11.5.20

Sobre la neurosis de la psicología o el tercero de los dos

Por Wolfgang Giegerich, 1977.

Artículo publicado en The neurosis of psychology, volumen I de sus artículos reunidos en inglés, capítulo dos, 41-67.

Traducción: Alejandro Chavarría y Alejandro Bica.
Con enorme gratitud a Wolfgang Giegerich por permitir la publicación de la traducción en este blog.


Desde el principio, la psicología profunda ha estado expuesta a ataques. Hoy en día, es especialmente la izquierda política la que la crítica, acusándola de jugar con los individuos mientras descuida las causas reales de los trastornos psíquicos que son inherentes al sistema social. Por un lado, no debemos ignorar tal crítica; pero, por otro lado, debemos darnos cuenta de que, en última instancia, no puede afectar realmente nuestra disciplina porque las categorías político-sociales no son, en principio, aplicables a la naturaleza de la psicología. Debemos insistir en que la psicología se evalúe desde puntos de vista psicológicos, del mismo modo que la física, la medicina o la política se evalúan de acuerdo con criterios físicos, médicos o políticos, respectivamente. No debemos sucumbir a la tentación (a pesar de la evidente fascinación que tiene hoy) de usar en psicología un pensamiento sociológico o político. En este sentido quiero estar seguro de hacer justicia al interés crítico en este artículo, pero quiero desarrollar y hacer plausible la crítica estrictamente desde el pensamiento psicológico mismo y desde la propia tradición de la psicología profunda. Tanto en Freud (especialmente en su artículo sobre el análisis interminable) como, sobre todo, en Jung, ya encontramos comienzos cruciales de una crítica inmanente (psicológica) de la psicología profunda, y nuestra tarea es simplemente abordarlos y desarrollarlos, mientras que hasta ahora, en su mayor parte, han sido ignorados.

1. La tercera persona de la psicoterapia

En contraste a 'terapia grupal', hablamos de 'terapia individual', 'Einzeltherapie'. Una formulación extraña, porque, ¿no implica un asunto de una sola persona? Esta formulación evoca reminiscencias de la temprana “cura por la palabra”, el monólogo del paciente, en el que el terapeuta funcionaba solo como un público observador, un extraño. A través de este término parece inmiscuirse un patrón de pensamiento médico convencional en nuestro pensamiento psicológico, o más bien, aferrarse a él, aunque creemos que lo superamos hace mucho tiempo. Seguramente, sabemos y aceptamos que la psicoterapia es un asunto de dos personas, un diálogo, ante el cual el analista está inevitablemente atraído, y con el cual Jung incluso fue mucho más allá del reconocimiento de una dualidad basada en la transferencia al exigir que el médico salga completamente de su rol y entre plenamente en el proceso en pie de igualdad con el paciente. Así como el paciente debe levantar su máscara en el análisis, también se supone que el analista debe renunciar a su anonimato. La mutualidad toma el lugar de la asimetría. Sabemos y afirmamos esto —pero el término “terapia individual” (y ni hablar de nuestra práctica) muestra el poder que tiene el pensamiento convencional sobre nosotros. Obviamente, “todavía pensamos en la psicoterapia como un proceso unidireccional en el que todo gira en torno al paciente. Él tiene que ser curado. La psicoterapia está fijada en el paciente.

Jung incluso fue más allá de la idea del diálogo a una comprensión dialéctica de la psicoterapia. Mientras que un diálogo es una interacción o comunicación entre dos personas, la dialéctica involucra a un Tercero. Una comprensión dialéctica de la terapia implica que el médico y el paciente no están solos. Siempre hay un tercer factor, una tercera “persona” presente. Esta idea del Tercero caracteriza completamente la visión de Jung de la psicoterapia. Leemos, por ejemplo, en “Psychology of Transference” (CW 16 § 399), “La inducción psicológica inevitablemente hace que las dos partes se involucren en la transformación de la tercera y se transformen en el proceso”. Es esta tercera “persona” de la que depende en última instancia la terapia. Aquí no se considera la inducción psicológica como algo que va del paciente al analista o viceversa, sino más bien como una incrustación de ambas personas en la Tercera, en “inconsciencia mutua” (CW 16 § 364). En lugar de concentrarse asimétricamente en el paciente, ambas personas ahora centran su atención en este tercer factor objetivo.

¿Cuál es este factor, quién es la tercera persona de psicoterapia? Es, por supuesto, el alma, que ya no se debe imaginar como propiedad individual de cada una de las otras dos personas, sino que se le debe dar una realidad independiente. Es el mundo de los complejos e imágenes arquetípicas, de puntos de vista y estilos de consciencia, y por lo tanto también es la psicología misma, en el sentido más amplio de la palabra, incluyendo todas nuestras ideas sobre el alma, su patología y terapia, así como nuestra Weltanschauung. “Como la más compleja de las estructuras psíquicas”, escribe Jung (CW 16 § 180), “la filosofía de vida de un hombre forma el polo contrario de la psique condicionada fisiológicamente y, como el dominante psíquico más elevado, determina en última instancia el destino de este último. Guía la vida del terapeuta y da forma al espíritu de su terapia”. La tercera persona se despliega en dos aspectos o contrapartes, que se pueden distinguir, pero que en última instancia se unen: el alma misma y la teoría al respecto (psicología), y, si seguimos a Jung, es lo último de quién el destino de la primera depende.

Nuestras teorías psicológicas son, por lo tanto, de suma importancia para el resultado de la terapia (cf.: CW 10 § 340). Están presentes desde el principio, y guían y dan forma al espíritu de la terapia. Si la psicología es en este sentido la tercera persona autónoma con una presencia viva y decisiva en psicoterapia, también se puede sospechar que tiene su propia inconsciencia —y posiblemente incluso su propia neurosis.

2. La neurosis de la psicología

Fue nuevamente Jung quien formuló esta sospecha y la elaboró. En un artículo escrito en 1934, llega a la conclusión de que “[n]o hay manera, me parece, de cómo la psicoterapia de hoy pueda sortear una gran cantidad de desaprendizaje y reaprendizaje, ... hasta que pueda tener éxito en ya no pensar neuróticamente”. (CW 10 § 369, trad. modif.). Para empezar, la psicología misma piensa de forma neurótica, según Jung. En el mismo artículo encontramos una serie de formulaciones diferentes para esta idea, principalmente en referencia al psicoanálisis de Freud. Por lo tanto, Jung argumenta que precisamente lo que le sucede al neurótico ha sido elevado al nivel de una “teoría” por el psicoanalista, de modo que el paciente y el médico montan “el mismo caballo de batalla” (OC 10 § 362). “Es positivamente grotesco que el médico deba caer en una forma de pensar que en otros censura correctamente ... y quiere curar …” (CW 10 § 356). O, “Freud, en otras palabras, tomó en serio las conjeturas neuróticas y, por lo tanto, cayó en la misma trampa que el neurótico …” (CW 10 § 365, modif.).

Estas frases contienen una tesis escandalosa. La neurosis no es lo que tiene el paciente y para lo que la psicología proporciona el remedio, sino que ya es inherente a la psicología terapéutica misma. Paciente y médico —¡un caso de folie à deux! En lugar de ser la respuesta curativa a la neurosis, en lugar de superarla y ponerle fin, la psicología terapéutica es la continuación de la neurosis por otros medios. O, en palabras de la broma cínica atribuida a Karl Kraus, el psicoanálisis es esa enfermedad que pretende ser la cura.

Debido a que Jung ejemplificó esta tesis principalmente por el psicoanálisis, generalmente se tomó como una expresión de su supuesto resentimiento anti-freudiano y, por lo tanto, no se consideró necesario tomarla en serio. No queremos seguir este hilo de pensamiento y colocar la idea de Jung dentro de una fantasía de la batalla entre las escuelas de psicología profunda. Más bien, la tomamos en serio, ya que contiene un principio importante, una herramienta crítica con la que examinar nuestras propias suposiciones psicológicas. Nuestra pregunta crítica es: ¿dónde, en y con nuestras teorías, montamos el mismo caballo de batalla que el paciente?

