24.6.10

Sentimiento y razón dialéctica

Fragmento leído y comentado en el curso Hegel y la Psico-Logía por Enrique Eskenazi (sus comentarios entre corchetes). Transcripción de Alejando Bica.


[En las “Lecciones sobre la filosofía de la historia universal” Hegel escribe:]

“Se dice que Dios se comunica, pero sólo en la naturaleza, en el corazón, en el sentimiento de los hombres. Lo principal en esto es que en nuestro tiempo se afirma la necesidad de permanecer quieto; se dice que Dios existe para nosotros en la consciencia inmediata, en la intuición. La intuición y el sentimiento coinciden en ser conciencia irreflexiva. Contra esto debe hacerse notar que el hombre es ante todo un ser pensante; que se diferencia del animal por el pensamiento. El hombre piensa, aun cuando no tenga consciencia de ello [1]. Si pues Dios se revela al hombre, se le revela esencialmente como un ser pensante; si se revelara al hombre esencialmente en el sentimiento, lo consideraría idéntico a un animal, a quien no ha sido dada la facultad de la reflexión [2]. Pero a los animales no les atribuimos religión. En realidad, el hombre tiene religión precisamente porque no es un animal, sino un ser pensante. Es la mayor de las trivialidades decir que el hombre se diferencia del animal por el pensamiento y, sin embargo, esta trivialidad ha sido olvidada [3].

[1 El hombre piensa siempre, aún cuando siente piensa.]

[2 Como dicen la mayoría de los religiosos (los fanáticos, los fundamentalistas): “siéntelo, está en tu corazón”, “sigue a tu corazón, que es la voz de dios”. Ya Hegel en 1820 está criticando todo este tipo de fundamentalismo tan característico del siglo XX, con todos sus predicadores, sus fanáticos, su new age, su buena onda de que “hay que seguir el camino que te dice el corazón”.]

[3 Es como una trivialidad decir que el hombre es un bípedo, pero es como que hubiera que recordarlo porque la gente se lo olvida todo el tiempo. Pero es más grave olvidarse de la racionalidad inherente en cualquier actividad humana, en cualquier expresión humana, que incluso cuando duerme es racional, incluso cuando sueña sus sueños están mediados por el pensamiento, no sueña como un gato ni como un perro, sueña como un ser humano.]

Dios es el ser eterno en sí y por sí; y lo que en sí y por sí es universal es objeto sólo del pensamiento, no del sentimiento. [4] Todo lo espiritual, todo contenido de la consciencia, el producto y objeto del pensamiento y, ante todo, la religión y la moralidad, deben, sin duda, estar en el hombre también en la forma del sentimiento, y así comienzan estando en él. Pero el sentimiento no es la fuente del cual mana este contenido para el hombre, sino tan sólo el modo y la manera en que el hombre se encuentra con este contenido; y es la peor de las formas, una forma que el hombre tiene en común con el animal. Lo sustancial debe existir en la forma del sentimiento; pero existe también bajo otra forma superior y más digna. Mas si se quisiera reducir la moralidad, la verdad, los contenidos más espirituales, necesariamente al sentimiento y mantenerlo generalmente en él, esto sería atribuirlo esencialmente a la forma animal; la cual, empero, es absolutamente incapaz de contenido espiritual. El sentimiento es la forma inferior que cualquier contenido puede llegar a tener; en ella existe lo menos posible de ese contenido. Mientras permanece tan solo en el sentimiento, todavía se halla encubierto y enteramente indeterminado. Lo que se tiene en el sentimiento es completamente subjetivo, y sólo existe de un modo subjetivo. El que dice: “yo siento así”, se ha encerrado en sí mismo. Cualquier otro tiene el mismo derecho a decir: “yo no lo siento así”; y ya no hay terreno común. En las cosas totalmente particulares el sentimiento está en su pleno derecho. Pero querer asegurar de algún contenido que todos los hombres lo tienen en su sentimiento, es contradecir el punto de vista del sentimiento, en el que nos hemos colocado; es contradecir el punto de vista de la subjetividad particular de cada uno. Cuando un contenido se da en el sentimiento, cada cual queda atenido y retenido a su punto de vista subjetivo. Si alguien quisiera calificar o juzgar de este o aquel modo a una persona que sólo obra según su sentimiento, esta persona tendría el derecho de devolverle aquel calificativo, y ambos tendrían razón, desde sus puntos de vista, para injuriarse. Si alguien dice que la religión es para él cosa del sentimiento, y otro replica que no encuentra a Dios en su sentimiento, ambos tienen razón. Así, pues, reducir de este modo al mero sentimiento el contenido de lo divino [o el contenido de lo absoluto] -la revelación de Dios, la relación del hombre con Dios, la existencia de Dios para el hombre- es limitarse al punto de vista de la subjetividad particular, del albedrío, del capricho. En realidad, es hacer caso omiso de lo verdadero en sí y por sí. Si sólo existe el modo indeterminado del sentimiento, sin ningún saber de Dios, ni de su contenido, no queda nada más que mi capricho. Lo finito es entonces lo único que prevalecería y dominaría. Si nada sé de Dios, nada serio puede haber que limite y constriña la relación.

