13.7.21

El propósito ulterior y la tarea de la interpretación onírica. De la Natura al Ars

Por Wolfgang Giegerich.

Pasaje tomado de ‘Working With Dreams. Initiation into the Soul’s Speaking About Itself’ [Trabajando con sueños. Iniciación al hablar del alma acerca de sí misma], pp. 206-213.
Traducción de Alejandro Bica. 


Lo que sigue […] es una meta-reflexión sobre la función y el propósito profundo del trabajo dedicado con los sueños.

Hemos discutido la visión junguiana del sueño como un sí mismo, como su propia interpretación, y como teniendo todo lo que necesita dentro de sí mismo. También nos hemos sometido al golpe narcisista que equivale el dicho de Jung, “¡Ahora eso tiene algo que decir, no tú!” y vimos que la consecuencia metodológica de este dicho es la necesidad de nuestro desaparecer [going under] —de nuestro circumbalar el sueño e interiorizarnos en el sueño. Cuando ahora me vuelvo a una discusión exhaustiva de la última afirmación de Jung,

“Simplemente tenemos que escuchar lo que la psique espontáneamente nos dice. Lo que el sueño, que no está hecho por nosotros, dice, es tan solo eso. Dilo nuevamente tan bien como puedas. Quod Natura relinquit imperfectum, Ars perficit. [¡Lo que la naturaleza deja incompleto, el arte lo perfecciona!]” (Letters 2, p. 591, A Read, 2 de septiembre de 1960.)

veremos que expresa una dialéctica y que inherente a una interpretación onírica realmente junguiana no hay solo un movimiento de nuestro propio “desaparecer”, sino también un contramovimiento definido al movimiento “¡no tú!!”, concretamente un movimiento precisamente al “¡TÚ!” (o “yo”, el sujeto). Esto puede sonar sorprendente, pero es una consecuencia de esta dialéctica.

El comienzo del dicho de Jung confirma claramente la postura que hemos trabajado previamente: “Tenemos que escuchar”, es decir, debemos ser receptivos a lo que se muestra por su propio acuerdo (“espontáneamente”) y a lo que es “tan solo eso”. El alma es la que habla. Nosotros tenemos que estar en silencio, ser nada más que oyentes.

Pero luego viene: “Dilo nuevamente tan bien como puedas.” A primera vista quizás aún podríamos pensar que esto significa nada más que adherirse al texto: no se supone que traigamos ninguna innovación, expansión, adición, modificación a él, sino ser fieles al texto del sueño. Lo que se demanda es un compromiso con la estricta mismidad, con el carácter de “tan solo eso”. Como indica la frase adjunta, “tan bien como puedas”, este “dilo nuevamente” tampoco significa repetición simple, tal como nuestro leer el texto del sueño en voz alta, recitándolo. Jung no nos invita a tal cosa como cantar el sueño como un mantra. El “dilo nuevamente tan bien como puedas” tampoco sugiere —ni hace falta decirlo— que traduzcamos las imágenes oníricas a la jerga de la teoría psicológica, reemplazándolas por los términos y categorías de la escuela psicoanalítica a la que pertenecemos (sea la que sea), por ejemplo, identificando los motivos oníricos como manifestaciones del “complejo de Edipo”, “resistencia”, “pecho bueno o malo”, “función sentimiento”, “anima”, “sombra”, “sí mismo”, “complejo materno”, “arquetipo del héroe”, los varios “dioses” y “diosas”, y así.

Que todo esto se ve excluido se vuelve muy claro a partir de la declaración de Jung añadida después del comienzo de su afirmación, específicamente el dicho alquímico. “Quod Natura relinquit imperfectum, Ars perficit”. Esto implica que nuestro “dilo nuevamente” tiene que proveer valor añadido, y este valor añadido tiene que consistir en traer “perfección” al sueño, una perfección obviamente pensada como ausente en el modo en que el sueño originalmente llega a nosotros (o en el modo en que es recordado y quizás escrito como texto), en otras palabras, ¡el sueño como “Natura”! Esto es absolutamente asombroso: La perfección del sueño se supone que es nuestra propia contribución habilidosa, activa y adición a él. Y así, en una segunda mirada nos damos cuenta que el “Dilo nuevamente” está en cierto sentido en contraste radical con el “Simplemente tenemos que escuchar” que es más bien receptivo y pasivo. Demanda nuestro hablar, nuestro subir al escenario, poniéndonos en juego.