La pregunta no está dirigida a nosotros como personas. Nuestro propósito aquí no es analizar las características neuróticas del terapeuta como individuo privado, sino las de la psicología en sí, que estamos considerando aquí como una “persona” autónoma. Queremos averiguar si nuestra teoría psicológica se ha apoderado de los patrones y mecanismos de pensamiento neurótico en la estructura de su propia “consciencia” y si trata de luchar o curar esos mismos mecanismos en el paciente para defenderse de ser consciente de su propia neurosis. ¿La psicología “escenifica” (en el nivel de la teoría) en lugar de “recordar”, erinnern? Por supuesto, es imposible revisar la suma total de nuestras ideas psicológicas en este artículo. Debemos contentarnos con una serie de ejemplos característicos que muestran el principio indicado por Jung operando en áreas centrales de nuestra psicología.

3. La 'negación de lo negativo'

Tomo esta frase e idea de Depth Psychology and a New Ethic de Erich Neumann, donde se revela como siendo el núcleo de la mentalidad de chivo expiatorio de la antigua ética, mientras que la psicología profunda en su totalidad ha significado la confrontación del hombre moderno con todos esos factores ante los que querría cerrar los ojos. Esto fue cierto desde el comienzo del psicoanálisis con Freud, quien provocó el reconocimiento de la sexualidad dentro de un mundo victoriano, al énfasis de Jung en la sombra y su intento de integrar la idea del mal incluso en la imagen de Dios. El principio de la psicología profunda es el levantamiento de las represiones, y no cabe duda de que este principio guía la práctica de los psicoterapeutas analíticos, que no quieren distraer al paciente de sus síntomas, sino permitirle a él (o a ella) ‘retroceder’, es decir, seguir el camino de su patología. Demasiado para la práctica analítica. Pero, ¿qué hay de la teoría psicológica?

Me parece que lo que piensa nuestra teoría acerca de la regresión se puede resumir en el refrán que se cita a menudo “reculer pour mieux sauter”: regresión con el propósito de una progresión aún mejor. Afirmamos la patología y la regresión, pero solamente porque hay una recompensa en perspectiva. La teoría psicológica sostiene una zanahoria, al igual que en la teología cristiana la promesa del Cielo hace que el valle de las lágrimas sea apetecible. Es solo una aceptación simbólica, requerida por las circunstancias, pero no una afirmación sincera. Al igual que el neurótico, si resulta que su fantasía no puede realizarse, está listo para soportar todo tipo de síntomas desagradables y para aceptar todo tipo de concesiones —siempre que no tenga que renunciar completamente a su fantasía— así la psicología está dispuesta a hacer concesiones al Id, las fantasías infantiles y la patología, si puede evitar tener que cambiar su actitud más íntima de hostilidad hacia lo patológico. Incluso si en la práctica analítica se aceptan los síntomas y las tendencias regresivas, nuestro pensamiento conserva la actitud habitual que llamamos negación de lo negativo. ¡Reculer pour mieux sauter significa un retorno, no de lo reprimido, sino de la represión! La represión contra la que luchamos en la consulta vuelve como un espíritu represivo en nuestra propia teoría. Aquí nuestras ideas psicológicas siguen claramente a la mente neurótica.

Del mismo modo, cuando la psicoterapia en su conjunto se concibe siguiendo el modelo de la medicina y entendiéndose a sí misma principalmente como una profesión de curación, hereda la posición hostil que la medicina mantiene frente a la enfermedad. Por supuesto, un punto de vista que continúa la hostilidad del paciente hacia su trastorno no está de acuerdo con el principio de la psicología profunda. Tanto Freud como Jung lo sabían. Freud afirmó claramente que el psicoanálisis no era un departamento de medicina, ni un capítulo en un libro de texto de psiquiatría, ni siquiera psicología médica, sino psicología pura y simplemente. (1) Y Jung llegó al extremo de rechazar por completo la voluntad de sanar y cambiar, o al menos dudó de ello. “Pero cuando un paciente se da cuenta de que curar a través del cambio significaría un sacrificio demasiado grande, entonces el médico puede, de hecho debería, renunciar a cualquier deseo de cambiar o curar” (CW 16 § 11, cursivas mías), por que lo que llamamos curación en realidad equivale a una amputación (CW 10 § 355). En lugar de la actitud hostil habitual, Jung imagina un agradecimiento hacia los síntomas neuróticos (CW 16 § 11) y exige, “Incluso deberíamos aprender a estar agradecidos por ella [por la neurosis], de lo contrario la pasamos por alto y perdemos la oportunidad …” (CW 10 § 361). “En la neurosis está escondido el peor enemigo y el mejor amigo de uno. Uno no puede calificarlo demasiado [!] ... ” (CW 10 § 359). “No debemos tratar de 'deshacernos' de una neurosis, sino experimentar lo que significa, lo que tiene que enseñar, cuál es su propósito. ... Una neurosis es verdaderamente eliminada solo cuando ha eliminado la actitud falsa del ego. No la curamos —ella nos cura” (ibíd. § 361). Aquí el pensamiento de Jung ha renunciado por completo a la actitud reculer pour mieux sauter. Esta es una verdadera psicología profunda, lo negativo ya no es negado, ni siquiera en secreto, sino incondicionalmente “erinnert” y afirmado —sin dejar abierta una escotilla de escape.

La teoría junguiana distingue un aspecto positivo de uno negativo de los arquetipos, y cuando encontramos el aspecto negativo operando en un paciente, creemos que es necesario 'constelar' el correspondiente positivo. Aquí se expresa nuestro “miedo pánico” (CW 10 § 530) a la psicopatología, así como nuestro intento de combatirlo mediante medidas apotropaicas. Usamos a la buena madre para expulsar a la mala madre. Lo negativo no debe ser. Pero no luchamos simplemente a través de actividades (constelando el aspecto positivo), sino también teóricamente a través del “truco neurótico del menosprecio eufemístico” (CW 10 § 365): concebimos todas las imágenes “negativas” como meramente temporales, como una expresión de una etapa intermedia que, con suerte, será seguida por imágenes ‘positivas’ y ‘prospectivas’. Así devaluamos lo negativo. La oscuridad no es ‘nada más que’ un viaje nocturno por el mar en el que habrá un nuevo amanecer, y es por el amanecer que estamos dispuestos a ir a la oscuridad. Peor aún —“la muerte” se convierte en el camino hacia el renacimiento. Si es así como vemos la muerte, como un mero pasaje, no tiene una realidad plenamente propia. Se le degrada a ser un medio para un fin.

Así, la psicología toma partido por la vida y por la luz y contra la oscuridad y la muerte; menosprecia lo negativo y, a través de ese pensamiento, trata de superarlo, dejarlo atrás o debajo. Aquí tenemos en nuestra propia teoría lo que Jung llama la negación de la mano izquierda. La aceptación de la oscuridad es, por así decirlo, escenificada. Queremos que el paciente (o nosotros mismos como personas) la acepte; proyectamos la tarea de aceptarla en las personas y en el consultorio, y así salvar nuestra teoría de tener que admitir la oscuridad y la muerte en su estructura más íntima. Del mismo modo, nos gusta usar la fórmula ‘todavía no’, esa variedad de ‘nada más que’, y así colocar lo negativo o imperfecto en una fantasía escatológica de desarrollo o crecimiento. El paciente ‘aún’ está en la fase oral o urobórica, ‘todavía no’ ha alcanzado el nivel genital o la etapa racional solar. Con tales formulaciones expulsamos implícitamente la condición en la que se encuentra ahora; la condición actual no se acepta como lo que es, sino solo por lo que pueda salir de ella. Inherente a la esperanza positiva de un futuro mejor hay una condena al presente. Parece que aceptamos la sombra; en realidad todavía la reprimimos, solo que de una manera más sutil y menos obvia. La misma distinción entre lo positivo y lo negativo significa una disociación. Además, como juicio de valor moralista, necesariamente implica una devaluación y repudio. Hablando sobre símbolos, Jung se opone a tal pensamiento. “El carácter moralista e higiénico de nuestros días siempre debe saber si tal o cual cosa es dañina o útil, correcta o equivocada. Una psicología real no puede ocuparse de tales interrogantes; reconocer cómo son las cosas en sí mismas es suficiente” (CW 6 § 203). Positivo (prospectivo) y negativo no son categorías psicológicas sino instrumentos de represión moralista.