[4 Los sentimientos siempre son particulares. Aquello que es universal, y por lo tanto no sólo particular, sino valido universalmente, no puede ser captado sentimentalmente, ni mucho menos intuitivamente, porque la intuición siempre es intuición de algo inmediato, y lo universal nunca es inmediato.]

Lo verdadero en cambio, es algo que en sí es universal, esencial, sustancial; y lo que es así, sólo existe en y para el pensamiento [5]. Pero lo espiritual, lo que llamamos Dios, es precisamente la verdad verdaderamente sustancial y por el otro lado, en sí esencialmente individual y subjetiva. Es el ser pensante; y el ser pensante es en sí creador; tal como lo encontraremos en la historia universal [6]. Todo lo demás, que llamamos lo verdadero, es sólo una forma particular de esta eterna verdad, que tiene su base en ella, y que es un rayo de ella. Si no se sabe nada de ella, nada se sabe verdadero, recto, ni moral [7].

[5 Lo verdadero no puede existir en, ni para el sentimiento, porque si existe en el sentimiento existe bajo la forma de lo particular y ya no es lo universal. Y si existe contenido en el sentimiento a perdido su carácter de esencial y es arbitrario, es, sí, pero podría no ser, es hoy pero acaso no mañana; a perdido su cualidad de sustancial para ser un mero accidente. Pero la verdad no es cuestión de opinión, de “a mi me parece”, “a mi me gusta, y si me gusta la tomo”. No. La verdad -o cuando algo es universalmente válido-, no es cuestión de voluntad o no voluntad, de que gusta o no gusta, sino que se impone por su misma naturaleza, por su misma noción. Por supuesto, en la época en que vivimos de absoluto relativismo -donde todo es según el prisma, según como a ti te guste y todo es cuestión de opiniones- justamente donde se vive es en un mundo donde no existe verdad, donde todo es verdad porque todo es cuestión de consumo personal; el mundo absolutamente opuesto al que está sustentando Hegel. La verdad no es cuestión de opiniones. La verdad es cuestión de saber. Y entre opinar y saber hay una diferencia esencial. La opinión es subjetiva, y el saber es universal. Cuando se reduce todo saber a un mero opinar, se ha pasado de la filosofía o la dialéctica a la sofística, a la retórica, y entonces todo es cuestión de la manera de contarlo, todo es cuestión de publicidad, tal como ocurre con un partido político, el cual ya no es cuestión de verdad, es cuestión de como venda mejor. En nuestra época, ni la política, ni la publicidad (que es la manifestación más clara del mundo en que vivimos), ni internet, ni el mundo del espectáculo, ni los periódicos, tienen que ver con la verdad. Nos hemos acostumbrando a vivir en un mundo sin verdad. Por eso puede resultar tan sorprendente que un pensador diga que más allá de las opiniones subjetivas y de lo que vale para tal o para cual, está lo que por su propia naturaleza y no por capricho ni arbitrio subjetivo, vale y se impone con necesaria obligatoriedad para todos. Pero esto no se puede aprender sólo con el sentimiento, con la intuición, con el capricho, porque sigue siendo arbitrario. Si algo es así porque yo lo siento, no tiene más valor de obligación que mientras yo lo sienta así, y en cuanto deje de sentirlo ya no aparece como obligatorio. Así vivimos la mayoría de nosotros, en un compromiso que vale por tres días, porque pasado el sentimiento que originó el compromiso, el compromiso en sí ya no tiene ninguna validez. Y no digo compromiso con personas (también), hablo de compromiso con posiciones existenciales. Mientras dure el sentimiento hay compromiso, pero como el sentimiento es particular, variable y mudable, en cuanto se acabó el sentimiento se acabó el compromiso. Ese compromiso no se basaba en la verdad. Hay algo de incondicional en lo universal. Lo universal es sin condición alguna, lo particular es, siempre y cuando, y si se da ésto y también aquello, más lo otro.]

