26.6.20

Liberándose en uno mismo, en el ser o naturaleza de uno

Wolfgang Giegerich. 

Pasaje tomado de ‘What Are the Factors That Heal?’, pp. 82-94.
Traducción Alejandro Bica. 


“[V]amos al […] tema del liberarse uno mismo, concretamente el liberarse a uno mismo o más bien liberarse en uno mismo. También podríamos decir que es el liberarnos de nuestro aprisionamiento en nuestra subjetividad. Jung quería que aprendiésemos a enfrentarnos objetivamente, a vernos desde fuera, como un vis-à-vis objetivo. Tengo que volverme un otro para mí mismo, por así decirlo, tengo que tomarme como un hecho objetivo. Jung lamentó la “ingenuidad infantil” del hombre moderno, diciendo: “No tiene objetividad hacia sí mismo y no puede considerarse como un fenómeno que se encuentra en la existencia y con el cual, para bien o para mal, es idéntico” (MDR p. 341).

Esta ganancia de una distancia objetiva hacia uno mismo no es fácil. Para empezar, estamos encerrados dentro de nuestra propia subjetividad. Nos vemos solo subjetivamente, en términos de nuestra autoimagen, de nuestro ideal egoico y de lo que demandamos sobre nosotros mismos. Muchas, muchas personas se condenan o se sienten culpables o avergonzadas porque no son del modo en que piensan que deberían ser. Esta es una indicación de su relación exclusivamente subjetiva hacia sí mismos y de su estar totalmente identificados con ellos mismos. Piensan que su ser o naturaleza debería seguir sus pensamientos y deseos subjetivos (lo cual, paradójicamente, a menudo están modelados según principios morales generales o por valores del entorno social de uno, lo cual muestra que nuestra subjetividad no es para nada solamente subjetiva, ni que está aislada, sino que desde el arranque está construida socialmente). Piensan que ellos deberían ser capaces de decidir como son. Sus sentimientos de culpa y vergüenza son evidencia del hecho de que no ven que de hecho no pueden decretar o dictaminar como son, pero aun así se aferran a esta idea. No han sido destronados, ni desintegrados. En los sentimientos de culpa o vergüenza se celebra la ilusión de que deberían moldearse de acuerdo a los propios estándares o a los de la sociedad.

Para llegar a volverse objetivo para uno mismo, la tarea debería ser la de liberarse de la autodefinición subjetiva de uno, de los ideales de uno mismo y de las demandas sobre uno mismo. Tengo que dejarme ser del modo en que soy. No soy mi propio arquitecto o diseñador. No soy mi propia idea, mi propia fantasía, a la cual le puedo dar la forma que quiero. Más bien, me encuentro a mí mismo como a un hecho crudo dado. Hace rato que aparecí con mis ideas de cómo debería ser o deseo ser o pienso ser, ya fui terminado, un hecho cumplido: determinado biológicamente, impreso socialmente, y formado por mi propia historia, mis propias respuestas tempranas y ahora habituales hacia el mundo. Existo en el pretérito perfecto. Mi naturaleza me precede. Llego tarde con mis deseos y demandas. Esta es la razón por la que debemos diagnosticar como neurótico el sentimiento doloroso y profundo que encontramos en mucha gente, el sentimiento de que realmente deberían ser diferentes, de que solo si se les permitiera (moralmente, socialmente) ser de la manera en que son solo entonces se les permitiría ser del modo en que realmente son. Permiso y prohibición hacen sentido solo con respecto a algo aún pendiente. Pero la decisión acerca de nuestra naturaleza particular ya se ha hecho. El modo en que somos yace detrás nuestro, en el pretérito perfecto.

De modo que todo lo que hay que hacer es rendirse incondicionalmente. Tengo que bajar de la altura de mi soberanía imaginada con respecto a mí mismo (es decir, a mi constitución real) y humillarme a mí mismo. Tengo que inclinarme ante mí mismo, ante el hecho natural que soy, ante mi naturaleza inmutable. Tengo que aprender a recibirme del modo en que estoy dado a mí mismo por la vida o la naturaleza. Ahora estoy sujeto, sujetado, a mí mismo, bajo mí mismo. Como sujeto moderno solo soy el guardián o custodio de mí mismo. Mi naturaleza me ha sido confiada como a un pupilo. Antiguamente, bajo condiciones diferentes del mundo, esta actitud se expresaba y se vivía realmente mediante la idea de que uno es una Criatura de Dios.