Nuestra teoría está llena de ego; psicología del ego, funciones del ego, desarrollo del ego y etapas del ego, conciencia del ego y fortalecimiento del ego. ¿Qué significa esto si no es que nuestra teoría está dominada o fijada por el mismo ego que debería ser “eliminado” por la neurosis, como escuchamos de Jung? “‘¡Al diablo con el mundo del Ego! …’” (Letters 2, 9 de enero de 1960, a Hugo Charteris). La psicología ha incorporado nuevamente una aberración neurótica en su propia teoría. El arquetipo del héroe, que de alguna manera puede considerarse un modelo fundamental de comportamiento neurótico, incluso se ha convertido en el prototipo cuasi oficial del “desarrollo saludable”. Es el héroe quien hace el corte fatídico que divide la mano izquierda de la derecha, los elementos preciosos del desperdicio, y por lo tanto produce la fantasía neurótica, es decir, la condición de disociación, donde “antes” había habido integridad.

Cuando tal ego heroico se enfrenta a las consecuencias de su violencia y se cansa de su demostración de fuerza, puede anhelar abandonarse a la “Gran Experiencia”, la Urerfahrung (Neumann), la “Experiencia Cumbre” (Maslow), o el “Momento Creativo”, algo bastante fuera de lo común, que, por lo tanto, tampoco se puede lograr dentro de la vida ordinaria. Este ego esperará una experiencia numinosa descomunal, el sueño Arquetípico muy especial, o practicará todo tipo de técnicas meditativas, o incluso usará drogas para realizar su viaje especial. Un término como Gran Experiencia implica una traición a los pequeños eventos de la vida cotidiana y la impotencia del héroe para experimentarlos. El pensamiento detrás de tales términos nos aleja aún más de nosotros mismos y de las cosas simples al depreciarlos e inflarnos. Luego, tal intento toma el lugar de las experiencias de los sentimientos auténticos, que requieren un gran esfuerzo, “para repetir un evento espontáneo e irracional mediante un arreglo deliberado e imitativo de las circunstancias análogas …” y “mediante la aplicación de un método, para lograr los efectos de la experiencia primordial ….” “Curiosamente, uno no se da cuenta de que se trataba de un estado de emoción espontánea, natural o ekstasis, y por lo tanto, todo lo contrario de una imitación metódicamente interpretada” (Letters 2, 19 de octubre de 1960, a Melvin J. Lasky). Si nos aclaramos el fervor de que la psicoterapia se aplica al propósito de inventar métodos que permitan a los pacientes sentir de nuevo y desarrollar su vida emocional, su sensibilidad corporal y sus relaciones, el fervor de enseñarles cómo practicar la meditación y dejar salir gritos primarios, uno reconoce en este entusiasmo la misma mentalidad heroica del ego que en realidad se supone que debe superarse a través de estos esfuerzos por la capacidad de rendirse y practicar la meditación.

Otro tipo de negación de lo negativo se puede encontrar en la actitud que caracteriza a la psicología profunda convencional. Mientras que la terapia apunta a la flexibilidad, la espontaneidad, la asociación libre y la imaginación activa y quiere proporcionar un clima de calidez y comprensión, la psicología como teoría está interesada en hechos concretos, en un cuerpo sistemático de conocimiento basado en la experiencia sobre la psique en conceptos bien definidos, e intenta darse un aire científico mediante el uso de una jerga técnica, tipología, expresiones clínicas, incluso ‘casos’, mediante el diseño de pruebas y el empleo de otros métodos para la validación de sus hallazgos.


En nuestra práctica prestamos atención a los consejos de Jung para evitar cualquier técnica rígida y estar abiertos a la individualidad del paciente y a los requisitos del momento. Pero nuestro pensamiento teórico está dominado por preguntas prácticas y técnicas: ¿terapia grupal o no? ¿Se permite tocar al paciente? ¿Qué hacer si el paciente ...? ¿Cómo lidiar con las reacciones de transferencia? ¿Podrían “otras” técnicas, como la gestalt o el grito primal, enriquecer nuestro repertorio? Tales son las preguntas que realmente nos interesan, lo que demuestra que la mente tecnológica está firmemente arraigada en el pensamiento de la psicología misma. La actitud que prevalece en la teoría psicológica es de control, de “pensamiento dirigido”, de codicia. Si planteamos tales preguntas, si el método de cómo lidiar con los problemas técnicos está tan cerca de nuestros corazones, ¿esto no significa que nos permitimos albergar la misma mentalidad tipo receta de la que queremos disuadir a nuestros pacientes, por ejemplo cuando nos piden una solución ya hecha para deshacerse de este o aquel problema? “La ‘técnica’ es inconmensurable. La personalidad del paciente exige todos los recursos de la personalidad del médico y no trucos técnicos” (CW 10 § 338, trad. modif.). No puede ser que esto se aplique solo a la sala de consulta. También debe ser válido para nuestro propio pensamiento teórico. Pero obviamente nuestra teoría usa los mismos mecanismos de defensa de racionalización e intelectualización que combate en el paciente; teorización imaginativa, así llamada especulación, está prohibida en la psicología teórica, ya que es una implicación personal tonificada y un modo de retórica. La teoría psicológica excluye de sí misma, de su propia actitud, los mismos modos que, como psicoterapia, práctica y busca en la sala de consulta. El pensamiento simbólico es algo que el paciente (o el hombre moderno en general) debe desarrollar, pero nuestra teoría lo rechaza como un “pensamiento inferior”.

Incluso nuestra idea de totalidad participa del pensamiento neurótico. Porque esperamos lograr la completitud al añadir funciones previamente descuidadas al número de funciones bien desarrolladas o compensando una unilateralidad suministrando al lado que falta. De esta manera obtendremos solo un conjunto de funciones, que en sí mismas son unilaterales y están escindidas, pero nunca obtendremos totalidad. “Del mismo modo que la suma de todos los ceros nunca hará ‘uno’” (CW 10 § 516), la adición de funciones o aspectos de la personalidad nunca traerá unidad. Incluso después de su combinación, permanecerán unilaterales.

Jung ridiculizó la idea equivocada de completitud en una carta de 9. I. 1960 (a Hugo Charteris), discutiendo el tema de “Sócrates y su flauta”. Afirma que “[l]a historia comienza con su daimonion, susurrándole al oído: ‘¡Deberías hacer más música, Sócrates!’ Con lo cual, el viejo y bien intencionado Sócrates fue a comprar una flauta y comenzó a hacer ejercicios lamentables. Obviamente entendió mal el consejo, pero de una manera característica”, al tomar la voz interior “literal y técnicamente como si fuera un hombre moderno” —o, yo añadiría, como si fuera un psicoterapeuta junguiano moderno. ¿Cuál fue su malentendido? Que pensaba que podía lograr la totalidad al compensar sus actividades filosóficas unilaterales (pensamiento) con la actividad ‘opuesta’ (música). La ecuación “filosofía + flauta = totalidad” es obviamente errónea según Jung. La compensación no significa un comportamiento (en el sentido más amplio de esta palabra: todas las acciones observables directa o indirectamente del organismo) que se añade a la actividad unilateral, sino que implica un cambio de actitud. En lugar de pensar en el nivel del comportamiento (= literalización), Sócrates debería haber entendido el consejo psicológicamente. Entonces no habría tocado la flauta a modo de contrapeso; habría y podría haberse quedado con la filosofía —pero luego habría filosofado de una manera menos racionalista, más “musical”. La unilateralidad no era de su comportamiento (su especialización en filosofía), sino de las actitudes con las que practicaba esta verdadera y única profesión suya (cf. Berry, “On Reduction” en cuanto a esto (2)). Por lo tanto, Sócrates escenificó la compensación en el nivel del comportamiento cuando debería haberlo logrado en el nivel de la psicología, es decir, en el “Erinnerung” (remembranza/interiorización), para un cambio interno de mentalidad.

Ahora, volviendo a nosotros mismos y a la psicología, podemos decir que también tratamos de escenificar la idea de totalidad proyectándola en el paciente como una tarea a realizar y entendiéndola en el nivel de comportamiento en términos de equilibrar las diversos funciones o actividades. Pero para Jung, la totalidad es una cuestión de “Blick fürs Ganze”, teniendo “un ojo para la psique en su conjunto” (CW 10 § 370, trad. modif.), no una cuestión de convertirse en un manitas psicológico. No es nuestra especialización lo que tiene que cambiar, sino la estrechez mental con la que vemos. El lugar donde debe lograrse la totalidad, donde debe desarrollarse la función inferior y donde deben integrarse las deficiencias que llamamos “sombra” no es en el hombre mortal como persona —pensar así sería soberbio— sino que es en la psicología, la psicología de cada uno de nosotros, como tenía lugar para el propio Jung cuando escribió su libro sobre tipos. Con estos comentarios ya estamos tocando el tema de la siguiente sección.