[6 La historia universal es la historia en que se manifiesta la acción de un sólo sujeto creador, que no es un sujeto particular, sino un universal individualizado -que Hegel lo llama el Espíritu o Mercurio- que a través de las obras de las gentes -que no le pertenece a las gentes- se realiza en la historia.]

[7 Verdadero, recto y moral se refiere a lo que rige las costumbres válidas para cada pueblo en un momento histórico dado. Estamos hablando de comienzos del siglo XIX y no del siglo XXI, dónde la realidad de la autonomía de los pueblos aún estaban por formarse. Es la época del nacionalismo -bien entendido- en que se estaban formando los estados nacionales con identidades propias. Era la época en que Europa todavía transitaba de un estadio medieval de reinos y alianzas a una situación de estados autónomos nacionales regidos por una constitución. Hoy hemos superado ese estado, hemos llegado a un nivel en donde la política claramente muestra que los estados nacionales no son más que un pretexto para un verdadero poder que ya no tiene nación, ni bandera, ni lenguaje; pero ésto es después de haber pasado por la constitución de estados nacionales, con autonomía, con democracia, con bandera, con unidad lingüística, etc. Y una vez que hemos pasado por eso, despertamos de la ilusión de lo que entonces fue verdad para empezar a descubrir que esa verdad ha quedado superada por una nueva verdad histórica, y es que los estados autónomos están a merced de una energía que no pertenece a ningún estado, ni respeta ninguna bandera, ni ningún idioma, porque es una fuerza universal. Pero en la época de Hegel, defender la importancia de cada estado autónomo como manifestación, en ese momento, de un espíritu, ya no subjetivo sino que se objetiva en formas de conductas que para el individuo particular aparecen como aquello a lo que se tiene que amoldar, pero que en realidad es la verdad del espíritu colectivo, era afirmar la última conquista del momento. Hoy han pasado 200 años, esa conquista ya es antigua. Hay que tener cuidado en leer a Hegel con ojos del siglo XXI sin hacer el esfuerzo de comprender que está hablando desde el siglo XIX. (Cuando un autor del siglo XV dice “movió su brazo plástico” sólo un ignorante del siglo XXI puede pensar que ese autor habla de un brazo de plástico, porque el plástico no se había inventado en el siglo XV.) Hay que tener ojo, porque uno capta aquello sin cuestionar la propia visión, aplicando automáticamente su cotidianidad a todos los tiempos y a todos los espacios, haciendo de todo la misma mediocridad, lo que vale hoy era igual en todos los tiempos, pasearse por los tiempos es pasearse por distintas galerías con la misma mentalidad: es turismo. Pues no. Cada tiempo no sólo era un espacio, era un entendimiento único. Si uno no cuestiona su propio entendimiento para adecuarse al de la época, reduce el espíritu de esa época a una banalidad cotidiana. Y esto es aplicable no sólo al estudio de la historia, es aplicable a cualquier intento de comprensión de cualquier cultura o de cualquier espacio que rompa con la monotonía de nuestro sentido común de esta cultura y de este espacio. Hay que intentar comprender a Hegel, y no tratar de aplicar inclementemente a Hegel las categorías del siglo XXI, lo cual es una locura. Hegel no conocía el fenómeno de la globalización, no conocía el fenómeno de internet, no conoció la independencia de los nuevos estados que han surgido en Sudamérica, Centroamérica y Norteamérica. Hegel consideraba todavía que Norteamérica era una parte de Europa, no conoció la potencia tecnológica. Hegel murió en 1831. Y 1830 no es una época de película, es una época de verdad. ¿En qué se diferenciaría 1830 de 1930? ¿En qué se diferenciaría 1930 del 2010?]

...

En la religión cristiana, Dios se ha revelado, esto es, ha dado a conocer a los hombres lo que Él es; de suerte que ya no es un arcano ni un secreto. Con esta posibilidad de conocer a Dios se nos ha impuesto el deber de conocerlo, y la evolución del espíritu pensante, que ha partido de esta base, de la revelación de la esencia divina, debe, por fin, llegar a un buen término, aprehendiendo con el pensamiento lo que se presentó primero al sentimiento y a la representación [8]. ¿Ha llegado el tiempo de conocerlo? Ello depende necesariamente de que el fin último del mundo haya aparecido en la realidad de un modo consciente y universalmente válido. Ahora bien, lo característico de la religión cristiana es que con ella ha llegado este tiempo. Éste constituye la época absoluta en la historia universal. Ha sido revelada la naturaleza de Dios. Si se dice: no sabemos nada de Dios, entonces la religión cristiana es algo superfluo, algo que ha llegado demasiado tarde y malamente. En la religión cristiana se sabe lo que es Dios. Sin duda, el contenido existe también para nuestro sentimiento; pero, como es un sentimiento espiritual, existe también por lo menos para la representación; y no meramente para la representación sensible, sino para la pensante, para el órgano peculiar en que Dios existe propiamente para el hombre. La religión cristiana es la que ha manifestado a los hombres la naturaleza y la esencia de Dios. Como cristianos sabemos lo que es Dios. Dios ya no es ahora un desconocido. Si afirmamos que Dios es desconocido, no somos ya cristianos. La religión cristiana exige de nosotros que practiquemos la humildad -de que ya hemos hablado- de conocer a Dios, no por nosotros mismos, sino por el saber y el conocimiento divino.