Por supuesto, en este caso nuestro propio hablar no es totalmente nuestro. Porque como sabemos, en cuanto al contenido, se supone que no debemos poner nuestro granito de arena. Todo lo que necesitamos y se nos permite es decir aquello nuevamente. Semánticamente, debemos sentirnos vinculados por lo que el no-ego (1), la psique, espontáneamente tiene que decirnos (o al paciente, si él es el soñador). No debemos añadir contenido nuevo que creemos que falta, ni nuevas ideas, sino solo la propia “perfección” del sueño por lo demás inalterado. Aquí la cuestión que surge es, ¿en qué sentido un simple “dilo nuevamente” puede traer la perfección al sueño cuando el sueño mismo, en el modo en que viene a nosotros desde el hablar “natural”, espontáneo de la psique, es declarado como siendo fundamentalmente imperfecto y en necesidad de ser perfeccionado? ¿Cómo es posible que el sueño, si es considerado como un sí mismo y como teniendo todo lo que necesita dentro de sí mismo, puede, sin embargo, decirse que es imperfecto? (2) ¿Qué puede faltarle? O, formulando la pregunta desde otro ángulo: ¿A qué tipo o qué sentido de “perfección” se hace referencia aquí?

Como implica la frase “tan bien como [] puedas”, el sentido de “perfección” traído por el “dilo nuevamente” no es el sentido abstracto-universal de perfección absoluta y excelencia suprema, sino que está atado, y por lo tanto es relativo, a cada individuo que lo dice nuevamente. Todo lo que requiere la perfección que aquí se pretende es el mejor esfuerzo de cada persona, el suyo. Como tal, precisamente como siendo relativo al individuo concreto así como a la instancia concreta de su decirlo nuevamente, la “perfección” aquí es perfección absoluta en el sentido de Hegel de “absoluta” y en contraste a un sentido positivista. En otras palabras, la perfección que tiene en mente la psicología inspirada por la alquimia no apunta a la última mejor interpretación y descarta a las menos buenas. No implica un ranking de interpretaciones. No se aplica un estándar a priori objetivo para el “alto rendimiento” y “logro de lo óptimo”.

Con lo que está interesada la “perfección” alquímica es con algo completamente diferente, concretamente con la transición o trasporte del estado “Natura” al estado Ars. La perfección es el cambio de estatus conseguido, la transferencia lograda del sueño desde su estatus original de algo primariamente dado, su haber venido espontáneamente a nosotros (= Natura), al estatus de reproducción, de haber sido renacido nuevamente por el sujeto humano individual. Esta es la razón por la cual una interpretación relativamente pobre, sin embargo, bien podría volver al sueño “perfecto” (en este sentido especial), siempre que sea una que “diga nuevamente el sueño lo mejor que pueda este interprete particular”. La perfección que trae es esa que re-presenta el sueño en las propias palabras del sujeto humano, pero en su mismidad (es decir, con su contenido e idea dolorosamente preservada de manera inalterada). La perfección yace en la transición a la subjetividad, ¡a la re-producción del sueño recibido mediante una intervención humana habilidosa y “artificial”! Esto es lo que significa Ars aquí.

Ars en última instancia equivale a arrancar (de nuevo: en la intactidad de su Que) al sueño de la naturaleza, del estatus de algo dado, de ser empíricamente encontrado como un acontecimiento o contenido existente, y darle, secundariamente, nacimiento desde dentro de la subjetividad del sujeto que interpreta. Por lo tanto esto significa darle una nueva fuente, un nuevo origen (‘artificial’), ¡una nueva “tierra materna”! Es una revolución del —> al <—. (3) El sueño regresa a sí mismo desde el otro, desde el lado del sujeto, es devuelto a sí mismo al igual que una imagen de espejo es una imagen reflejada.