4. Personalismo y reduccionismo

En el mismo artículo que nos dio nuestra piedra de toque para examinar la psicología en busca de una posible neurosis, Jung describe “el mal principal de la neurosis” como la pérdida de la “gran relación”. Él “que niega lo grande debe culpar a lo insignificante”. Por lo tanto, Freud quería “poner fin de una vez por todas al aspecto más amplio del fenómeno psíquico”, dice Jung con referencia a The future of an illusion, “y en el intento continúa el trabajo funesto que se está llevando a cabo en cada neurótico: la destrucción del vínculo entre los hombres y los dioses …” (CW 10 § 367). La psicología nuevamente perpetúa el principio mismo detrás de la neurosis del paciente.

Lo que Jung ataca aquí podría llamarse el empirismo de la psicología, esa visión que, debido a que niega “lo grande”, busca las causas en “lo insignificante”, es decir, trata de “explicar” la neurosis causalmente con todo tipo de factores “empíricos”: la sexualidad o cualquier instinto biológico, la mala madre, la estructura familiar, las condiciones sociales, una deficiencia orgánica, las experiencias durante la infancia, el trauma del nacimiento, etc., etc. En todas esas teorías están operando los mecanismos de defensa del desplazamiento y la proyección; no solo nuestro interés es dirigido fuera de nuestro propio campo y la psicología enraiza heterónomamente en otras ramas del conocimiento (biología, sociología, conductismo, medicina, etc.), sino que la neurosis misma se desplaza lejos de nosotros mismos, desde el alma, hacia algún factor extrínseco. Las neurosis no deben bajo ninguna circunstancia —como proclaman estas teorías— ubicarse dentro del alma. La fuente externa de la neurosis, por supuesto, debe buscarse relativamente cerca de nosotros, como en nuestro cuerpo (sexualidad) o en alguna “función inferior” —será aceptable siempre que pueda ser experimentada (imaginada) como algo externo y objetivo, en otras palabras, siempre que no implique nuestra subjetividad más íntima, el alma.

Jung, por el contrario, abogó por la idea de que la neurosis se origina, no de ningún factor empírico, sino “del alma del paciente. Tampoco proviene de algún rincón oscuro del inconsciente, como muchos psicoterapeutas aún luchan por creer ...” (CW 10 § 337, trad. modif.). La psicología científica, que tiene como objetivo el conocimiento de hechos objetivos, evita el uso de la palabra “alma” en favor de “comportamiento” —y esto no por una pequeña razón. No se trata de ‘meras palabras’, sino de una realidad más intensa: la objetividad científica nos ayuda a ‘escapar de ella’, nos ayuda a defendernos de la neurosis y a mantenerla a raya, afuera. (3) Nos equivocamos al creer que la magia de las palabras ocurre solo en el primitivo y en algunos pacientes; sucede ahora y en nuestro terreno de la psicología. La evitación de la palabra alma y el “menosprecio eufemístico” de la palabra comportamiento es un intento demasiado ansioso de sellar nuestra subjetividad más íntima contra cualquier influencia ‘malvada’. No es de extrañar que una psicología tan aislada (autista) escenifique la idea de relación con el exceso.

Paradójicamente, la subjetividad cuidadosamente evitada regresa inconscientemente dentro del mundo científico objetivo de los hechos, en más de una forma. No quiero entrar aquí en el tema de las “conjeturas subjetivas” (CW 10 § 356) que subyacen a las supuestas ‘explicaciones’ y ‘leyes’ objetivas de la psicología científica, pero me limitaré a la discusión del personalismo. La psicología empírica solo conoce los fenómenos psicológicos que pertenecen a las personas, es decir, puede concebirlos solo en términos de propiedad personal, de ‘mía’ o ‘suya’ o ‘tuya’ (cf.: CW 12 § 562). La metáfora raíz de la psicología es el atomismo. Primero vienen todas las personas individuales y solo luego el alma (el alma, los instintos, los sentimientos y los pensamientos de cada persona). Si el alma existe para la psicología como innumerables almas individuales y separadas, ¿cómo puede haber totalidad? Del mismo modo, se piensa que la psique en sí misma está compuesta de unidades autoidénticas (llamadas agencias, funciones y similares), es decir, unidades que se conciben original y principalmente como separadas y que forman un todo solo a causa de estar combinadas dentro de un sistema (conglomerado). Ya hablamos sobre el hecho de que la estructura misma de nuestro pensamiento teórico establece el aislamiento y la separación que se quiere superar a través del esfuerzo por la totalidad. También sabemos que la suma (combinación) no puede crear un todo a partir de lo que se define como escisión, sino que es indispensable un cambio de nuestra teoría en la dirección de un “Blick fürs Ganze”.

Ahora agregamos que la psicología debe comenzar desde el “todo”, desde “lo grande”, desde el “vínculo entre los hombres y los dioses”, si quiere llegar a la totalidad y sanar las divisiones neuróticas. Es por eso que Jung pensó muy poco en basar nuestras ideas en estudios de casos, en la observación clínica dentro de la sala de consulta. “El alcance debe ampliarse para revelar ... el todo significativo” (CW 10 § 354). Por esta razón, Jung recurrió a campos aparentemente remotos y extraños como la mitología, el gnosticismo y la alquimia cuando se trataba de ver obra “el rango completo de la psique humana” (CW 10 § 369). Y en lugar de explicar el “aspecto más amplio del fenómeno psíquico” a partir de la experiencia de la sala de consulta, a la inversa trató de ver al paciente y al comportamiento personal a la luz de las ideas obtenidas de tales estudios excéntricos.

Por qué Jung recurrió a campos tan extraños y qué se entiende por “lo grande” y “lo insignificante” puede aclararse a partir de una analogía que E. Wind usa en una conexión similar. Habla de un iconógrafo que, debido a su enfoque reduccionista, descubrió que “las creaciones simbólicas de genios son, por desgracia, más difíciles de fijar a un tema definido que los inventos alegóricos de artistas menores” y agrega:

“Si esto es así, hay algo mal con la forma de fijar. Un método que se ajusta al trabajo pequeño pero no al grande obviamente ha comenzado en el extremo equivocado. En geometría, si puedo usar una comparación remota, es posible llegar a paralelos euclidianos reduciendo la curvatura de un espacio no euclidiano a cero, pero es imposible llegar a un espacio no euclidiano comenzando con paralelos euclidianos. Del mismo modo, parece ser una lección de la historia que el lugar común puede entenderse como una reducción de lo excepcional, pero que lo excepcional no puede entenderse amplificando el lugar común. A la vez, lógica y casualmente lo excepcional es crucial, porque introduce … la categoría más amplia.” (4)

Pero, ¿somos los junguianos los que no estamos haciendo uso de la categoría más amplia, no estamos comenzando también con la “totalidad” y lo “grande”? Después de todo, los conceptos del inconsciente colectivo y de los arquetipos están en el centro de la Psicología Analítica. Sin embargo, cuando observamos lo que realmente hacemos, pienso que es una ilusión suponer que la Psicología Analítica es menos personalista que, digamos, el psicoanálisis. La diferencia es simplemente que este último admite abiertamente su enfoque personalista y reductivo, mientras que nuestra teoría lo disfraza.

