10.7.10

Dialéctica, esencia y concepto

Algunos pasajes de las Lecciones sobre la historia de la filosofía de G. W. F. Hegel, leídos en el curso Hegel y la Psico-Logía por Enrique Eskenazi. 2010. Transcripción Alejandro Bica.


“Poner nombres es fácil, lo difícil es comprender lo que hay detrás de ellos.”

“Cuando un sistema filosófico [o un pensamiento] refuta a otro, suele ocurrir en efecto, que se tome por base el primero para luchar partiendo de él contra el otro. La cosa se hace fácil y llana cuando se dice sencillamente “el otro no encierra verdad alguna porque no coincide con el mío”. Pero lo malo es que el otro tiene el mismo derecho a afirmar otro tanto, y de nada sirve que yo pruebe mi sistema o mi proposición y arguya por tanto que el sistema y la proposición contraria son falsos, pues para estos lo extraño, lo falso, serán en cambio los míos. Por eso lo falso no debe demostrarse como falta de verdad por medio de lo otro, porque lo contrario sea la verdad, sino que lo falso debe demostrarse en sí mismo.”

“La dialéctica, en términos generales es, no un movimiento de nuestra convicción solamente [de tal manera que uno gira en torno a los temas], sino una prueba basada en la esencia de la cosa misma; en el concepto puro del contenido en cuestión, consiste en la consideración inmanente [o interior] al objeto en cuestión. Éste es tomado por sí mismo, sin partir de ninguna premisa, idea o deber ser, sin fijarse en las condiciones, leyes o fundamentos exteriores, se adentra uno totalmente en la cosa en cuestión, se considera el objeto por sí mismo, y con arreglo a sus determinaciones que en él se encierran. Así considerado, el mismo tema se encarga de revelar que contiene determinaciones contrapuestas en su interior, es decir, que se levanta [que se cancela, o que se supera, o que se subla] a sí mismo.”

“La dialéctica es, pues, de tres clases: a) la dialéctica puramente externa, que consiste en un razonar en uno y otro sentido, sin que el alma de la cosa misma se disuelva a si misma; b) la dialéctica inmanente del objeto [o del tema], pero proyectada desde el punto de vista del sujeto; c) la objetividad de Heráclito, el cual concibe la dialéctica misma como principio. El progreso necesario realizado por Heráclito [en la historia] consiste en haber pasado del ser como primer pensamiento inmediato a la determinación del devenir [o del moverse], como el segundo; es lo primero concreto, lo absoluto, como la unidad de lo contrapuesto que en él se plasma. Por consiguiente Heráclito es el primer pensador en quien nos encontramos con la idea filosófica en su forma especulativa [o como razón dialéctica]. Por eso Heráclito es considerado en todas partes, e incluso denostado como un filósofo de pensamiento profundo; divisamos, por fin, tierra; no hay, en Heráclito, una sola proposición que nosotros no hayamos procurado recoger en nuestra dialéctica [o Ciencia de la Lógica]. Lo que hay de oscuro en esta filosofía se debe, principalmente, a que se expresa en ella un pensamiento profundo, especulativo; el concepto, la idea, se escapan al entendimiento, no pueden ser captadas por él; en cambio, la matemática la comprende [el entendimiento] con gran facilidad. En Heráclito vemos ahora la consumación de toda la conciencia anterior, el perfeccionamiento de la idea hasta la totalidad, que es el comienzo real de la filosofía, en cuanto que este comienzo proclama la esencia de la idea, el concepto de lo infinito, del ser en y para sí, como lo que es, como la unidad de todas las oposiciones. Es una gran conciencia la que se adquiere al comprender que el ser y el no ser son, simplemente, abstracciones carentes de verdad y que lo primordial verdadero está sólamente en el devenir. El entendimiento aísla tanto al ser como al no ser como verdaderos y válidos. La razón por el contrario conoce al uno en el otro, y ve al otro contenido en el uno, ve al ser en el no ser y a lo que no es en lo que es. Lo simple, la repetición de un sólo tono, no es la armonía. Para que haya armonía se requiere sencillamente una diferencia, una determinada contraposición, ya que la armonía consiste precisamente en el devenir absoluto y no meramente en el cambio. Lo esencial es que cada tono especial difiera de otro, pero no abstractamente de otro cualquiera, sino del otro suyo, de tal modo que además de diferir, puedan unirse. Lo particular, lo concreto, sólo es cuanto que en su concepto va implícito también su contrario en sí. La subjetividad, por ejemplo, es lo otro con respecto a la objetividad y no con respecto a un pedazo de papel, supongamos, lo cual sería absurdo; y en cuanto que cada cosa es lo otro de lo otro como de su otro, en ello precisamente va implícita su identidad. En esto consiste el gran principio de Heráclito, el cual podrá parecer oscuro, pero es especulativo; claro está que esto resulta siempre difícil y oscuro para el entendimiento, que tiende a considerar por sí mismo y separadamente el ser y el no ser, lo subjetivo y lo objetivo, lo real y lo ideal. Es falso ver en lo especulativo algo que sólo existe en el pensamiento, o en el interior de nosotros no se sabe dónde. También esto existe, lo que ocurre es que los investigadores de la naturaleza no lo ven, porque su limitado concepto les impide verlo, nos dicen que ellos se limitan a observar y a exponer lo que ven, pero esto no es verdad, pues lo que hacen es transformar inmediatamente de un modo inconsciente lo que ven por el concepto limitado que de ello se forman. Por donde la disputa no gira en torno a la oposición de lo observado y el concepto absoluto, sino en torno a la oposición de este concepto limitado y lo observado. Como ocurre siempre que se expresan los resultados de la percepción y del experimento, cuando el hombre los proclama, hay en ellos siempre un concepto, concepto que no es posible descartar, sino que se mantiene siempre en la consciencia con un tinte de generalidad y de verdad, la esencia no es precisamente otra cosa que el concepto. Pero este concepto sólo se revela como concepto absoluto a la razón ya educada o ya formada, y no cuando permanece prisionero dentro de una determinación concreta, pues esta clase de investigaciones llegan siempre necesariamente a un límite, su propio concepto finito. El verdadero ser no es este ser inmediato, sino la mediación absoluta, el ser concebido, y por lo tanto el pensamiento. Sólo la consciencia en cuanto consciencia de lo general o de lo universal es la consciencia de la verdad, en cambio la consciencia de lo individual y la conducta individual, la originalidad como peculiaridad del contenido o de la forma es lo falso y lo malo, por tanto la maldad y el error consiste exclusivamente en el aislamiento del pensar, en el hecho de que éste se ha ido de lo general o de lo universal. El hombre suele inclinarse a creer que cuando piensa algo tiene que ser algo especial, algo propio, pero esto es un completo error. El soñar es un saber, es un saber de algo que sólo yo sé. El imaginarse algo, y las representaciones por el estilo son como tales sueños. También el sentimiento es algo que sólo existe para mí, que sólo yo como sujeto llevo dentro de mí, por muy sublimes que se consideren los sentimientos, siempre es esencial a ellos que lo que yo siento exista sólamente para mí como sujeto en quien el sentimiento se da, y no como un objeto libre. En cambio en la verdad el objeto existe para mí como algo libre que es por sí mismo, y yo carezco entonces para mí de subjetividad y este objeto no es tampoco algo imaginario que sólo yo convierta en el objeto, sino algo que es en sí y de un modo universal.”