Si el sueño como viene a nosotros por su propio acuerdo como un producto de la Natura es en sí mismo imperfecto y tiene su perfección afuera de sí mismo, siendo dependiente para su perfección de su ser reflejado en la consciencia humana, tenemos que concluir que el sueño en su forma original es solo una mitad de un sueño de pleno derecho, como una cuestión sin respuesta. La plena realidad del fenómeno “onírico”, en otras palabras, es una realidad de dos partes, un tipo de fenómeno doble, pero cuya otra propia mitad está al principio ausente y necesita ser suministrada.

A partir de aquí también podemos entender mejor lo que significa “soñar más allá” en la visión de Jung de que “[Lo que hacemos cuando interpretamos un mito es] en el mejor de los casos [que nosotros] soñamos el mito más allá” (CW 9i § 271). (4) Lo que implica esta sentencia es solo la preservación del contenido semántico, la idea y el espíritu presentado por el sueño. Pero de ninguna manera implica una continuación del modo onírico, nuestro quedarnos en el modo imaginal y fantaseoso. No, precisamente tenemos que despertar plenamente del modo de inocencia onírica, tenemos que dejar la inocencia de la Natura, romper nuestra lealtad hacia ella de la misma manera que un adolecerte tiene que “dejar padre y madre” a fin de establecerse él mismo como un individuo parado sobre sus propios pies.

Para volverse “perfecto”, el sueño ya debe haber sido negado, llevado hacia una distancia, convertido en un mero recuerdo. Debe haberse vuelto, por decirlo así, histórico para nosotros, un texto, un “cadáver”. Debe haber ocurrido la ruptura. Ninguna continuación de la esfera imaginal y el aura creada por el sueño: el hechizo y nuestro encantamiento con el sueño se debe haber roto. El sujeto debe estar claramente vis-à-vis ante el sueño y debe verlo desde afuera (lo cual puede parecer paradójico pero es precisamente la precondición para que uno sea capaz de aprender a ver metodológicamente desde fuera, para interorizar el sueño absoluto-negativamente dentro de sí mismo y tomar una postura profesional hacia él). Lo que significa “soñar más allá”, sea el mito o el sueño, se explica en el comentario de Jung de la frase que viene justo después de “soñar más allá”, concretamente, que tenemos que “darle un vestido moderno”. Dos aspectos de esta frase son notables: 1. Tenemos que darle, lo cual es igual a “nuestro decirlo nuevamente”, y 2. Vestido moderno (lo cual está en oposición al carácter frecuentemente arcaico, mitológico, arquetipal, de los sueños con los que Jung estaba particularmente interesado). Una discusión de lo que la referencia a modernidad implica tendrá que esperar un rato. Por el momento permítanme señalar que la modernidad es la era de la subjetividad, del “yo”.

El estatus Natura, por contraste, significa que el sujeto humano permanece el receptor pasivo y fiel del sueño como la imagen que apareció por su proprio acuerdo y le permite resonar en la psique subjetiva y continuar allí su vida sin perturbar. Si esta es la actitud prevaleciente, entonces el sueño así como otras producciones del alma (símbolos, ideas religiosas, etc.) tienen el estatus de una “revelación” en el sentido coloquial de la palabra (a partir de “el inconsciente”, de “la psique”), así como las proclamaciones de los profetas, los textos de la Biblia y otros libros sagrados, y los Dogmas de Iglesia tienen el estatus de una Revelación en el sentido enfático (directamente de Dios). En ambos casos se aplica la frase de Jung de que “¡Ahora eso [¡exclusivamente Eso!] tiene algo que decir, no tú!”. El estatus de Natura se mantiene mientras que se preserva la unidad —la unio naturalis, o participation mystique— primaria en sintonía con los pronunciamientos. Este es el caso más obvio cuando el sujeto humano se queda asombrado ante ellos, impresionado por su “numinosidad”, considerándolos quizás incluso como manifestaciones de “lo sagrado”, y aceptándolos, como algo que no se ve, como una verdad incuestionable. Pero esta retención de la unidad simpatética también prevalece en otras áreas más sobrias, con miramientos más “mecánicos”, por ejemplo, donde sea que los textos religiosos y las ideas dogmáticas sean cantadas, donde sea que se canten como himnos, se reciten como en un credo, en forma adaptada repetidas como oraciones personales, o se actúan como actos rituales. Además, también se retiene en tan ardientes esfuerzos generalizados, como en las tradiciones monásticas, mediante la meditación o la contemplación para sumergir completamente a la consciencia y para envolverla en textos sagrados y en sus verdades, en otras palabras, para hacer que la consciencia se hunda en la interioridad de su profundidad en devoción completa y por lo tanto para producir una adaequatio tan completa como sea posible de la consciencia a ellos. El uso litúrgico entero de ellos es, ciertamente, un “decirlos nuevamente” pero precisamente no “tan bien como TÚ puedas” en el sentido de Jung, con la distinción alquímica crucial entre “imperfectum” y “perficere” tenida claramente en mente. La consciencia, el sujeto, permanece inmerso en ellos o se mantiene fuera de ellos, haciéndose el tonto [playing dumb].