Esto también significa que tengo que aprender a tomar una actitud estrictamente empírica, casi científica, hacia mí mismo. […] Para averiguar quién soy realmente tengo que exponerme a las pruebas de las situaciones de la vida real y ver cuáles son sus resultados. […] [E]l paciente tiene que dejar sus ideas fijas de su autoidentidad detrás, las cuales son ilusorias. Esto es así porque no venimos al mundo con un manual que da una descripción plena de nosotros. No comienzo con un conocimiento a priori de mi mismo. Más bien, lentamente, muy lentamente, paso a paso, en el curso de mi vida, y a menudo dolorosamente, tengo que descubrir a partir de la experiencia cómo soy realmente; porque inicialmente, mi ser real está inevitablemente envuelto en mis ideas, deseos e ilusiones sobre mí mismo de modo que no lo veo.

En segundo lugar, después de haber llegado a un conocimiento de cómo soy, tengo que aprender a ser obediente a mi ser-así como mi ley. El animal, como una vez dijo Jung, “es un ciudadano de buen comportamiento en la naturaleza, es piadoso, sigue el camino con gran regularidad … Solo el hombre es extravagante …”. (C.G. Jung, Visions: Notes of the Seminar given 1930-1934 […] p. 168.) Los animales son respetuosos con la ley. Nacen en sus leyes; existen, por decirlo así, como su pretérito perfecto desde el arranque. De modo que no pueden tener ninguna ilusión sobre sí mismos, no pueden desviarse de sus leyes. Pero lo que los animales son por nacimiento, los humanos, cuya distinción es estar lógicamente exiliados de nuestro ser, desalojados del pretérito perfecto que somos, y liberados en el reino de las ideas y fantasías, tenemos que adquirirlo en nuestra autorelación y mediante un logro ético consciente. Es el logro de nuestro sometimiento a nuestra naturaleza particular, de permitir que nuestro pretérito perfecto sea alcanzado por nosotros, qué digo, sobrepasado por nosotros. Solo entonces volvemos a casa a nosotros mismos y nos establecemos en nuestro ser. Es parte de la existencia humana como existencia humana vivir con o como un hysteron-proteron. Podríamos describir este cambio hacia el recibirme a mí mismo desde la vida en el modo en que soy con imágenes sexuales. Podría ser el cambio del “engendrarme” o “generarme” a mí mismo a la “concepción” de mí mismo, es decir, mi autoconcepción, donde concepción, por supuesto, es diametralmente opuesto al otro sentido de la palabra: idea, visión, diseño o proyecto. Implica, por el contrario: estoy preñado con mí mismo como el hecho crudo que soy, y lentamente a lo largo de toda mi vida tengo que darme nacimiento a mí mismo. También podríamos decir que es un movimiento desde la deontología (del tò déon griego: deber, obligación, lo que debería ser) a la ontología (del tò ón: lo que es). Aún con otra imagen podríamos decir: Mi naturaleza me ha sido confiada como a un pupilo. No soy más que el cuidador, custodio, de mí mismo.

Humillarse realmente uno mismo ante la naturaleza de uno podría significar no solo soportar, aguantar, cuidar, uno mismo la manera en que se es, sino también hacer realmente las paces con la naturaleza de uno, perdonar las propias deficiencias y debilidades, permitirse ser del modo en que uno de hecho es, e incluso hacerse amigo de uno mismo como esta persona real con todas estas deficiencias. Solo con la solidaridad sin disminuir con como se es, uno realmente deja ir de uno y abandona plenamente la idea arrogante de que uno podría exigirse ser de cierta manera. Antes dije que existo como el pretérito perfecto. Aquí, ahora, podríamos añadir que precisamente en mi naturaleza factual con todas mis deficiencias tengo mi perfección y realización reales (en contraste a la idea grandiosa, inflada, ilusoria de perfección producida por ilusiones). Ya soy perfecto.

Incluso mi propio pasado, mis propios actos en el pasado, tengo que dejarlos en paz. No debo permitirme tener sentimientos de culpa respecto a mis propios actos. La culpa existe con el propósito de reconocer (saber) y soportar conscientemente. No con el propósito de sentir y entregarse a ellos.

