21.2.14

Crítica a la idea de la profundidad religiosa de la neurosis

Por Wolfgang Giegerich

Pasaje tomado de Neurosis, The Logic of a Metaphysical Illness [Neurosis, la lógica de una enfermedad metafísica] (Spring Journal Books, New Orleans, Louisiana) 2013, págs. 79-83.

Traducción de Luis R. Álvarez y Alejandro Bica.


Tengo que expresar una precaución. Acerca de los así llamados neuróticos de su día, Jung dijo que muchos de ellos no habrían estado divididos en contra de sí mismos, es decir, no se habrían vuelto neuróticos, si hubiesen vivido en un período y en un medio en los cuales el hombre aún estuviese vinculado por el mito con el mundo de sus ancestros, y por lo tanto con la naturaleza realmente experimentada y no meramente vista desde fuera … (MDR p. 144). Si bien puedo estar de acuerdo con la expresión de esta visión, al menos en la medida en que también confirma la tesis de la historicidad de la neurosis, el significado que Jung probablemente conectó con esto es problemático, tan problemático como la siguiente tesis de Jung en la cual este significado se vuelve explícito. Leemos acerca de los dioses, “Hoy son llamados fobias, obsesiones, y así; en una palabra, síntomas neuróticos. Los dioses se han vuelto enfermedades; Zeus ya no rige en el Olimpo sino en el plexo solar, y produce especímenes curiosos para la sala de consulta del doctor …” (CW 13 § 54). Esta idea, que ciertamente fue característica para Jung y muy apreciada por él, por supuesto también puede ser vista como un ejemplo del cambio histórico al que Jung se refirió en las citas anteriores (1). Y para Jung ciertamente esta idea tiene su lugar junto con las citas previas acerca de la interiorización en el individuo humano del campo de batalla (previamente cósmico), en el cual una vez se libró la lucha entre la “luz” y la “oscuridad”.

Sin embargo, la concepción que emerge de la última cita nos pone en el camino correcto y a la vez nos lleva por el equivocado. Nos pone en el camino correcto porque sin duda confirma la noción del enorme cambio histórico que es la condición de la posibilidad de la neurosis y de la psicología. Obtenemos una clara idea del tragar al que Jung había aludido. Aquello que una vez fueron los dioses y que tuvo su vida allí afuera en el Olimpo, o por encima de nosotros en el cielo o debajo de nosotros en el inframundo, ha sido tragado, por decirlo así, y ahora se agita en el plexo solar o en fobias, obsesiones, depresiones neuróticas, etc.

Pero precisamente esta idea también nos muestra por qué tiende a llevarnos por mal camino. El error subyacente de Jung es que sugiere que en el tragar los dioses estos dioses sobrevivieron a este cambio de lugar, que meramente cambiaron su lugar de residencia (así como el nombre bajo el cual son apercibidos usualmente hoy). Los síntomas neuróticos son para Jung, sin lugar a dudas, los previos dioses “hundidos”, pero aún así en realidad aún son esos dioses. ¡Aún es Zeus, aunque por supuesto hablando metafóricamente, quién produce los curiosos especímenes para la sala de consulta del doctor! Esta es la razón por la cual Jung también pudo añadir a esta observación el siguiente comentario: “No es cuestión de indiferencia el que uno llame a algo una ‘manía’ o un ‘dios’. Servir a una manía es detestable e indigno, pero servir a un dios está lleno de significado y de promesa … Cuando el dios no es reconocido se desarrolla la egomanía, y de esta manía surge la enfermedad” (ibid. § 55), implicando así que simplemente deberíamos reconocer y servir a los dioses para no tener síntomas neuróticos. “Dios”, por un lado, y nuestros términos clínicos para síntomas y desórdenes, tales como “manía”, “fobia” u “obsesión”, por el otro lado, se refieren a la misma realidad, sólo que bajo nombres diferentes y desde puntos de vista diferentes. La realidad psicológica última es la misma. Por el mismo motivo Jung creyó que “Una psiconeurosis debe ser comprendida, en última instancia, como el sufrimiento de un alma que no ha descubierto su significado” (CW 11 § 497).