¡Hablamos de la madre concreta y de las otras mujeres de la familia y las designamos como “la esfera matriarcal”! Describimos a una madre como negativa y luego decimos que evocó el aspecto negativo del arquetipo de la madre a través de su naturaleza. ¿Qué estamos haciendo aquí? Si una mala madre evoca el mal aspecto del arquetipo de la madre y una buena madre el buen aspecto, entonces esto significa que la persona concreta es la realidad real y decisiva. El arquetipo ya no es en absoluto una imagen primordial, no es original, sino un factor derivado y dependiente —si no es simplemente una palabra grande, inflada, pero vacía detrás de la cual no hay otra realidad sino la madre personal. Es una mera duplicación de esta madre, de la misma manera que Freud describe a los padres imaginarios en el romance familiar de los neuróticos (5): estos padres nuevos y ennoblecidos muestran características que se derivan del recuerdo de los padres reales, de modo que el niño realmente no elimina al padre, sino que solo lo magnifica. Este análisis evemerístico se adapta perfectamente a nuestro uso personalista del término arquetipo: incluso si desaprobamos correctamente la reducción personalista donde se usa para menospreciar el material arquetípico de la fantasía —hay cosas que legítimamente pueden estar, incluso deberían estar, sujetas a una interpretación reductiva: nuestros conceptos inflados.

El origen y la raíz de las imágenes arquetípicas (la forma en que las comprende la Psicología Analítica) son las personas empíricas. Es también por esta razón que en Psicología Analítica encontramos casi exclusivamente a los arquetipos de la madre (+ anima), el padre (+ animus) y el sí mismo: la riqueza y multitud de figuras arquetípicas que encontramos en la mitología se han reducido a estos tres o cinco (mostrando que nuestros “arquetipos” son) derivados de, y representan, la familia real (engrandecida). Esto significa que la vieja falacia sensacionalista todavía está en funcionamiento y que solo está disfrazada en la Psicología Analítica. ¡Qué honesto y aliviador es el lenguaje de Freud! Él quiere decir madre y dice madre. Nosotros nos referimos a la misma madre, pero la inflamos en un arquetipo. Así destruimos lo que el término arquetipo real y ‘originalmente’ se refiere; cancelamos esa ‘sustancia’ imaginal de nuestro pensamiento, pero tenemos éxito en ocultar esta pérdida porque con una especie de ‘estrategia de inmunización’ (H. Albert) conservamos la palabra arquetipo así como el aura numinosa que se adhiere a ella. Sin embargo, esta aura ahora se atribuye a personas o partes de la personalidad empírica. Al socavar así el concepto de arquetipo desde adentro y presionar lo transpersonal en los estrechos confines de lo personal y lo empírico (entendido de manera personalista), incluso más definitivamente, ponemos fin al aspecto más amplio del fenómeno psicológico que Freud pudo conseguir al negarlo totalmente. Nuestro uso convencional de arquetipos, por lo tanto, es todo lo contrario de “comenzar con la categoría más amplia”: equivale a nada menos que a una apoteosis de lo personal(ístico) y, por lo tanto, amarra de manera absoluta e incuestionable al “mal principal de la neurosis” en nuestro teoría porque proporciona autenticación divina para éste.

5. El efecto de la psicología

La psicología ha caído en el mismo modo de pensar al que se opone en el neurótico. Pero si la psicología en sí misma es neurótica, ¿cómo puede tener un efecto curativo (que obviamente tiene)? Este es un dilema muy curioso, ya que no podemos negar con razón ni la neurosis ni el efecto curativo. Parece que solo hay una respuesta posible: la psicología no sana a pesar de su neurosis, sino a causa de ella. Esto también encajaría con la idea de que ‘curar’ es en sí mismo un concepto neurótico. ¿No podría ser que el paciente se libere de su neurosis (personal) porque en la terapia la transfiere a la psicología, para que esta última la lleve por él? En opinión de Freud, la neurosis cambia a una neurosis de transferencia. Pero, ¿qué pasa con esta nueva neurosis, a dónde va cuando la transferencia se “disuelve”? ¿Debemos pensar que las realidades objetivas transpersonales llamadas “transferencia” simplemente se disuelven en el aire?

Diría que se transfieren nuevamente, pero esta vez no a una persona, sino a una estructura objetiva. Es la psicología la que recibe la neurosis en sí misma, como en un recipiente, y así alivia al paciente. El instrumento de esta transferencia es el número interminable de interpretaciones (“trabajadas”) durante el análisis, mediante el cual la neurosis se profundiza y se amplía (“amplifica”) y la mentalidad del paciente se eleva al nivel objetivo de la psicología. Lo que a veces se llama la “objetivación de la neurosis” podría significar precisamente este proceso. El paciente se cura a través de su nueva conexión con la teoría impersonal que reivindica la validez universal (por ejemplo, la superación del complejo de Edipo; la individualización). Por lo tanto, adquiere una actitud más objetiva y transpersonal hacia sí mismo. Lo que cura es el carácter impersonal de la teoría, que aparece en psicología como en cualquier parte de la hermenéutica, la ciencia, la filosofía o la religión. Esta es la razón por la cual cualquier psicología funciona en la práctica terapéutica. Que nuestra psicología sea personalista en su contenido no altera el hecho de que, como un sistema de significado, siga siendo objetiva y transpersonal. De hecho, desde un punto de vista arquetípico, es en sí misma una sustancia arquetípica, aunque el objetivo de esta psicología es negar cualquier cosa arquetípica (Freud) o abusar de los conceptos arquetípicos reductivamente (Psicología Analítica). (En otras palabras, el reductivismo personalista es en sí mismo un modo arquetípico).

De ser así, el principio de epistrophé (la reversión o el retorno de nuestras idiosincrasias personales a los dominantes arquetípicos apropiados) (6) se confirmaría una vez más; sería el principio incluso detrás de la psicoterapia convencional, a menudo antiarquetípica, y el análisis funcionaría con la teoría como un factor autónomo, incluso al negar que sea así. En la medida en que dicha revisión no es una cuestión de comprensión intelectual, sino que requiere, para tener una realidad psíquica, un ritual, podemos entender por qué el tedioso proceso de terapia debe repetirse con cada paciente nuevamente. La terapia no supera, sino que, por el contrario, se inicia plenamente en ese mundo (arquetípico) que se llama neurosis (y que se materializa en la psicología). Es esta iniciación la que libera a la persona individual. Nuestra psicología tiene el mismo propósito que, por ejemplo, el culto mitraico o su sucesor, el cristianismo, lo hizo para el hombre de la antigüedad tardía. Como religiones redentoras proclamaron la victoria de la luz sobre la oscuridad (lo que ahora llamaríamos La Represión Exitosa) y, por lo tanto, permitieron al individuo reflejar su neurosis personal en un contexto transpersonal y darle un hogar allí. La psicología con su escatología del desarrollo no es simplemente un paralelo y un sucesor del cristianismo, sino que es una verdadera religión redentora con un culto muy severo —solo que disfrazado.

Nuestra psicología puede tener éxito en la terapia. Pero, por supuesto, la neurosis como tal permanece, y cada análisis exitoso ayuda a neuroticizar la psicología una vez más o, al menos, a mantenerla neurótica. La psicología en su conjunto no cura la escisión; más bien, perpetúa la neurosis y la amarra firmemente. Y la cura del paciente es solo una parte del efecto de nuestra psicología terapéutica. El otro lado es que en más de 80 años de psicoterapia de ninguna manera se han podido reducir el número de trastornos psíquicos a nivel colectivo. La psicología en general es abortiva; se malogra. La neurosis y la psicología médica son frutos del mismo árbol. Juntos parecen ser uno de los “juegos que la gente juega”, como policías y ladrones.