Jung una vez dijo (MDR p. 325): “La mayor limitación para el hombre es el ‘sí mismo’; se manifiesta en la experiencia: ‘¡Soy solo eso!’”.

A veces la psicoterapia es entendida como autodesarrollo y el autodesarrollo es tomado como significando automejoramiento. En nuestro contexto, debemos ver el objetivo de automejoramiento como siendo ilusorio. La terapia no nos hace mejores —a no ser que se entienda por mejor más veracidad y simpleza. Solo puede reducirnos a lo que realmente somos, erosionando omnes superfluitates, como lo puso la alquimia, toda tontería en la cual para empezar podríamos encontrarnos envueltos involuntariamente, involuntariamente porque confundimos esta “tontería” como nuestra verdadera identidad y esencia.

[…] [L]a conciencia solo está completa cuando es autoconsciencia, cuando tenemos un Yo que es Nosotros y un Nosotros que es Yo. […] La subjetividad solo está completa cuando se ha liberado de su propio dictamen y se ha vuelto objetiva para sí misma. Solo si me dejé caer en la idea de que “¡soy solo eso!” y de que “soy inmutablemente solo eso” me vuelvo verdaderamente subjetivo. Mi subjetividad no es en sí misma subjetiva, sino en sí misma un hecho objetivo. No soy el gobernante supremo de mí mismo (de mi naturaleza real), sino el sujeto bajo la regla suprema de mi naturaleza. La subjetividad es en sí misma dialéctica, tiene su propio otro dentro de sí misma.

Liberarse en uno mismo podría sonar como una tarea de una sola vez y como algo global: liberarme en mi naturaleza. Pero mi naturaleza no es una entidad, como una cosa, un todo, indivisible. Más bien, mi naturaleza consiste en millares de sentimientos, emociones, deseos, reacciones, impulsos, pensamientos, prejuicios, intuiciones, etc., individuales, a menudo pequeños, que cambian a lo largo de mi vida. De modo que esta entrega bajo uno mismo es una tarea permanentemente. Tengo que dejarme caer en cada faceta individual momentánea de mí mismo. Aquí necesitamos la noción de cadidad y de ahoridad, Jeweiligkeit.

Esta noción implica también un sentido temporal de tener que liberarme de mi autodefinición o de mis expectativas respecto a mí mismo: no tengo que ser el mismo hoy que el que fui ayer. No tengo que mantener mis opiniones, puntos de vista, decisiones, gustos solo porque ayer lo mantuve o expresé. (Consultar la humorística frase suaba: Was kümmert mich mei Geschwätz von gestern. [“¿Qué importan mis charlas de ayer?”].) Mis necesidades e ideas pueden haberse vuelto diferentes, y así liberarme en mí mismo también implica la liberación de mí mismo en mi ahora ser-así, es decir, mi ser-así como un proceso cambiante, vivo. Como dije, tengo que tener una actitud empírica hacia mí mismo y experimentar de nuevo en cada situación cómo soy, o más bien me encuentro ser. Tengo que liberar mi naturaleza en su contingencia, en mi ser mi propio Zu-fall, ac-cidente (La palabra de Heidegger Zu-fall a menudo se traduce como be-falling.) porque, de hecho, mi ser cae sobre mí, cae en mi propio territorio. También tiene que haber espacio para la sorpresa de que de repente descubra reacciones y sentimientos diferentes en mí más de los que estaba acostumbrado hasta ahora. De modo que el pretérito perfecto de mi naturaleza puede también ser un futuro perfecto.

Hay un dicho alemán: die Katze aus dem Sack lassen, lit. dejar salir al gato de la bolsa = dejar salir a la verdad. Mi naturaleza es el gato. Debo dejarla salir de la bolsa de mis ideas preconcebidas acerca de mí mismo y dejarla correr por donde ella quiera correr. Aquí […] vienen a la mente las palabras de Jung acerca de que el paciente tiene que comenzar a experimentar con su propia naturaleza y acerca de su alcanzar un estado de fluidez donde nada queda de una vez y por todas fijado y petrificado irremediablemente. Tengo que ceder el control sobre mi naturaleza. Mi naturaleza no es de mi propiedad. Es un Otro para mí, un vis-à-vis. Mi naturaleza es, usando el ejemplo de Jung del empleado del banco que muestra a un amigo su banco, el banco del cual yo soy empleado. O es un gato con su propia voluntad, y en última instancia uno indomable. La imagen del gato que dejo correr por donde él quiera muestra la dialéctica interior del pretérito perfecto de mi naturaleza: mi pretérito perfecto es un futuro abierto, solo surgirá en el curso de mi vida como un todo y en sí mismo solo se volverá perfecto, vollendet, cumplido, con mi muerte, su teleuté. En biología o medicina, lo que se pone bajo el microscopio se llama una muestra de preparado [slide preparation]. Algunos pacientes entran a la sala de consulta, y muchas personas viven sus vidas, como tal muestra de preparado, en otras palabras, ya präpariert, estilizados como un espécimen. Esto es poner el gato en la bolsa. Y hay muchas bolsas, bolsas proporcionadas por la familia de uno, por la sociedad, varios grupos a los que se pertenece, la iglesia de uno e incluso uno mismo.