Hasta aquí, la preservación de la unio naturalis con los “documentos del alma” o los textos sagrados de la religión estaba conectada con casos donde “decirlo nuevamente” se mantiene como una repetición literal primitiva, enteramente pre-racional, no intelectual y sin diferenciar. Pero sería un error restringirlo a tales modos, a lo que yo incluso denigré como “haciéndose el tonto”. No, lo que se va a “decir nuevamente” puede muy bien también ser un objeto de meditación consciente y por lo tanto de un proceso intensivo del sujeto de concentración disciplinada, de hecho, incluso de un procesamiento y refinamiento activo intelectual, un pensamiento exhaustivo, como en teología, y aun, en contra de las apariencias, sin embargo equivale a una continuación de la unidad simpatética primaria. Porque tenemos que darnos cuenta de que, aunque todos estos esfuerzos intensos puedan conducir a una consciencia más alta asombrosa, no perturba en lo más mínimo la continuidad del carácter que tiene de algo dado [givenness], original, de la sabiduría religiosa heredada que intenta elucidar y desplegar de manera fiel. Tenemos que darnos cuenta de que la penetración intelectual en las ideas religiosas puede ser otra forma de bañarse en sus aguas. Por esta razón, la tradición de comentarios muy desarrollados, intelectualmente sofisticados y profundos sobre contenidos doctrinales, como un tipo de “soñar más allá”, no es de ninguna manera incompatible con la unio naturalis perfectamente conservada con ellos. Un buen ejemplo sería gran parte del escolasticismo medieval. Ciertamente ejerció de manera ejemplar un “pensamiento cuidadoso” racional disciplinado y exhaustivo. Pero no comenzó desde cero; se basó en las autoridades trasmitidas. El contenido básico a ser pensado cuidadosamente fue dado y recibido de la Biblia, las doctrinas de la Iglesia, y los antiguos.

Incluso si una tradición de pensamiento altamente sofisticado no siempre deba ser incompatible con la preservación de la unio naturalis, cualquier tradición o actividad de este tipo que de hecho retenga la participation mystique ciertamente es incompatible con la concepción alquímica sorprendente, si no impactante, de que lo que viene espontáneamente de la Natura es fundamentalmente imperfect y necesita de un artifex (!), y de su intervención humana activa como la única que puede traerle la perfección. La idea de que lo que viene de la Natura (sin importar si esto significa que viene directamente del “inconsciente”, del “alma” o de Dios) es imperfecto, ¡asesta un golpe narcisista a la consciencia! Sin embargo, la herida narcisista es la condición previa del Ars. Ars, como intervención artificial y deliberada indica el estatus lógico de reflexión. Y la “Reflexión”, Jung una vez notó correctamente,

“debería ser entendida no simplemente como un acto de pensar, sino más bien como una actitud. Es un privilegio nacido de la libertad humana en contraposición a la compulsión de la ley natural. Como testifica la palabra misma (“reflexión” significa literalmente “doblar hacia atrás”), la reflexión es un acto mental (5) que va en contra de los procesos naturales, un acto por el cual paramos, llama algo a la mente, proveniente de una imagen, y establecemos una relación con lo que vemos y llegamos a un acuerdo con ello. Por lo tanto, debería ser entendida como un acto de volver consciente.” (CW 11 § 235, n. 9.)