El desplazamiento o la transferencia del nivel personal a la psicología objetiva significa que esta psicología, como fenómeno cultural y como una forma general de verse (neuróticamente) a uno mismo y a la psique, lleva consigo las semillas de neurosis siempre nuevas; las perturbaciones que toma del paciente, de alguna manera las devuelve a la población en general (“Zeitgeist”). Nuestra psicología ha incorporado la compulsión a la repetición en la terapia; por cada paciente que completó su análisis, hay varios otros esperando comenzar uno. Con estos hallazgos agregamos un aspecto adicional a la idea pesimista de Freud sobre la interminabilidad del análisis. Él discutió la duración interminable del análisis del paciente individual y la posibilidad de que un análisis pueda finalizar con un éxito momentáneo, pero no con un éxito definitivo (preventivo). Nuestro punto de vista diferente además tiene en cuenta el efecto del análisis para la población en general no analizada, es decir, el carácter epidémico de la enfermedad llamada análisis. Nuestro resultado confirma las conclusiones de Hillman, quien abordó este mismo tema, también con referencia a Freud, desde su perspectiva elegida de histeria y misoginia. (7)

6. La terapia de la psicología

En el pasado, hemos podido practicar psicoterapia de buena fe, sabiendo que incluso si personalmente tenemos nuestra parte en la neurosis, al menos servimos a una causa que estaba encima de la mesa; las deficiencias y fallas en la terapia se debieron a la fragilidad humana (demasiado humana), no al método mismo de la psicoterapia. Ahora, además de la visión humillante de la posible neurosis del terapeuta, tenemos que vivir con el descubrimiento mucho más hiriente de que incluso nuestra causa, la psicología, es completamente neurótica. ¿Deberíamos, por lo tanto, abandonarlo? Por supuesto que no. Si lo hiciéramos, reaccionaríamos una vez más a la neurosis con defensas y represión. No, como terapeutas también debemos aceptar la neurosis de nuestra propia disciplina. Jung dice que uno debería estar agradecido con la neurosis y aprender no cómo deshacerse de ella, sino cómo soportarla. Es sobre todo la psicología la que tiene que aprender esta lección, no solo el paciente. El falso egocentrismo de nuestra teoría tiene que ser eliminado. Entonces la psicología misma debe ser su primer paciente. Ahora tenemos que darnos cuenta de que el análisis de las personas involucradas (paciente y analista) no será suficiente; la teoría necesita un análisis igual de intenso. No todo está hecho si yo como analista he sometido mi desorden neurótico personal a análisis; mi desorden impersonal, la neurosis de mi psicología, permanece intacta. (Y, sin embargo, es la neurosis impersonal la más cercana y más íntima a nosotros, ya que está enraizada en el núcleo transpersonal de la personalidad). Es por eso que Jung habló de la necesidad de que la psicología “desaprenda y vuelva a aprender”, de la necesidad de una “revisión radical” (cf. el título de Hillman: Re-Visioning Psychology) y de una “liberación de ideas gastadas que han restringido seriamente nuestra visión de la psique en su conjunto” (CW 10 § 369s.). Sobre todo, exigió una crítica de las premisas y presuposiciones subyacentes a nuestro pensamiento, de hecho, una “psicología crítica”.

Freud, en su artículo sobre “Análisis Terminable e Interminable”, se dio cuenta de que el intento de acortar la duración del análisis muestra un resto del desdén impaciente de la medicina por las neurosis y él mismo optó por “establecerse la meta, no abreviar, sino profundizar el análisis”. (8) Esta profundización necesaria, sin embargo, no debe entenderse en términos de duración o minuciosidad en detalle, ni como penetración en trastornos ‘más tempranos’ (narcisismo primario o traumas prenatales) o causas más básicas (el cimiento biológico de Freud). Estas son las categorías incorrectas, que necesariamente hacen que el análisis sea interminable (infinito) ya que siempre se puede encontrar algo más básico o anterior. Este pensamiento equivale al intento inútil de llegar a su fin siguiendo los paralelos euclidianos al infinito.

La profundización del análisis debe tomarse más bien como una progresión a un nivel fundamentalmente nuevo, a la “categoría más abarcativa” de Edgar Wind, a la “curvatura del espacio no euclidiano”. La psicología debe ser curva (intentio obliqua), doblarse hacia atrás, reflejarse en sí misma. Los mismos principios analíticos con los que hasta ahora recurrió al paciente (con la intención empirista recta) ahora pueden aplicarse a sí misma y así completar y cumplir el análisis tomándose en serio, como tercera persona. Esto es lo que significa “psicología crítica”.

Hasta ahora, los psicoterapeutas hemos actuado (¡e investigado!) tan inconscientemente en nuestra profesión como lo hicieron los nativos de Jung en Kenia cuando realizaron el ritual de saludar al sol naciente. Tenemos, por supuesto, un rico conocimiento de qué hacer y decir y cómo interpretar, pero si nos preguntaran (como si fuésemos los africanos preguntados por Jung) por qué nos comportamos y pensamos de esa manera, podríamos, como aquellos nativos, no presentar otro fundamento que no sea “porque es la verdad, así son los hechos, solo miren todo este material del caso” y podríamos, con este dogmatismo, traicionar nuestro inconsciente. (Que nuestros hechos están, en cierta medida, validados empíricamente, mientras que los de Kenia no lo estaban, obviamente no hace ninguna diferencia con respecto a la consciencia. La evidencia empírica válida puede establecer un conocimiento verdadero, pero no hace más consciente. La superstición y la ciencia, a pesar de su diferencia fundamental, están, por lo tanto, en el mismo nivel a este respecto porque comparten la misma creencia ciega (cegadora) en los hechos. “La colaboración de la psique —un factor indispensable— permanece invisible” [CW 10 § 498].)

El principio de la psicología profunda es el levantamiento de las represiones, y la “regla fundamental” psicoanalítica fue establecida para cumplir este principio. Freud afirma acerca de la aplicación de esta regla: “Es una cosa muy notable que toda la empresa se eche a perder si se hace una sola concesión secretamente. Si en algún lugar de una ciudad existiera el derecho de santuario, uno puede imaginar que no pasará mucho tiempo antes de que todos los deleznables de la ciudad se reúnan allí.” (9) Pienso que nuestra teoría psicológica, tan descuidada, es tal santuario. Allí, como hemos visto, se reúnen todas las ideas neuróticas. La psicología escenifica sus puntos de vista en su ‘comportamiento’ (es decir, la psicoterapia), pero la teoría, como la ‘consciencia’ y la ‘actitud’ de la psicología, está protegida y defendida contra tal visión. He dado una serie de ilustraciones para esto. A modo de recordatorio. Quiero señalar el efecto o el propósito inherente del enfoque genético: el uróboros, el narcisismo primario, el Einheitswirklichkeit, el pensamiento mágico y cosas similares están puestos (vía proyección) lo más alejado posible de nosotros por nuestra teoría, ya sea en lo que no somos (el hombre prehistórico, el niño o el genio creativo) o en lo que de ninguna manera queremos ser (el paciente neurótico), para evitar que nuestro propio pensamiento y forma de ver —nuestra subjetividad más profunda— se vean afectados por estas realidades. No queremos renunciar a este último recurso y refugio y cambiar fundamentalmente, sin reservas (lo que Jung llamó de forma radical “desaprender y volver a aprender”). La última fortaleza más secreta y más interior de la vieja actitud centrada en el ego es la teoría psicológica, cuya participación en la terapia y en la transferencia no está sujeta a análisis de la misma manera que las otras dos personas. Ahora vemos por qué el análisis fracasa a pesar de su tremendo esfuerzo: toda la empresa se echa a perder porque se ha hecho una concesión, aunque únicamente sea en un solo lugar.

Hay una cortina de hierro entre la terapia y la teoría. El practicante, enfatizando las experiencias sentimentales, desprecia la teoría como un intelectualismo; para el psicólogo científico la teoría es algo sagrado que debe mantenerse limpia de emociones, imaginación y neurosis. A través de esta disociación obtenemos tanto una práctica neurótica como una teoría neurótica. En general, se acepta que intelectualizar los propios afectos es un mecanismo de defensa, pero no se ve lo opuesto, que ignorar la teoría por la introspección personalista, etc., también es una defensa. Por supuesto, no ayudaría si la teoría se hiciera más relevante en la práctica y si el practicante se ocupara más de la teoría. Esto acercaría los dos extremos, pero no importa lo cerca que se acerquen, la división neurótica de la psicología permanecería. Lo que se necesita es su unidad, “totalidad”. Esto es a lo que Freud iba cuando habló de “Junktim zwischen Heilen und Forschen” (el paquete de curación e investigación). (10) La terapia es teórica y la teoría obra en la terapia. En realidad, no podemos restringir la terapia al consultorio y el teorizar a los libros. Jung escribiendo sus estudios teóricos y psico-históricos no solo proporcionó herramientas teóricas para el análisis. Su trabajo escrito es en sí mismo terapia, una terapia de pleno derecho, en la medida en que apunta a afectar nuestras actitudes de consciencia. Al pensar lo contrario, separaríamos la teoría.