Sin embargo, es al revés. La idea de que deberíamos descubrir nuestro “significado”, o el del alma, y de que la neurosis se debe a la pérdida o ausencia de “significado” es en sí misma una manifestación de la neurosis que este descubrimiento pretende curar. Esta idea es una trampa, una interpretación neurótica de la neurosis. La neurosis, sostengo, no tiene nada que ver en absoluto con el tema del significado o la falta de significado. No tiene nada que ver con el tema de los dioses o de servir a un dios. La neurosis tiene que ver con un tema enteramente diferente.

Pienso que una razón por la cual fue posible para Jung tener estas ideas acerca de la neurosis fue que confundió dos cosas. Diagnosticó correctamente el fenómeno de un cambio histórico radical. Se había dado cuenta del hecho de que la historia como un todo está rota (en este contexto) en dos fases diferentes correspondientes a dos estados psicológicos muy diferentes. Esto es una cosa. La “sustancia” que atravesó ese cambio es la otra cosa. Está claro que el estado histórico previo fue un estado que puede ser correctamente descripto como caracterizado por la “animación primordial” de la naturaleza, la presencia de dioses en el mundo, o, más tarde, por la creación religioso-metafísica del mundo por el Dios único superior y la contención del mundo en el Plan de Salvación eterno de Dios. Estas condiciones pueden ser interpretadas anacronísticamente desde nuestro punto de vista moderno, como habiendo provisto “significado” a la vida en el mundo. Pero ni esta animación ni los dioses o Dios fueron la sustancia que cambió, es decir, que cambió de tal forma que precisamente persistió en esta forma alterada; no fue Zeus el que bajó del Olimpo y se convirtió en un síntoma psíquico o psicosomático en los individuos modernos. Más bien, la “sustancia” que cambió fue el alma. Ella (no él, Zeus) cambió de un estado que se caracterizaba por la necesidad previa del alma de expresarse a sí misma en el sentido de una animación de la naturaleza y en la fantasía (y la correspondiente experiencia) de dioses o Dios como presencias, a un nuevo estado en el cual el alma ya no sentía más la necesidad de expresar, y sin duda ya no era más capaz de expresar, su verdad más elevada en la fantasía de dioses o de Dios. El alma tenía necesidades diferentes. Es decir, Zeus (para mantenernos en este ejemplo) simplemente se desvaneció por completo en el punto de la transición, y los síntomas en el plexo solar son algo nuevo, una nueva “fantasía” necesitada por el alma para expresar su más alto valor de acuerdo al nuevo estatus lógico al cual había llegado mientras tanto.

La Ilíada de Homero o la Antígona de Sófocles no se convirtieron en la Divina Comedia de Dante, y esta última no se transformó en la tragedia del Fausto de Goethe y más tarde en el Zarathustra de Nietzsche. Cada una de estas obras es una creación original independiente. Cada una está enraizada en su propio tiempo y expresa la verdad (o un aspecto de la verdad) de ese tiempo. Cada una es el auto-despliegue (parcial) del alma en la manera en que estaba constituida en el locus histórico respectivo. Sin duda, hay una metamorfosis del alma y de su verdad, una metamorfosis que conduce a la emergencia de diferentes imágenes, ideas y comportamientos simbólicos (culturales) dominantes como manifestaciones de las verdades del alma en el curso del tiempo histórico. Pero no es una metamorfosis de manifestaciones o productos particulares de tiempos anteriores, tales como “los dioses”, como “sustancias” persistentes, en la manifestación de la verdad de otras eras. Zeus simplemente murió (dejó el mundo) cuando ese tiempo de cuya verdad o profundidad del alma él había sido la expresión se terminó y dejó paso a otro símbolo. El cambio de forma no es un simple cambio de vestidura, de nombre o un simple cambio de lugar, que el mismo contenido o elemento atraviesa. Es un cambio fundamental. Equivale a una reconstitución y redefinición que abarca el “mundo” entero y todo lo que hay en él.