“El ser para sí es como ser la simple relación con sigo mismo, pero vista a través de la negación de la alteridad [o de lo otro]. Cuando digo que yo soy para mi, no sólo soy, sino que niego en mi todo lo otro, lo excluyo de mi, en tanto que aparece como algo exterior, como negación de la alteridad, que es a su vez una negación contra mi, es lo otro de mi, el ser para sí es la negación de la negación, y por tanto es afirmación, y esta es, según la llamo yo, la negatividad absoluta, en la que se contiene sin duda, cierta mediación, pero una mediación que está también ya sublada.”

“El principio de lo uno, o de la unidad, es un principio totalmente ideal, pertenece por entero al mundo del pensamiento, lo uno no puede verse ni apreciarse por medio de retortas ni de aparatos de medición, ya que se trata de una abstracción del pensamiento, lo que se manifiesta a los sentidos siempre es materia condensada, y así mismo es un esfuerzo vano el de los que hoy con ayuda del microscopio tratan de escrutar en el interior de lo orgánico, el alma, y de descubrirla por medio de la vista y del tacto. El principio de lo uno es un principio totalmente ideal, es una idea, pero no en el sentido de que sólo exista en el pensamiento, o en la cabeza, sino en el sentido de que el pensamiento es la verdadera esencia de las cosas.”

