad superior solar como una nueva realidad en la que uno, individualmente, pueda elegir morar, dejando atrás sin más la falsedad de las sombras de la caverna. No nos interesa aquí el periplo del sabio que descubre, dolorosamente, la verdad. Más bien, representa el darse cuenta (la consciencia entera, el modo de ser-en-el-mundo) de que se ha estado siempre atado en el fondo de la caverna y de que siempre se ha vivido en esa oposición de caverna-sol, apariencia-realidad.

Si a través del acontecimiento de la Encarnación podemos ver cómo la naturaleza se vacía de alma, a través de la imagen de la caverna vemos como se reinterpreta todo lo que hasta entonces era real y completo en sí mismo como sombra, ilusión y, por tanto, falso en última instancia. El mundo en el que vivió Platón, la Grecia de los siglos V y IV a.C., era un mundo en el que aún “en la realidad sensible —por ejemplo en los árboles, arbustos, ríos y relámpagos— se experimentaban dioses, ninfas o daimones y así un significado intelectual que apuntaba hacia la profundidad del ser”.(9) Con su parábola, Platón introduce violentamente una cuña que rompe esa unión original del mundo sensible con el mundo suprasensible, el mundo del significado. Así, nacen de repente dos realidades o mundos nuevos. El mundo sensible queda de este lado como una mera sombra, ser ilusorio, y el mundo suprasensible, morada de la verdad, queda violentamente desplazado a un afuera, un “más allá” al que solo se puede acceder a través del conocimiento, de la filosofía. Esa brecha abre el espacio para la metafísica e impulsa la energía humana hacia lo que más tarde sería el mundo de la ciencia, la tecnología y el dinero.

Obviamente, todo este proceso no sucede en un día. Esta separación violenta no ocurre como un evento histórico catastrófico y reconocible a ojos de sus contemporáneos; es, más bien, el descubrimiento, por parte de Platón, de una grieta irreparable que ya está ahí y que se va a ir ensanchando con el paso de los siglos y los milenios. De nuevo, recordemos que no tenemos entre manos un libro de historia. Al igual que sucede con la Encarnación en el primer artículo, la parábola de la caverna, si se ve psicológicamente, es una imagen que atrapa al alma y la hipnotiza para que siga un camino determinado. Giegerich lo expone de manera brillantemente adecuada usando una metáfora tecnológica: “(…) la parábola de la caverna es un programa [informático]. Su ‘realización real’ consiste, por tanto, en su ‘ejecución’, de forma incondicional, por tanto tiempo, tantas veces y en niveles cada vez más sutiles de la realidad, hasta que ya no quede realidad alguna, en parte alguna, que no haya sido sometida al procesamiento de ese motor, un procesamiento que transforma al ser en ser ilusorio y que produce, a partir de la materia prima llamada ‘realidad natural’ (es decir, la realidad experimentada míticamente), una realidad virtual”.(10) En esta doble imagen, nos dice el autor, la verdad solar que queda fuera de la caverna se correspondería hoy en día con el dinero que, como la idea de Bien en el sistema platónico, es la verdad última que sostiene el baile de sombras de la pared al fondo de la caverna.

Puede sorprender que este artículo tenga ya más de 30 años, pues lo que la realidad a día de hoy nos devuelve es una confirmación y una exacerbación de lo que describe el autor. Cada vez más, y de forma más implacable, todo lo que nos rodea va dejando de tener valor por sí mismo y se convierte en una sombra cuya esencia queda desplazada hacia su verdadera realidad: el dinero. ¿Qué es, si no, el incesante flujo de información y entretenimiento en el que vivimos envueltos? Plataformas de entretenimiento con opciones prácticamente infinitas, aplicaciones de móvil que monetizan todos los aspectos de la vida, redes sociales que ya nos convierten a nosotros mismos en productores y dinamizadores de contenidos(11) que retroalimentan esta circulación imparable de información y dinero.

El proceso de “licuación” se ha acelerado e intensificado hasta tal punto que incluso está empezando a perder la necesidad de ocultarse como tal. Muestra de ello es que la aspiración principal de los jóvenes de hoy en día es convertirse en influencers, youtubers, o creadores de contenido, términos todos que apuntan directamente, sin necesidad ya de presentarse como otra cosa, al puro movimiento de información, puro continente frente a contenido, pura forma. Este movimiento de la información, multiplicar y dinamizar las sombras en el fondo de la caverna, es la labor que nos asigna el alma hoy en día y que nosotros llevamos a cabo con ahínco y fervor religioso.

Estas últimas palabras pueden sonar ominosas y pesimistas, pero me gustaría cerrar este prólogo con un último apunte sobre el amor. Debemos aprender a amar la realidad de la forma más desapasionada para poder leer estos textos sin prejuicios ni esperanzas, sin diagnóstico previo. Esto nos impone una barrera de entrada más difícil que cualquier obstáculo intelectual: la capacidad de dejar ser al ser. Solo si nos dejamos herir por la realidad en toda su crudeza, sin esperar que la psicología sea, de ningún modo, nuestra salvación, podemos aspirar a estar a la altura de la perspectiva del alma, la perspectiva que nos demanda este autor.