Para Jung, la reflexión no es el evento de uno de la realización de un acto particular de reflexión, sino que es “una actitud”, es decir, un estatus general alcanzado por la consciencia, un estatus decididamente “contranatural” y en este sentido “artificial”, uno que ha alcanzado la consciencia solo por su haberse liberado de otro estatus previo o subyacente dado naturalmente. El estatus dado es el estatus del animal humano o del hombre “natural” en el cual estaba determinado de manera incuestionable por los procesos naturales y la ley natural, por impulsos instintivos propios del hombre, por los estímulos e impresiones externas que recibía, por las limitaciones impuestas a él por las costumbres familiares, sociales y por las ideas y expectativas culturales dominantes. La reflexión es, señala Jung, un privilegio, y tiene su origen en la libertad humana, en la subjetividad activa del hombre, y concretamente significa que el sujeto pensante se mantiene a sí mismo, él mismo como libre, vis-à-vis ante lo cual ha de ser pensado.

Solo liberándose del estar condicionado por lo que viene naturalmente y espontáneamente, la consciencia ha vuelto a casa a sí misma e ipso facto ha entrado en la posición privilegiada de pararse frente al mundo natural y por lo tanto de estar libre de escoger, por su propia responsabilidad, la relación o postura que quiere tomar hacia ello. Su libertad significa que, por definición y por principio, es (psico)lógicamente su propio amo, por supuesto no empírica o literalmente, en otras palabras, solo con respecto a la actitud que toma hacia la realidad. (6) Solamente cuando se ha conseguido esta libertad el sujeto se ha vuelto un sujeto verdadero (en el sentido de la subjetividad moderna), y solo como sujeto verdadero puede ser artifex y traer “perfección” al producto de la Natura. De acuerdo al pasaje citado de Jung, el mismo concepto de consciencia (consciencia verdaderamente psicológica en contraste a consciencia meramente psíquica (7)) está arraigado en esta libertad de la subjetividad.

Nuestro trabajo con los sueños, con devoción a sus detalles, tiene el propósito de desplegar con amplitud lo que está inherente e implicado en las imágenes y en las palabras que contienen para que se vuelva explícito, explicado detalladamente, y esto significa que sea conceptualmente comprendido, entendido. Nuestra tarea es devolver el sueño a sí mismo por segunda vez, concretamente como reflejado en nuestra consciencia y comprensión, y así completarlo, para darle su propia otra mitad que faltaba en su forma original. Esto es lo que significa “darle un vestido moderno”. Comprensión aquí no significa que nosotros, pasando por encima de los detalles oníricos, comprendamos “su significado”, “su mensaje” como su esencia extraída, lo que haría que el sueño solo sirviese a nuestros propósitos e intereses egoicos. Nosotros como ego-personalidades, como hombres civiles, tenemos un interés fuerte en entender lo que “significa” y lo que dice acerca de nosotros (o del paciente) y de qué manera el sueño puede ayudarnos. Pero comprensión aquí significa algo más y más modesto, más básico: traer la luz de la consciencia a todos sus detalles.

Después de clarificar de qué modo nuestro “decirlo nuevamente” puede traer la perfección al sueño, tengo que añadir una idea adicional sobre la dialéctica de este proceso. El dicho de la alquimia “Quod Natura relinquit imperfectum, Ars perficit” nos hace pensar en que la Natura del sueño (junto con su escucharlo) viene primero, y la perfección mediante el Ars en segundo lugar, lo cual, por supuesto, en un primer nivel de entendimiento es correcto. Pero a fin de hacerle justicia a este dicho alquímico, también tenemos que revertir el orden entre “escuchar” y “decirlo nuevamente”. Primero, necesitamos estar posicionados objetivamente vis-à-vis ante el sueño como un texto mudo, un “cadáver”, y arribar precisamente al punto cero de no escuchar y no saber. Y solo entonces, secundariamente y no inmediatamente, podemos intentar metodológicamente —es decir, conscientemente y deliberadamente, como verdaderos artifex— trabajar lentamente en sus detalles y comenzar a decirlo nuevamente tan bien como podamos. Solo al decirlo nuevamente tan bien como podamos nos volvemos capaces en primer lugar de comenzar a escuchar verdaderamente al sueño y el sueño puede comenzar a tener realmente su decir por primera vez. Nuestra verdadera escucha se hace posible solo después de nuestro haberlo “dicho nuevamente”. (8) Paradójicamente, por lo tanto, es el Ars el que le da nacimiento a la verdadera Natura. Solo a través del Ars y del proceso de nuestra interiorización en el sueño, y nuestro llevarle nuestra compresión intelectual a él, podemos por fin arribar al hablar del sueño como lo que es realmente tan solo eso (como lo puso Jung).