“El pensamiento de que las cosas pueden derivarse del pensamiento hace esencialmente que objetos que podían llamarse divinos y ciertas maneras de concebirlos que podían ser consideradas como poéticas, se vean desalojadas con todo el volumen de la superstición, y se vean degradadas al plano de lo que llamamos cosas naturales. En el pensamiento, -en cuanto identidad del pensar y del ser- el espíritu tiene la consciencia de ser lo verdaderamente real. Por donde, para el espíritu en el pensamiento, lo no espiritual, lo material, se convierte en meras cosas, en lo negativo del espíritu. Nota común a todas las representaciones de aquellos filósofos primeros acerca de tales objetos es que despojan a la naturaleza de su carácter divino [que es el salto de la era del mito a la era del logos], degradan la concepción poética de la naturaleza a una visión prosaica y dan al traste con esta manera poética de concebir el mundo que infundía a todo lo que hoy consideramos como inanimado una verdadera vida, y tal vez también una sensibilidad, y si se quiere incluso, un ser a la manera de la consciencia. No es cosa de lamentar la pérdida de esta concepción del mundo, como si con ello se perdiera la unidad con la naturaleza, la belleza de la fe, la inocente pureza y el candor del espíritu, no hay por qué dudar de que esa concepción fuera en efecto inocente y pueril, pero la razón [o lo racional, o el espíritu consciente de sí] consiste precisamente en sobreponerse a esa inocencia y a esa unidad con la naturaleza. Tan pronto como el espíritu se capta a sí mismo [o tan pronto como el pensamiento es consciente de ser pensamiento], tan pronto como es para si, tiene que oponer a él mismo necesariamente todo lo demás como un algo negativo de la consciencia, es decir, ver en ello algo sin espíritu, simples cosas inconscientes e inanimadas para llegar a sí mismo partiendo de este objeto; esto es algo así como una solidificación de las cosas en movimiento. ... La cultura, a medida que fue desarrollándose se encargó de solidificar también las cosas que antes parecían estar dotadas de suyo, de movimiento y de vida propia, convirtiéndolas en cosas quitas [o cosas psicológicamente muertas]. Esta transición de la primitiva concepción mística a una concepción prosaica se revela aquí a la consciencia de los primeros filósofos, los atenienses [que es cuando surgió la filosofía]. Semejante concepción prosaica presupone la aparición ante el hombre, interiormente, de postulados completamente distintos de los que antes le guiaban. Es aquí pues, donde hay que buscar las huellas de la importancia y necesaria conversión [o sublación] introducida en las ideas de los hombres, al fortalecerse su pensamiento, al adquirir por lo tanto el pensamiento consciencia de sí mismo, en una palabra, al aparecer la filosofía.”

“El conocer según la representación que cundía [o que era inmediata, o que estaba dada] en la época de Platón [(y aún hoy)] expresaba la incorporación de algo ajeno a la consciencia pensante, una especie de operación mecánica consistente en llenar un espacio vacío con cosas ajenas a este espacio e indiferentes en sí. Esta relación puramente exterior en que el alma aparece como una tabla rasa, algo así como el proceso de vida en el que se representa el crecimiento por la incorporación de nuevas partículas, es algo muerto y no cuadra con la naturaleza del espíritu, que es subjetividad, unidad, cerca de sí mismo y permanencia. Para Platón, la verdadera conciencia de la naturaleza consiste en ser espíritu, en el cual como tal, existe ya aquello que es su objeto, o que la consciencia está llamada a ser para sí. Esto no es otra cosa que el concepto de lo verdaderamente universal en movimiento, el concepto de lo general, de lo universal que es en sí mismo su propio devenir, en cuanto que ya previamente es en sí lo que está llamado a llegar a ser para sí. Movimiento como se ve, en el que no sale del marco de sí mismo. Este concepto absoluto es el espíritu, cuyo movimiento no es sino el retorno constante a sí mismo, por donde no existe para él nada que no sea ya él en sí. Según esto, el aprender es este movimiento en el que no se incorpora al espíritu nada extraño, sino que es su propia esencia la que cobra ser para él [o donde el espíritu se eleva a su propia consciencia de sí mismo]. Lo que aún no ha aprendido nada es el alma [(el alma como aquello que aún no es consciente de ser espíritu)], la consciencia natural. Lo que impulsa al espíritu, a la ciencia, es esta apariencia y la confusión provocada por esta apariencia de que la esencia del espíritu es para él cualquier otra cosa, la negación de sí mismo, modo éste de manifestarse que contradice a su esencia, pues el espíritu tiene, o es, la certeza interior de ser toda la realidad. Al levantar esta apariencia [o al superar esta apariencia] de la alteridad, el espíritu comprende el objetivo, adquiere con ello la consciencia directa de sí mismo y se convierte así en saber absoluto. Las representaciones de las cosas concretas [o lo que la gente llama la realidad] proceden evidentemente de fuera, pero no así los pensamientos universales, las grandes ideas, las cuales como lo verdadero que son tienen sus raíces en el espíritu mismo, forman parte de su naturaleza, lo cual equivale a rechazar todo lo que sea autoridad ajena al espíritu mismo.”

“La palabra erinnern [en castellano recordar, remembrar o interiorizar] es en un sentido una expresión poco afortunada, concretamente en el sentido que alude a la reproducción de una representación que ya se ha tenido en otro tiempo. Pero la palabra erinnern tiene además otro sentido que le da la etimología, que es el de convertirse en algo interior, el de adentrarse en sí mismo; tal es en realidad el profundo sentido conceptual contenido en esa palabra. En este sentido sí puede decirse que el conocer lo universal no es otra cosa que recordar, como adentrarse en sí mismo, convertir en algo universal lo que empieza manifestándose de un modo exterior y como múltiple, para lo cual nos adentramos en el tema mismo y elevamos a consciencia el interior del tema.”