[8 Recuerden que a Hegel lo perseguían los ortodoxos cristianos. Hegel fue reprimido en su época, incluso por el emperador prusiano de su momento, porque ponía en cuestión diciendo que la verdad de la religión, contenida en la imaginación no es la verdad de la religión expresada racionalmente, y expresada racionalmente, lo que parecía ser una verdad que habla de personas y que habla de una situación histórica, resulta ser una verdad espiritual o de la razón que explica la historia donde no hay dioses personales. Así que bien entendido, Hegel era absolutamente corrosivo para la tradición conservadora de la religión. El contenido de la religión es captado distinto si está guardado en el sentimiento, en la intuición o finalmente elucidada por la razón dialéctica. Y el contenido de la religión -entendido como que a una señora virgen se le presentó un ángel que el anunció que iba a concebir y a dar a luz un hijo que se llamaría Jesús, etc.- satisface a una consciencia puramente imaginativa e infantil, y está bien a ese nivel, pero cuando se trata de penetrar ese contenido en su verdad universal, estas imágenes particulares desaparecen para dar ocasiones a enormes verdades de la razón dialéctica. Por lo tanto, la forma más pura de la verdad del cristianismo se encuentra expresada no en el mito, ni en la obra de arte, ni en la imaginería, sino en la filosofía pura. Pero decir esto en una época de conservadurismo religioso, donde la mera posibilidad de no ser creyente es ser expulsado y condenado de cualquier actividad oficial, es tener mucha valentía. Lo que está escribiendo Hegel es un ataque a los conservadores de entonces, y a los conservadores de ahora, y a lo que en ustedes sigue siendo, a pesar de ustedes, terriblemente conservador, porque ha tirado tirado la toalla por la idea de la verdad, la idea de la justicia y la idea de la libertad y se han transformado en objeto de consumo y de gusto personal (como la defensa del sentimiento, como las verdades del corazón, de que no hay verdad y que todo es cuestión de gustos y de puntos de vista, de que hay que ser políticamente correcto porque todo es verdad según como lo mires). Está bien recordar ésto. Por lo menos así, antes de dirigir el dedito para acusar allí a los males del mundo, uno puede encontrar que uno tiene algo que ver con lo que pasa en el mundo (no que uno sea responsable) sino que el fenómeno que apunta exteriormente, también ocurre en la propia consciencia que apunta ese fenómeno. Tal vez porque hay esa consciencia sólo se percibe ese fenómeno y no otros tantos que pesan inadvertidos, que sólo se percibirían para una consciencia distinta.]

Los cristianos están, pues, iniciados en los misterios de Dios, y de este modo nos ha sido dada también la clave de la historia universal. En el cristianismo hay un conocimiento determinado de la Providencia y de su plan. En el cristianismo es doctrina capital que la Providencia ha regido y rige el mundo; que cuanto sucede en el mundo está determinado por el gobierno divino y es conforme a éste. Esta doctrina va contra la idea del azar y contra la de los fines limitados: por ejemplo, el de la conservación del pueblo judío. Hay un fin último, universal, que existe en sí y por sí. La religión no rebasa esta representación general. La religión se atiene a esta generalidad. Pero esta fe universal, la creencia de que la historia universal es un producto de la razón eterna y de que la razón ha determinado las grandes revoluciones de la historia, es el punto de partida necesario de la filosofía en general y de la filosofía de la historia universal.

Se debe decir, por tanto, que ha llegado absolutamente el tiempo en que esta convicción o certidumbre no puede ya permanecer tan sólo en la modalidad de la representación [9], sino que debe ser además pensada, desarrollada, conocida y convertirse en un saber [y no en un creer] determinado [o definido]. La fe no es apta para desarrollar el contenido [10]. La intuición de la necesidad está dada sólo por el conocimiento [11]. El motivo por el cual este tiempo ha de llegar es que el espíritu nunca reposa [es continua inquietud, pura actividad, puro movimiento]; el ápice supremo del espíritu, el pensamiento, el concepto, demanda su derecho; su universalísima y esencial esencia es la naturaleza propia del espíritu [12].