Quizás es lo mismo que Heidegger quiso trasmitir cuando dijo lo siguiente acerca de la interpretación poética. Es igualmente pertinente para la interpretación onírica.

“Independientemente de lo que una elucidación pueda ser capaz de hacer y de lo que no sea capaz de hacer (9), lo siguiente siempre se aplica a ella: para que el corazón poético puro del poema se destaque aún más claramente, el discurso esclarecedor debe, en cada caso, romperse a sí mismo y a lo que pretendía. Por el bien del poema, la elucidación del poema debe buscar hacerse superflua. El último paso, pero también el más difícil de toda interpretación consiste en desaparecer con sus elucidaciones ante el puro ‘permanecer allí’ del poema”. (10)

Este puro “permanecer allí” del sueño (para regresar a nuestro tema) ya no es el mismo que era en el comienzo cuando era un fenómeno Natura mudo. Sus palabras e imágenes ahora se han abierto para resonar con todas las implicaciones descubiertas en ellas por medio de nuestro trabajo. El sueño, por lo tanto, ha sido enriquecido, “iluminado”, ha absorbido en sí mismo la reflexión traída a él. Ahora nos habla. Se ha vuelto “perfecto”.


Notas

1. Jung enfatizó explícitamente: “el sueño, que no está hecho por nosotros.

2. En la Parte V de arriba insistí repetidamente en la perfección del sueño […]. Pero ahora surge que a pesar de su perfección en este sentido es aún imperfecto en otro sentido.

3. Aquí podemos recordar que el movimiento de Natura a Ars, en los ojos de Jung, no debería ocurrir solo en los sueños, sino también en el hombre mismo. Cf. en su pensamiento el motivo del hombre como doblemente-nacido, de nuestro ser “hechos hijos de Dios”, que somos “más que animalia autóctonos surgidos de la tierra, sino que como los doblemente-nacidos tenemos [nuestras] raíces en la deidad misma” (MDR p. 333, traducción modificada).

4. La afirmación de Jung, más adecuadamente traducida al inglés, se leería, como la di arriba: “Lo que uno hace en el mejor de los casos es continuar soñando el mito”. Me quedo aquí con la traducción de CW porque ha sido usada un montón en la literatura junguiana. Lo mismo que “soñar más allá” se aplica a mi metáfora del “sonámbulo”.

5. CW traduce aquí la palabra “geisting” de Jung por “spiritual” más que por “mental”, pero “espiritual” trae connotaciones falsas.

6. Esto recuerda a la relación del sueño en su forma Natura y a la perfección producida por el Ars. Como se señaló, el contenido y la sustancia del sueño deben mantenerse intactos. La perfección solo se refiere a un estatus nuevo, diferente, dado al sueño.

7. Tocaré este tema de la verdadera consciencia psicológica en la siguiente Parte.

8. Antes de nuestro “decirlo nuevamente” el sueño es meramente un texto muerto, un “cadáver” que necesita se traído a la vida.

9. La simultaneidad de “capaz” y “no capaz” nos recuerda al “tan bien como puedas” de Jung.

10. “Was immer auch eine Erläuterung vermag und was sie nicht vermag, von ihr gilt stets dieses: damit das im Gedicht rein Gedichtete um einiges klarer dastehe, muß die erläutemde Rede sich und ihr Versuchtes jedesmal zerbrechen. Um des Gedichteten willen muß die Erläuterung des Gedichtes danach trachten, sich selbst überflüssig zu machen. Der letzte, aber auch der schwerste Schritt jeder Auslegung besteht darin, mit ihren Erläuterungen vor dem reinen Dastehen des Gedichtes zu verschwinden.” Martín Heidegger, Gesamtausgabe vol. 14, Frankfurt a.M (Klostermann) 2 1996, p. 194, mi traducción.