Notas

1. La psicología profunda es un término amplio que abarca las tradiciones psicológicas que consideran los procesos inconscientes como fundamentales para comprender la psique humana. Surgió a finales del siglo XIX y principios del XX, y ha dado lugar a varias escuelas. Los autores más representativos de la psicología profunda incluyen a Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y Alfred Adler entre otros.

2. “La vida es lógicamente negativa (…) El organismo vivo no es un compuesto de dos sustancias positivas diferentes, el cuerpo sin vida más “la vida” que lo anima. Solo hay una sustancia positiva: el cuerpo. Cuando muere, no pierde nada; simplemente deja de vivir, es decir, de realizar la actividad de vivir (…). Morir es que el organismo deje de hacer algo, a saber, mantenerse vivo, más que verse privado de algo. Porque la vida en realidad no es nada, y sin embargo es absolutamente real; es lógicamente negativa.” Wolfgang Giegerich, What is soul?, Spring Journal Books (New Orleans, Louisiana, 2012), p. 28.

3. “El uso de ‘psique’ en lugar de ‘alma’ es una nueva importación en el lenguaje científico, un término técnico artificial y abstracto, claramente inspirado por el deseo que surgió durante el siglo XIX de evitar la palabra tradicional (alma) y de purgar la psicología de todos los matices metafísicos, religiosos, afectivos y de las implicaciones asociadas a esta palabra: de esterilizar la psicología (…) Con la palabra psique, (…) la psicología queda desde el principio prisionera del positivismo teórico, el operacionalismo técnico-práctico y el naturalismo propios de la ciencia.” Wolfgang Giegerich, What is soul?, Spring Journal Books (New Orleans, Louisiana, 2012), p. 16.

4. C.G. Jung, Letters, Vol. 1: 1906–1950, ed. Gerhard Adler & Aniela Jaffé, trans. R.F.C. Hull, Princeton University Press / Bollingen Series XCV:1, 1973, p. 508.

5. Para Giegerich, sin embargo, Jung no supo ser coherente con esta noción en toda su obra, y volvió a retrotraer la idea de alma colectiva a la psicología individual y a vincularla a imágenes mitológicas del pasado que debemos, de alguna forma, preservar y salvar en el presente a través de nuestros actos o de la terapia (p.ej., mediante el proceso de individuación). Llevar hasta sus últimas consecuencias esta noción de alma objetiva que alumbró Jung es, precisamente, la tarea que se impone Giegerich y gran parte de sus artículos y libros están dedicados directamente a ir, con Jung, más allá de Jung. Para los artículos de este volumen, no me parece necesario más que dejar apuntado esto aquí.

6. Es tan vertebral el pensamiento hegeliano en la obra de Giegerich, aun cuando no lo cite continuamente, que una de las formas en las que podría definirse su obra, muy sintéticamente, es como una crítica hegeliana a la obra de Jung. En este sentido, es casi imposible no ver un paralelismo entre la idea de alma en Giegerich y el Geist o espíritu hegeliano. A mi me ha parecido en todo momento una comparación útil y muy adecuada siempre que no olvidemos que el alma, en Giegerich, no tiene un carácter teleológico ni, caigamos en la tentación de ontologizarla. Debemos recordar que estamos en el terreno de la psicología y no de la metafísica.

7. W. Giegerich, “El entierro del alma en la civilización tecnológica” en este mismo libro, El entierro del alma en la civilización tecnológica, colección de ensayos, volumen 4, capítulo 1, p. 81.

8. W. Giegerich, “El entierro del alma en la civilización tecnológica” en este mismo libro, El entierro del alma en la civilización tecnológica, colección de ensayos, volumen 4, capítulo 1, p. 84.

9. W. Giegerich, “El autoemparedamiento del alma en la caverna de Platón” en este mismo libro, El entierro del alma en la civilización tecnológica, colección de ensayos, volumen 4, capítulo 2, p. 92. Tengamos en cuenta que la idea de “realidad sensible” no existía en ese momento histórico; estamos retroyectando un concepto que solo pudo surgir a partir, precisamente, de un proceso como el que estamos explicando aquí. Antes de la escisión apariencia/verdad, realidad sensible/más allá, la realidad era solo una.

10. W. Giegerich, “El autoemparedamiento del alma en la caverna de Platón” en este mismo libro, El entierro del alma en la civilización tecnológica, colección de ensayos, volumen 4, capítulo 2, p. 127.

11. El término “contenido”, cuyo uso se estandarizó  después de la publicación de estos dos artículos, resulta un ejemplo muy revelador de cómo se ve reflejada en el lenguaje la deriva psicológica que estamos describiendo aquí. Al englobar aquello que antes necesitaba especificación (no hablábamos de contenido sino de películas, novelas, artículos de opinión, obras de arte, etc.) pone en primer plano la pérdida de peso del qué frente al cómo. Ya no importa qué sea ese contenido en sí, sino su cualidad de ser contenido, es decir, su ser difundible, consumible, monetizable y clicable. Los “contenidos” son las sombras del fondo de la caverna.