Dejar que el gato salga de la bolsa no significa vivir irresponsablemente. Por ejemplo, también significa exponer el ser real de uno a la crítica implacable de la gente con la que uno vive y enfrentar esta crítica, incluso aceptarla y soportarla, siempre que esté justificada; e incluso si no está justificada, cargar sin rencor con el hecho de que esto es lo que los otros piensan de uno; este es objetivamente mi lugar en mis relaciones con los otros. Pero, por supuesto, a menudo la crítica está justificada. Y dejar que el gato realmente salga de la bolsa significa vivir con el lugar de uno, y mantener el lugar de uno, en el reconocimiento de que hay algo acerca de uno mismo que de hecho merece la crítica. Esto, por cierto, es a lo que Jung se refirió cuando habló de la integración de la sombra. (A menudo se abusa del concepto sombra en términos de un programa de autocorrección, automejoramiento.) Pero también tiene mucho que ver con lo que es llamado carácter, la fuerza del carácter. El carácter se muestra cuando en vistas de lo que merece ser criticado no me apuñalo por la espalda, no me traiciono a mí mismo, no termino la solidaridad de todo corazón conmigo mismo. Tengo que mantenerme firme precisamente cuando las cosas se ponen feas. Sin sentimientos de culpa. Sin sentimientos de vergüenza. Estos son la forma más común de una autotraición, la forma en la cual me vuelvo lo que Nietzsche llamó el “pálido criminal” (Also sprach Zarathustra […]).

En un sentido más profundo, dejar que el gato corra libremente no significa vivir irresponsablemente porque descubriré que este gato, también, es él mismo un “ciudadano respetuoso de la ley”. En mi verdadera naturaleza hay un sentido firme de lo correcto y equivocado y un sentido de responsabilidad. Y es precisamente al revés, concretamente, ese comportamiento irresponsable se da porque la moralidad interior de nuestra verdadera naturaleza está cubierta por el interés propio del ego, por todo tipo de excusas ideológicas, o por tentaciones que llevan a un mal camino.

Al permitirme ser del modo en que soy, me libero de la responsabilidad (ilusoria) ontológica por mí mismo, esa que inicialmente pensaba que tenía y que me había inflado hasta confundirme parcialmente con el creador-dios. Si alguien tiene que tomar la responsabilidad ontológica por mi ser-así, entonces solo Dios podría hacerlo. Pero, por el otro lado, recibiendo (lógica, psicológicamente) mi naturaleza como me es dada y rindiéndose incondicionalmente a ella, acepto la responsabilidad pragmática, empírica por mí mismo, por lo que hago con mi naturaleza, con mis dones así como con mis fallos y debilidades. Y acepto que, ni Dios ni la vida ni lo que sea, sino yo, tengo que pagar el precio por mi ser-así, por las consecuencias reales empíricas que tiene mi ser-así.

Que estoy sujeto (sujetado) a mí mismo y que soy el guardián o el defensor de mi ser-así real (sin embargo, el ser-así que pueda ser en un momento dado), también significa que estoy dado a mí mismo como a una tarea. Mi ser-así me es asignado como a una tarea, y me necesita. Mis impulsos, mi sentimiento, mi pensamiento me necesitan como su portavoz y abogado, su representante; dependen de mí, porque solo a través de mí pueden volverse reales y entrar en el mundo, recibir una existencia en el mundo. Tengo que poner toda mi fuerza, la fuerza de toda mi personalidad, detrás de mi ser a fin de poner mi corazón entero en la realidad dada a su mera potencialidad. Mi ser y todas mis emociones esenciales, voluntad y pensamientos son, por decirlo así, como el escudo de un guerrero en batallas antiguas, el escudo que solo se usa en la medida en que el luchador está detrás de él con toda su fuerza para soportar el impacto de la siguiente lanza o espadazo. Tengo que defender mi naturaleza, hacerme cargo de ella.

