11.8.18

El alma piensa siempre

W. Giegerich,
2007

Pasaje de ‘Psicología—El estudio de la vida lógica del alma’, CEP IV, pp. 334-7.

Traducción: Alejandro Bica.


El obispo Berkeley, de acuerdo con toda la tradición, afirmó que “el alma piensa siempre”. No se debería entender esta afirmación de manera abstracta y exclusivamente, como si el alma nunca deseara, imaginara, sintiera, se emocionara, etc. No, lo que significa es que incluso cuando el alma no está pensando en el sentido más riguroso y reducido de la palabra, sino cuando está imaginando cosas o sintiendo emociones apasionadas, sin embargo piensa, sólo que de una manera ocluida, confusa, implícitamente y por supuesto inconsciente. De Jung escuchamos que, “El hecho de que la consciencia no realice actos de pensamiento no prueba, sin embargo, que no existan. Meramente ocurren inconscientemente y se hacen sentir indirectamente en sueños, visiones, revelaciones, y en cambios ‘instintivos’ de consciencia, a partir de cuya naturaleza se puede ver que … son el resultado de actos inconscientes de juicios o de conclusiones inconscientes” (CW 11 § 638, trad. modif.) Incluso los síntomas corporales psicogénicos y los afectos son en el fondo pensamientos, pero, por decirlo así, pensamientos “materializados”, pensamientos sumergidos, hundidos en el medio físico, natural, del cuerpo o la emoción. La imagen es pensamiento sumergido en el elemento natural(ístico) turbio del espacio y el tiempo y en la forma material. Opuestamente, pensar es imaginar sublado (representación pictórica sublada). Y una psicología informada por la alquimia tendría la tarea de liberar “el espíritu Mercurius”, es decir, al pensamiento que está aprisionado en “la materia” (en la imagen, la emoción, el síntoma corporal), aprisionado en lo Real. En general podríamos establecer las siguientes series: el síntoma corporal es emoción sumergida, la emoción es imagen sumergida, la imagen es pensamiento sumergido, y a la inversa, el pensamiento es imagen sublada, la imagen es emoción sublada, la emoción es reacción o conducta corporal sublada.

En vista de estas ideas James Hillman una vez me confrontó con la cuestión crucial de si podría haber un pensamiento sin imagen y señaló al dicho de Aristóteles (De anima 431 a 16), “El alma nunca piensa sin imagen”. Tengo dos respuestas a esta cuestión.

Primero, hay que leer la afirmación citada de Aristóteles en conjunción con su discusión en De memoria 449 b 31 ss.: La imagen (phantasma) de algo cuantitativo conduce al conocimiento (al pensamiento) de algo no-cuantitativo. En tanto que el alma piensa, no piensa la imagen en la manera en que es imaginada. El pensar obra contra la particularidad de las imágenes. “Contradice la imaginación” (De insomn, 460 b 16-20). Aquello en lo que se concentra el pensamiento precisamente es algo más que lo que es imaginado, algo que la imaginación nunca puede representar. El pensar del alma del que Aristóteles habla es la facultad humana de pensar (que aparentemente inicialmente se apoya en la imaginación, pero sólo a fin de trascenderla y de alcanzar el territorio del pensamiento nativo del alma). “La fuerza motriz” de Aristóteles, sin embargo, es noêsis noêseôs, pensamiento puro, sin imagen, pensamiento que se piensa a sí mismo y no a otra cosa. E incluso el nous humano es el órgano de los principios (archai), que como tales no pueden ser imaginados. (Más o menos lo mismo es verdad para Plotino.)

En segundo lugar, no tenemos que aceptar en primer lugar la afirmación inicial de que el alma nunca piensa sin una imagen. Ciertamente, como escuchamos recién de Hillman (pero también relativizada), de acuerdo a la larga tradición aristotélica pensamos en imágenes. De alguna manera, esta tradición aún estaba en la raíz del representacionalismo temprano-moderno. E incluso después, Kant descubrió el “arte escondido en las profundidades del alma humana”, el arte de la productividad a priori y la imaginación (Einbildungskraft) inconsciente, y Fichte así como Schelling, sobre la base del descubrimiento de Kant, incorporaron sus propias versiones diferentes de ello en sus propios esquemas diferentes. Sin embargo: Hegel, después de sus comienzos tempranos, en su filosofía madura, destronó la imaginación productiva como el fundamento último de la consciencia del objeto. El movimiento interior de esta “Psicología” teorética va más allá de la imaginación y muestra que no es ella, sino la memoria reproductiva la que hace la transición al pensamiento. Hegel insistió en que pensamos en nombres, en las palabras del lenguaje […]. “En el nombre, la memoria Reproductiva tiene y reconoce la cosa, y con la cosa tiene el nombre, a parte de la intuición y la imagen”. “Dado el nombre león, ni necesitamos la visión real del animal, ni su imagen tampoco: únicamente el nombre, si lo entendemos, es la simple representación sin imagen. Pensamos en nombres” (G. W. F. Hegel, Enzyklopädie § 462 y la nota). Puedo hablar de mi padre (y sé muy bien de lo que estoy hablando) sin tener que producir la imagen de mi padre. Entiendo la palabra monstruo en una frase incluso si en mi mente no emerge la imagen concreta de un monstruo. Probablemente no podríamos comunicarnos correctamente en absoluto sobre asuntos más complejos si tuviésemos que producir la imagen correspondiente para todas y cada una de las palabras usadas en nuestras afirmaciones.

Mientras que la imagen retiene el vínculo con la apariencia natural de aquel que sea su contenido, los nombres de las cosas (“mesa”, “casa”, etc.) se refieren indirecta y arbitrariamente a ello, el significante (la secuencia de fonemas en el lenguaje oral, de letras en el lenguaje escrito) aquí no tiene relación con la apariencia sensible del contenido. Esta es la razón por la cual el mismo objeto tiene nombres que no están relacionados y que suenan completamente diferentes en los diferentes lenguajes (“table”, “Tisch”, “mesa”, “zhuozi”). En el lenguaje el espíritu ha asignado arbitrariamente ciertos sonidos de su propia producción a los respectivos contenidos y por lo tanto, incluso mientras posiblemente se esté refiriendo a cosas, sin embargo permanece con lo que es de su propia propiedad, más que mantener, con ternura narcisista hacia sí misma, la continuidad íntima con lo dado (la participación mística en el sentido de Jung). Este es precisamente el problema con lo imaginal e incluso con los símbolos: reafirman la continuidad con la semejanza natural a pesar de todo el esfuerzo subjetivo por no leerlos de manera literal. El corte objetivo (lógico), real, se evita. Los nombres (de las cosas) o las palabras son signos, no símbolos. “Cuando la Inteligencia ha designado algo, ha acabado con el contenido de la Intuición y le ha dado al substrato sensorial [p. ej., al signo de la palabra, al conjunto de sonidos, W.G.] como su alma un significado ajeno a ello”. (Ibid. § 457, Zusatz.)

Para Hegel, las imágenes pertenecen a un espíritu que aún sueña; el espíritu (mentalidad) sólo despierta en el ámbito de los nombres, los cuales, por ponerlo en terminología alquimia, son la evidencia existente de que el corte con la unio naturalis ya ha ocurrido y acompaña al lenguaje como un corte siempre ya cumplido. Ahora daría un paso más y diría que el pensamiento pictórico en imágenes, mientras que empírica y experiencialmente quizás viene primero, lógicamente es secundario porque presupone al lenguaje, pensando en palabras (nombres). Sin lenguaje no hay metáforas y no hay imágenes tampoco.