Por el contrario, estamos sujetos a un autoengaño si creemos que una introspección cada vez más profunda o el abandono de las experiencias sentimentales al estilo grito primal traerían una iniciación genuina al ‘mundo interior’. La introspección significa que nos miramos a nosotros mismos y por lo tanto obviamente desde afuera. Iniciación, por el contrario, significa entrar, pero cuando esto sucede estamos en “eso” y somos parte de ello y, por lo tanto, ya no podemos mirarlo. Abandonar las experiencias sentimentales implica, sin duda, entrar. Pero, como sugiere el término abandono, algo quedó fuera y detrás que, por lo tanto, no participa en el proceso de transformación y, por lo tanto, puede servir como ancla y terreno firme. Las experiencias pueden ser tan intensas como lleguen, sin embargo, nada verdaderamente esencial en el sentido de iniciación habrá sucedido debido a la reservatio mentalis, a la exclusión previa de nuestra mente, que sigue siendo tan racionalista y egoica como antes. Solo la mitad entra y siente. O es todo el ego el que entra, pero entonces la reserva mental significaría que, a pesar de girar alrededor como a una unidad por las emociones, la estructura interna del ego permanecería intacta. En la llamada experiencia del sentimiento, es el viejo ego el que experimenta y siente. Sigue siendo el sujeto idéntico a sí mismo incluso cuando se ‘relaciona’. Es cierto que la psicología debe ser subjetiva. Pero su subjetividad no puede ser la propiedad personal ‘mía’, del ego —más bien, debe ser una subjetividad impersonal y objetiva, una que primero me da mi sentido de ‘mi-idad’.

Como dijimos, la psicoterapia se centra en el paciente o, en el mejor de los casos, en el paciente y el médico (en sus experiencias y reacciones personales), en resumen, en lo personal. Por lo tanto, la psicoterapia personalista es realmente un folie à deux, un encuentro buberiano Yo-Tú, porque solo se aceptan dos personas, tertium non datur. La “gramática” de la psicología es defectuosa, no podemos conjugar adecuadamente: yo, tú —ahí es donde nos detenemos. Pero la “conjugación” adecuada (en griego: ¡syzygía!) sabe de una tercera persona, de Eso objetivo e impersonal (la psique objetiva, lo “grande”, Psychologia) que está presente junto con las otras dos personas porque es su aspecto más amplio e impersonal. Freud se acercó mucho a esto con su id, pero desafortunadamente colocó el id dentro del individuo como una parte de la personalidad. Cuando la psicoterapia se ve en términos del diálogo entre dos personas, un Yo y un Tú, no hay sicigia ni conjugación, sino una “disiunctio” absoluta (cf. CW 16 § 397); (la palabra habitual de Jung es disociación): médico - paciente, cuerdo - neurótico, consciente - inconsciente, pensamiento - sentimiento, etc. El eros de la transferencia puede intentar, lo más duramente posible, unir a los dos, pero nunca irá más allá de una “neurosis de transferencia”. Cuando el marco de la psicología es personalista porque no se ve el tercero de los dos, no puede haber coniunctio. El “hijo del alma”, que según Jung (CW 16 § 465) es la meta de la transferencia (y de la psicoterapia), no nacerá: dicha psicología debe ser abortiva; debe fallar; el hacer-alma no puede tener lugar. En cambio, la psicoterapia tendrá que dedicarse a fines “prácticos” (curación, fortalecimiento del ego, modificación del comportamiento, entrenamiento de la sensibilidad, experiencias emocionales, desarrollo de todas las funciones, etc.) y volverse tecnológica, como hizo Fausto después de la coniunctio, que casi habiéndose logrado, finalmente falló. También en su caso, tuvo que fracasar ya que el “proceso objetivo de la unión” fue perturbado por la “intervención personal de Fausto”, su identificación con la figura mitológica (= transpersonal) de Paris (CW 12 § 558s.).

Jung siempre insistió: el origen de la neurosis radica, no en el pasado, sino en el presente, es decir, cerca de casa. En este espíritu necesitaríamos concentrarnos en lo que está más cerca de casa: nuestra actitud de consciencia, nuestras teorías. Para hacer psicología debemos “erinnern”, para hacer alma, volver a casa. En lugar de buscar los arquetipos por ahí y así reificarlos, necesitamos desarrollar un enfoque arquetípico; en lugar de ubicar la psique en las personas, debemos aprender a ver psicológicamente; en lugar de hablar sobre los uroboros en el niño o en el paciente, nuestra psicología debe avanzar hacia una consciencia urobórica. Si la psicología se ha convertido en su primer paciente y si su “espacio” es curvo, de modo que todas las líneas “rectas” vuelvan a ser como el draco caudam suam devorans (el dragón devorando su cola), ya no estará fijada en el paciente, en comportamientos y en la práctica.

Ambos fundadores de la psicología profunda, Freud y Jung, observaron la cura analítica con cierto desapego, Freud confesando que nunca había sido un entusiasta terapéutico, ni un verdadero médico y que nunca había tenido un fuerte deseo de ayudar al sufrimiento, Jung admitiendo bastante poco interés en las personas y los hechos externos de la vida. Esto no significa que se relacionaron con el paciente con indiferencia, sino que podría arrojar luz sobre por qué estaban destinados a ser psicólogos. El interés del psicólogo no se dirige a la persona factual y a su comportamiento, sino a los asuntos psicológicos. La línea curva que sigue la mirada psicológica se encuentra con el paciente y con los hechos —no los evita y, en cambio, se vuelve meramente hacia adentro (introspección)—, pero continúa y vuelve a su lugar de origen. Su objetivo es su propio origen, no el paciente. La psicología no habla del paciente, del objeto externo, sino siempre de sí misma; y la psicología propiamente dicha solamente comienza donde sigue al uroboros, el dragón de la imaginación, (11) es decir, donde se fusiona con el imaginario mismo. Pero en este movimiento circular, el paciente es abarcado, no como un punto fijo y un fin en sí mismo, sino como algo que se lleva y ‘se ve a través de él’. Lo mismo, sin embargo, se aplica al sujeto que ve (ego); también deja de ser un punto fijo y entra en la rotatio alquímica, de modo que no quedará nada fijo y ‘fáctico’, ninguna reserva, ¡el movimiento circular de la imaginación misma se convierte en el único hecho (y ‘factor’)! Y esta disolución de las dos personas fácticas y sus egos autoidénticos en el movimiento circular es el propósito real de la terapia. Esto es lo que debe entenderse como el objetivo de ‘cambiar al paciente’, mientras que la modificación de su comportamiento y otros propósitos prácticos y problemas factuales con los que se ocupa la psicología clásica ahora no parecen ser en absoluto verdaderamente psicológicos, ya que solo la entrada dentro de la circulatio es una auténtica iniciación.

Jung se esforzó mucho por comunicar esta idea. Su enfoque tipológico de 1913 ya tenía el propósito de apartar la disputa entre las diversas escuelas (Freud—Adler—Jung) del nivel empírico de los hechos hacia un punto de vista psicológico: en lugar de probar o refutar empíricamente las diversas teorías, reflexionó sobre la pregunta, completamente diferente, de qué hizo que Freud o Adler vieran las cosas como lo hicieron. Su tipología ciertamente no fue suficiente para esta tarea (por lo que Jung más tarde la dejó en favor de la teoría arquetípica mucho más amplia y sutil), pero este intento inicial dejó atrás la fijación científica en el objeto y en los hechos, regresando a la indagación psicológica en sí misma y, por lo tanto, reconociendo la autonomía de la psicología.

Con respecto a la terapia, Jung expresó las mismas ideas, por ejemplo, exigiendo una “contra-aplicación al médico mismo de cualquier sistema en el que se crea” (CW 16 § 168), ya que el médico está tanto ‘en análisis’ como lo está el paciente, como una “parte del proceso psíquico” (§ 166). Ambos están dentro del proceso, no al revés. Se requiere el “paso de la educación a la autoeducación” (§ 170), y con “esta revolución [Wendung]”, “la psicología analítica ha roto los lazos que hasta entonces la habían vinculado al consultorio del médico. Va más allá de sí misma …” y “puede pretender convertirse en una propiedad de la cultura en su conjunto [Allgemeingut zu werden]” (§ 174, modif.). Se necesita una visión del alma totalmente diferente a la visión biológica previa, ya que el alma es “mucho más que un simple objeto de interés científico. No es solo el paciente sino también el médico, no solo el objeto sino también el sujeto ... la condición absoluta de la consciencia misma” (§ 173).