De modo que existo dos veces. Soy este carácter doble del yo como la fuerza abstracta de la personalidad, la fuerza en cuanto al contenido completamente indeterminado, y soy las muchas determinaciones específicas de mi ser, las cuales por ellas mismas, sin mi defensa, son débiles e indefensas. La fortaleza y debilidad en cuestión aquí son fortaleza y debilidad lógicas (no biológica o psíquica). Es solo una cuestión del coraje de uno a no esconderse, el coraje a no abandonar y traicionar los impulsos. La fuerza real, práctica, de la personalidad como carácter no es algo precisamente dado, siempre ya existente, que se posee, un tipo de don innato, sino el resultado y el producto del coraje. La fortaleza solo se da cuando enérgicamente me pongo detrás de mi ser y lo lleno con toda la fuerza de mi ser, y se da un carácter cuando se hace con regularidad.

Probablemente necesitamos ir un poco más allá. Defenderme, en última instancia, incluso también significa la disponibilidad de imponerme con mi ser-así sobre mis compañeros seres humanos. En último análisis, lo que está en juego con todo esto es mi volverme psicológicamente real, bajar a esta Tierra. Al principio somos irreales, solo estamos flotando en las nubes, nuestro ser y esencia reales, nuestra naturaleza, solo pertenece psicológicamente al reino de la mera potencialidad, incluso si biológica o psíquicamente ya siempre es real. Pero esto no es suficiente. Psicológicamente, mis ideas, opiniones, sentimientos, peculiaridades solo se vuelven reales cuando los reconozco. Quién espera permiso a que se le permita ser como es, decide permanecer en el reino de la mera potencialidad. Es como el hombre del país de “Ante la Ley” de Kafka, que no tiene el coraje de entrar a la realidad. La razón para esto no es solo el miedo a los otros, sino mucho más profundamente el amor propio narcisista, la insistencia de preservar la unidad inmediata de uno con uno mismo. No se quiere salir de uno mismo y así volverse un otro para uno. Se evita la transición del Uno al Dos. El permiso de ser como realmente soy me liberaría de la pérdida de la unidad conmigo mismo, concretamente de experimentarme como una dualidad, de hecho como una discrepancia entre yo mismo y la naturaleza que me es dada y responsabilizándome de ella.

Por supuesto, el hecho de apoyar mi propio ser-así (en su cadidad) y mi imposición sobre los otros con ella, no me da carta blanca a actuar simplemente estos impulsos, etc. No estoy aquí abogando por un antinomianismo y libertinaje. Al tomarme como soy, me libero de mi responsabilidad ontológica o lógica por mí mismo. Pero de esta forma también me recibo como soy, y asumo la responsabilidad pragmática, empírica por mí mismo. El punto no es vivirlo, sino mostrarse con las propias peculiaridades, con las propias debilidades, con las quizás diferentes opiniones, y entonces soportar sin quejas cualquier crítica, ataque, pérdida de amor, indiferencia. Es precisamente la reacción de los otros lo que pertenece a mi volverme real, debido a que es psicológico, el volverse humano real, el alma y el ser humano solo son posibles en la comunidad humana en la que vivo. Y en la medida en que la comunidad no solo existe afuera de mí, sino que también ya está en marcha dentro mío, “liberarme en mi propio ser” también significa colocarse uno mismo incondicionalmente bajo el juicio implacable de la autocrítica.

Liberarme en mí mismo tiene consecuencias más allá de mi autorelación. O mejor, puesto que la consciencia es un Yo que es Nosotros, y un Nosotros que es un Yo, esta liberación inmediatamente incluye mi relación con las otras personas. Tendré que liberarlos a ellos, también, en su ser-así. Tengo que tomarlos del modo en que ellos son, con una actitud pasiva-receptiva y empírica, más que dictatorial. Aquí, también, tengo que esperar y ver cómo son de hecho, y no aprisionarlos en mis expectativas, presuposiciones, ideales y demandas. Tengo que aprender a ver a los miembros de mi familia, mis amigos y toda la gente con la que trato en mi vida privada y profesional como hechos crudos y entregarme incondicionalmente al pretérito perfecto de sus factualidades, de su ser-así.