El error de Jung, podemos decir ahora, fue en última instancia que a pesar de su idea básica e inestimable sobre el cambio de forma fundamental del alma, él eternalizó una forma positiva de manifestación de la vida del alma, esa forma que llamamos “dios(es)” y que fue relativa a una época histórica (muy larga), y la trató como si no fuese simplemente una forma de manifestación del alma, sino el alma misma, la sustancia subyacente que en su historia atraviesa cambios de forma. En el proceso de la metamorfosis del alma, eximió a esta forma (los dioses) de tener que verse inmersa en la negatividad absoluta del alma misma, de ser refundida en ello y así precisamente dar paso a otras formas de manifestaciones del alma. De esta manera lo que una vez había sido una forma de manifestación viviente involuntariamente se volvió, en el pensamiento de Jung, en una especie de positividad, en la suma total de estructuras “metafísicas” invariables (en última instancia) existentes (“arquetipos-en-sí-mismos”, los cuales por definición no están expuestos al curso del tiempo y sus cambios). El cambio de forma y de nombre que fue reconocido por Jung, tal como el cambio de “Zeus” a “síntoma neurótico” y el cambio de lugar del “Olimpo” al “plexo solar”, sólo fue un cambio superficial de nombre y vestimenta de lo que permaneció siendo lo mismo, un cambio en el nivel de las “imágenes arquetipales”, de las concepciones humanas, demasiado-humanas, no en el nivel de los “arquetipos-en-mismos” o en el alma.

Pero en el momento en que se entiende que el alma es negatividad absoluta, ya no tenemos positividades o sustancias invariables que, a pesar de cualquier cambio exterior en sus apariencias o nombres, permanezcan igual, inmunes al tiempo histórico. El alma no debe ser imaginada como el agua o el vino que puede rellenar diferentes recipientes (botellas, vasos, cubos, copas, fuentes) y que sin embargo permanece igual. Más bien, el alma ES en sí misma historicidad. ES tiempo, Es vida, el proceso de sus manifestaciones, el despliegue de sus cambios de forma, y sólo es eso. Existe sólo en sus manifestaciones—sin nada detrás de ellas (nada de lo cual ellas serían las manifestaciones). Junto con el cambio de forma y nombre y el cambio de lugar (correctamente observado por Jung) también obtenemos una realidad fundamentalmente nueva del alma. “Las cosas viejas han pasado; contemplad, todas las cosas se han vuelto nuevas.”

Los síntomas neuróticos no son, para quedarnos con el ejemplo de Jung, “Zeus” disfrazado, “Zeus” de incógnito (o cualquier otro dios o arquetipo no reconocido). La neurosis tampoco puede ser curada resolviendo este incógnito de manera que el dios nuevamente se pueda conocer conscientemente tras su forma moderna como síntoma neurótico (2), ni, de forma más general, por una reconexión del paciente con los dioses o por el encuentro de su “significado”. Si el paciente en su intento consiguiese refugiarse en tal sistema de creencias, podría, por supuesto, quedar subjetivamente aliviado de los síntomas neuróticos y de su previo sufrimiento (lo cual es algo cuyo valor yo no quiero subestimar), pero la neurosis misma, la estructura neurótica, sin embargo no se disolvería (3). Habría conseguido engañarse a sí mismo.


Notas

1. La neurosis sólo se ha vuelto posible desde que “la lucha de la luz contra la oscuridad transfirió su campo de batalla al interior {de la psique}” (CW 13 § 293, traducción modificada) y desde que “por primera vez desde el albor de la historia hemos conseguido tragarnos toda la animación {urprüngliche Beseeltheit} primordial de la naturaleza dentro de nosotros mismos” (CW 10 § 431, traducción modificada). El trabajo del psicoterapeuta “se lleva a cabo en una esfera en la cual el numen inmigró sólo recientemente y en la cual todo el peso de los problemas de la humanidad {menschheitsproblematik} ha sido desplazado (CW 16 § 449, traducción modificada).

2. Es interesante que con la relación “Zeus” - “síntoma neurótico” la oposición entre significado latente y manifiesto aparece en el pensamiento de Jung, una oposición que enfáticamente rechazó cuando se trataba de la cuestión de la interpretación de los sueños. La diferencia con el pensamiento de Freud aún así permanece, ya que, después de todo, “latente” y “manifiesto” eran vistos por Freud en el contexto de “represión" y distorsión de un “sensor”, mientras que Jung piensa de forma mucho más neutra en términos del inconsciente versus la cognición, en términos de “ver a través” (como habría dicho Hillman) lo incógnito.

3. Simplemente se habría desplazado de la persona al sistema de creencias, a la teoría, es decir, de su subjetividad e identidad personal individual encarnada a algo universal y objetivo (constructos metales).