Aunque aquí ciertos elementos del lenguaje de Jung todavía parecen tener un reparto personalista —“autoeducación”, por ejemplo, podría confundirse en el sentido de un esfuerzo personal (autoerótico) por parte del médico— el texto citado en su conjunto, sin embargo, expresa la visión de Jung de lo que uno podría llamar una psicología trascendental-dialéctica. Va más allá de todo empirismo y personalismo, más allá de lo práctico y concreto, más allá de la sala de consulta (incluso cuando podría estar allí) y ve la psicología (y la sesión analítica) desde la perspectiva de Vermittlung, la mediación. La “revolución” de Jung (Wendung) recuerda a la Kopernikanische Wendung (revolución copernicana) de Kant, así como una formulación tal como “la condición absoluta de la consciencia misma” es análoga a la preocupación de Transzendentalphilosophie por las “condiciones de la posibilidad de un a priori” de, digamos, juicios sintéticos. El alma es mediación, un “entre”. Pero este entre (por ejemplo, de transferencia) no debe ser imaginado como una flecha (unidireccional o bidireccional), una cuerda tendida entre (12) analista y paciente, sino más bien como algo que rodea y abarca, además de trascender, a ambas personas. Incluso si también está en cada uno de nosotros y, como tal, tiene un aspecto empírico, en realidad es “un alma única que lo abarca todo” (CW 10 § 175, modif.), la “misma alma de la humanidad” (CW 16 § 65), reflejando al Ser como tal (GW 16 § 203), un mundo de dimensiones cósmicas (CW 10 § 366). Por esta razón la psicología nunca puede ser una rama especial de la ciencia, ya que debe convertirse en Allgemeingut y comenzar desde una perspectiva global que solo pueda hacer justicia a un alma de dimensiones “cósmicas”. El siguiente diagrama, adaptado de Erich Heintel, (13) puede ilustrar la visión de Jung de la sesión analítica (y la psicología en general).

———— Mediación ————

mediación                objeto
·                       ·
(analista)           (paciente)

—————————————

El alma como mediación ocurre dos veces: como periferia (psique transpersonal) y como consciencia personal del analista (incluida su psicología), que se rige por los dominantes objetivos y ve al paciente en consecuencia. Nuestras teorías psicológicas son más grandes que nosotros y anteriores a nosotros mismos. Nos rodean y abarcan tanto a nosotros como a lo que percibimos (por ejemplo, el paciente). Esta visión comienza con la totalidad y “lo grande” y, por lo tanto, ya no se enfrenta con la tarea autodestructiva de tratar de unir dos almas individuales que están separadas por definición.

De esta manera, también debemos concebir la paradoja del ego-sí mismo. El sí mismo no está tanto en mí, no es “mi” verdadera naturaleza, aunque puede brillar a través de mí. … ¡La individuación, por lo tanto, no significa un proceso de autorrealización empírico-personal, sino que es un “propósito trascendental” (CW 14 § 790)! Es algo intangible e indefinible; empíricamente hablando no es nada en absoluto: es “meramente” imaginal. Desde un punto de vista práctico el negocio de la psicología es “vano” e “inútil” —pero ahí radica su distinción. En la misma línea, Jung afirma: “Preocuparnos por los sueños es una forma de reflexionar sobre nosotros mismos —una forma de autorreflexión. No es nuestra conciencia del ego reflejándose a sí misma ... No se refleja en el ego ... sino que recuerda ese ser extraño, ajeno al ego …” (CW 10 § 318). Y el sueño no es tanto “mi” sueño, sino un mensaje del alma inconsciente y unitaria de la humanidad” (ibíd.). Sin embargo, agregaría aquí que tampoco puede ser el ego (la conciencia del ego) el tema de esta contemplación. Nietzsche habla de un “Ungeheure Selbstbesinnung: nicht als Individuum, sondern als Menschheit sich bewußt werden” (Tremenda autocontemplación: no como un individuo, sino como la humanidad tomando conciencia de sí). (14) No solo es importante de qué me vuelvo consciente, sino también como qué me vuelvo consciente: quién es el sujeto en mí. Yo, como sujeto, ya debo, para empezar, estar sintonizado con el “alma de la humanidad”, con el punto de vista de la mediación y lo imaginal, para poder contemplar “ese yo extraño”. Similia similibus: debe ser el sí mismo que se contempla en mí y a través de mí. Es por eso que la verdadera psicología presupone una iniciación. No se puede aprender ni enseñar. Uno debe ser capturado, como por el yugo de la patología.

Hemos visto que la psicología se vuelve neurótica al defenderse de su propia patología. Por lo tanto, trata de evitar tener que sufrir una iniciación y de tomar consciencia de sí misma Para poner al descubierto la neurosis y para ponerle fin, la psicología debe “erinnern”, tomarla en sí misma y devolverla a su origen, el alma. Entonces se levanta la represión. Podemos entender por qué esto generalmente no sucede y por qué Nietzsche habló de una autocontemplación tremenda o terrible. Desde el punto de vista del ego habitual, esta tarea de psicología es nada menos que cortar la rama en la que uno está sentado, de modo que uno pierde el firme agarre y se sumerge en la profundidad sin fondo del espacio “intermedio” donde no hay líneas rectas ni puntos fijos. Pero entonces comenzaría la rotatio, la psicología sería el alma ‘recordada’ (erinnert); terapia y teoría, fantasía y hecho, analista y paciente ya no podrían mantenerse separados. El reino de la mediación se abriría y nacería el “hijo del alma”.

Me gustaría repetir: el lugar donde la psicoterapia tiene que suceder y donde no sería solamente abortiva es en la tercera persona objetiva, impersonal y, sin embargo, también la más subjetiva: la psicología. Integrar, desarrollar, compensar, sanar, “recordar” (erinnern, interiorizar), imaginar, introspección, iniciación, análisis, expandir la consciencia de uno y aquello que busca la psicoterapia son tareas a realizar no por la persona, sino por la psicología. Solo en este nivel, en el “plano superior de la dialéctica psicológica y filosófica” (CW 10 § 333), la psicología puede volverse psicológica, porque solo esto abre la tercera alternativa al estancamiento de los opuestos: el reino imaginal del hijo del alma. Cualquier cosa verdaderamente importante no puede suceder en nosotros a menos que ocurra en nuestra psicología. Porque estamos en ella— incluso si pensamos que está en nosotros. En lugar de necesitar métodos psicológicos para obtener experiencias personales más intensas, podríamos descubrir que la psicología en sí misma puede ser nuestra riqueza y nuestra experiencia más personal: la experiencia de hacer alma.

Notas

1. “Nachwort zur ‘Frage der Laienanalyse’” in Sigmund Freud, Studienausgabe, Ergänzungsband, Frankfurt 1975, p. 343s.

2. Patricia Berry, “On Reduction”, Spring 1973, p. 80s. y passim.

3. (Nota añadida en diciembre de 2004) es decir, a defendernos lógicamente…, manteniendo la neurosis lógicamente a raya.

4. Edgar Wind, Pagan Mysteries in the Renaissance (New York: Norton, 1968), p. 238.

5. “Der Familienroman der Neurotiker”, en Sigmund Freud, Studienausgabe, vol. 4, p. 226.

6. Sobre “epistrophé” ver James Hillman, Loose Ends (Zürich: Spring Publications, 1975), p. 50.

7. James Hillman, The Myth of Analysis (Evanston: Northwestern UP, 1972), pp. 291ss.

8. “Die endliche und die unendliche Analyse” en Sigmund Freud, Studienausgabe, Ergänzungsband, Frankfurt, 1975, p. 387 (mi traducción).

9. “Further Recommendations in the Technique of Psycho-analysis”, en Sigmund Freud, Collected Papers, vol. II (London, 1953), p. 356n.

10. “Nachwort zur ‘Frage der Laienanalyse’”, in Sigmund Freud, Studienausgabe, Ergänzungsband (Frankfurt, 1975), p. 347 (mi traducción).

11. Sobre el dragón de la imaginación ver James Hillman, “The Great Mother, her Son, her Hero, and the Puer”, en Fathers and Mothers (Zürich, 1973), p. 112.

12. Cf. Martin Heidegger, Die Frage nach dem Ding (Tübingen, 1962), p. 188.

13. Erich Heintel, Einführung in die Sprachphilosophie (Darmstadt, 1972), p. 92.

14. Freidrich Nietzsche, Der Wille zur Macht, aforismo 585.