Muchos pacientes se aproximan a los otros localizándolos lógicamente en el “tiempo futuro” con un “deberían”, como si las otras personas aún estuviesen sin formar y fueran maleables a nuestros deseos. Psicológica o lógicamente, tengo que conceder a todos “el derecho” a tener fallas, a ser estúpidos, incluso maliciosos, así como a que yo les disguste u odie. En otras palabras, con respecto a la naturaleza de mis compañeros seres humanos también tengo que dejar que el gato salga de la bolsa y permitirle correr del modo en que quiera y a dónde quiera. (Gotthold Ephraim Lessing: […] “Con respecto a lo que debes hacer, mi deber primero es escuchar y aprender (es decir, esperar y ver si lo has hecho), no anticiparlo y presuponerlo.” […]) Lo cual no significa que empírico-prácticamente no pueda protegerme o defenderme. Es justo como el clima. Cada día tengo que mirar por la ventana y ver qué clima hace hoy y tengo que tomarlo del modo en que es. Pero tomarlo del modo en que es no implica que en un día de lluvia no pueda coger un impermeable y un paraguas para protegerme de la lluvia. Lógicamente, tengo que tomar a la gente del modo en que son; empírico-prácticamente tengo que protegerme a mí y a mis intereses, y por supuesto seré capaz de hacerlo tanto mejor cuanto más haya lógicamente simplemente aceptado sus ser-así como un hecho del cual no vale la pena preocuparse en lugar de quedar atrapado en resentimientos o en emociones como el enfado. Mis reacciones a tales decepciones respecto a los otros debe ser de perdón y renuncia. (Con perdón y renuncia no estoy hablando acerca de la respuesta del comportamiento de uno. Estoy hablando sobre el nivel lógico o psicológico.) […] Debo hacer las paces con la gente.

Hay una cita de Jung en donde ocurre esta actitud de liberar a la otra persona, en este caso a la madre de uno, en su factualidad: “una persona sensible [ein Wissender] no puede con toda justicia cargar ese peso enorme de significado, responsabilidad, deber, cielo e infierno, bajo los hombros de un ser humano frágil y falible —tan merecedora de amor, indulgencia, entendimiento y perdón— que fue nuestra madre” (CW 9i § 172).

Jung habla de indulgencia, entendimiento y perdón. Por supuesto, debemos tener en mente la diferencia entre el nivel psicológico (o lógico, metafísico) y el nivel pragmático. Es solo en el nivel psicológico que tengo que concederle a todos el derecho de ser malvados y de estar en contra mío, y cargar esto, permitiéndoles hacerlo así sin quejas, mientras pueda, naturalmente, defenderme pragmáticamente, es decir, en el comportamiento empírico. Lógicamente: rendición incondicional, empíricamente: “¿por qué me hieres?”.

Este liberar a los otros en la factualidad de su ser y dejar que el gato salga de la bolsa incluso con respeto a ellos también tiene un reverso. A menudo los pacientes sienten culpa de decir o de pensar algo negativo sobre sus padres, o incluso ni siquiera se atreven a decirlo. Sienten que tienen que protegerlos. Los mantienen psicológicamente bajo sus alas. Esto significa que aquellos pacientes no pueden liberar a sus padres de la bolsa de sus (de la de sus pacientes) ideas subjetivas, deseos y demandas y no pueden liberarlos en su objetividad y factualidad. Pero dejar que el gato salga de la bolsa también significa llamar a las cosas por su nombre. Al menos de cara a mí y a mi analista tengo que ser capaz de admitir francamente, sin pasar por alto la situación y sin excusarlos, que, por ejemplo, mi madre o mi padre fueron asquerosos, crueles, violentos o lo que sea, si esa fue mi experiencia.

A menudo uno se impide ser simplemente honesto sobre tales cosas porque siente que sería una falta de piedad filial o que sería presuntuoso decir tales cosas malas a quemarropa. Pero psicológicamente, precisamente es presuntuoso no decirlas. No se es suficientemente humilde como para inclinarse ante los hechos. Aún se quiere ejercer control sobre la verdad.

Otro escape frecuente para esta necesidad es decir que es solo la visión subjetiva de uno hacia las cosas que quizás no es correcta objetivamente y así uno no debería decir nada malo sobre los otros en tanto que no sea probado. Pero esto es una cobardía, un mecanismo de defensa. En terapia en particular, pero también en la vida a gran escala, solo estamos interesados con una experiencia subjetiva de la persona (del paciente), su verdad subjetiva. Todas las visiones son subjetivas. No hay nada más. Naturalmente, solo puedo decir lo que yo siento, creo o experimenté. ¿Qué más? El punto aquí es admitir las propias impresiones reales, sentimientos, experiencias, sin importar si ellos estuviesen parados en una sala del tribunal o no, es decir, admitir la subjetividad de uno, el “¡ser solo eso!” de uno. Si es absolutamente correcto o si son apariencias no es la cuestión. La única cuestión es: Es mi impresión honesta, mi mejor reconocimiento. Como dije antes es mi propia subjetividad la que tiene que volverse objetiva para mí. […]

Sea en la dirección del perdón o de la condena, en última instancia es el mismo tipo de liberación de las otras personas de la obligación de ser inmediatamente idénticos con su noción (su cargo, trabajo, deber, obligación). Es la apertura de la diferencia entre lo ideal y lo real.
Hay otra área en donde se aplica este tipo de liberación. La de la naturaleza del mundo, de las condiciones sociales en la que se vive, o de la vida en general. A estos también tengo que permitirles psicológicamente (no siempre prácticamente) ser del modo en que son. No tengo que hacer un gran alboroto por cada pequeña cosa. No tengo que correr hasta y revolcarme en cada pila de estiércol que veo y entonces quejarme del hedor y de la suciedad. Puedo pasar de ello. Ni siquiera tengo que hacer un escándalo interno por la injusticia e imperfección del mundo en general ni por toda la miseria que existe en él. Aquí, también, es importante ser una “persona sensible”, ein Wissender, en el sentido de la palabra de Jung sobre la actitud hacia la madre de uno. En el pensamiento occidental, el problema de una teodicea juega un rol importante, la cuestión de cómo la idea de la deidad y de la justicia de Dios pueden reconciliarse con los hechos observables de mal y de sufrimiento en el mundo. Si uno libera el mundo o la vida en la factualidad de su ser, esta cuestión desaparece.

***

Liberarse en la naturaleza de uno es muy diferente de liberarse en el proceso de las imágenes del “alma”. Aquí ya no es una cuestión de aprender a nadar en las aguas del alma. Más bien, lo que tenemos aquí es el tema del pleno desarrollo de la propia subjetividad, sobre el volverse sí mismo, volverse yo en el sentido pleno. Porque solo soy sujeto en el sentido de la subjetividad moderna en tanto que me vuelvo el sujeto (uno que está puesto bajo la autoridad de alguien o de algo, Untertan) de mi ser y un otro objetivo para mí mismo. Es el movimiento de crecer hasta la adultez psicológica, el movimiento fuera de la idea ingenua, infantil de que uno tendría que ser modelado por los deseos e ideales de uno, el movimiento fuera del estatus de mera potencialidad a la realidad y fuera del “tiempo futuro” al “pretérito perfecto”. El niño vive esencialmente en el estatus psicológico del futuro, en el modo del deseo, esperanza, imaginación. No así el adulto real. Es un adulto porque lógica o psicológicamente ha dejado el futuro detrás, ha salido a la objetividad, o de la potencialidad a la realidad. El futuro ha sido reducido a un momento meramente sublado dentro del pretérito perfecto. El adulto ha sobrepasado el futuro (es decir, las ilusiones). De modo que el adulto es un hombre serio, maduro, una mujer seria, madura (ein gestandener Mann, eine gestandene Frau). Porque la persona adulta tiene el futuro lógicamente detrás, psicológicamente es libre de planificar empirico-prácticamente para el futuro, tomando las precauciones concretas y a menudo se siente abrumado por las preocupaciones sobre el futuro. Todo esto es desconocido para el niño.

Pero las preocupaciones sobre el futuro es signo de un crecimiento aún incompleto porque lo traiciona el deseo del ego de controlar el futuro. La autoliberación plena en uno mismo también puede dejar ir el posible curso de eventos y receptivamente dejar que los eventos vengan del modo en que son y que tienen que ser. La plena autoliberación por lo tanto se ha liberado de la persona en la simplicidad del ser.