[9 La representación sería lo que Giegerich llamaría el pensamiento pictórico, el pensamiento que piensa en imágenes.]

[10 La fe recibe y cree en un contenido, pero no lo puede desarrollar. La fe no es apta para desarrollar el contenido de la religión, es ideal para tener imágenes, pero para entender lo que hay en esas imágenes la fe no sirve, y el sentimiento menos. Sólo el pensamiento puede penetrar en la imagen y develar o conectar con la verdad que se expresa en el núcleo lógico de lo que exteriormente es tan sólo una imagen.]

[11 La capacidad de intuir que ese contenido no es contingente, sino que expresa una verdad, -y toda verdad entendida racionalmente no es causal, ni es porque sí, sino que tiene una inherente necesidad que hace que sea así porque así está contenida en su propia noción, que no es por casualidad, no es como un hongo que brota de la nada- sólo está dada por el conocimiento. Las cosas se entienden como hongos que brotan de la nada cuando uno se las imagina o se mantiene fuera de su lógica. Las cosas son puramente casuales e incoherentes porque causal e incoherente es la consciencia que las afronta, que las afronta y se encuentra en ella con su contingencia, con su banalidad, con su falta de compromiso. Pero cuando la razón en uno penetra en la razón de las cosas, la razón de las cosas no es un mero agregado casual y contingente, sino que muestra que es lo que es por la inherente necesidad de su noción. Pero sólo se manifiesta la noción y el concepto a la razón, que es el elemento en que el concepto llega a estar vivo y encarnado -y no al sentimiento, ni a la creencia, ni a la imaginación, ni a la representación exterior. Por lo tanto, cuando tú vez las cosas como una pila de contingencia, las ves así porque es un reflejo del desde dónde estás mirando, y es lógico que las veas así si mira aquel en ti (¿quién en ti está mirando?). Pero cuando en ti mira la cosa misma, la cosa misma afuera se revela tal como es. Pero que la cosa misma mire a través tuyo, implica haber abandonado toda subjetividad, todo deseo de ir para aquí o para allí, toda conveniencia, todo interés personal, y estar movido por el desapasionado y apasionante amor por la verdad de la cosa misma. Entonces la cosa misma se te muestra -no a ti, sino al universal en ti- tal como es. Y esto es difícil de captar evidentemente, porque no viene regalado, no es cuestión de entrar en trance, pues cuanto más trance más subjetividad, más borrachera, más pérdida de claridad, y por lo tanto, más viaje egoico y menos posibilidad de verdad.]

[12 Es el concepto el que exige captar el espíritu tal como el espíritu es, y el espíritu no es ni particular, ni reducido a formas, ni contingente, ni mera imaginación, ni mera representación, el espíritu es sujeto, y sólo puede ser captado como sujeto universal individual por el concepto.]

La distinción entre la fe y el saber se ha convertido en una antítesis corriente. Se considera como cosa decidida de que son distintos la fe y el saber y que, por lo tanto, no sabemos nada de Dios. Para asustar a los hombres, basta decirles que se quiere conocer a Dios y exponer este conocimiento. Pero esta distinción es, en su determinación esencial, vana; pues aquello que creo, lo sé, estoy cierto de ello. El hombre religioso cree en Dios y en las doctrinas que explican su naturaleza; pero sabe también esto, y está cierto de ello. Saber significa tener algo como objeto ante la consciencia y estar cierto de ello; y creer significa exactamente lo mismo. El conocer, en cambio, penetra además en los fundamentos, en la necesidad de ese contenido sabido, e incluso del contenido de la fe, prescindiendo de la autoridad de la Iglesia y del sentimiento, que es algo inmediato; y desarrolla, por otro lado, el contenido en sus determinaciones precisas. Estas determinaciones precisas primero han de ser pensadas, para poder ser conocidas exactamente y recibidas, en su unidad concreta, dentro del concepto. Por tanto, cuando se habla de la temeridad del conocimiento, puede replicarse que el conocimiento no puede anularse, porque éste sólo contempla la necesidad y ante él se verifica el desarrollo del contenido en sí mismo. También cabría decir que este conocimiento no puede considerarse como temerario, porque la única diferencia entre él y lo que llamamos fe consiste en el saber de lo particular. Pero esta explicación sería equivocara y falsa en sí misma. Pues la naturaleza de lo espiritual no consiste en ser algo abstracto, sino en ser algo viviente, un individuo universal, subjetivo, que se determina y encierra en sí mismo. Por la cual la naturaleza de Dios es verdaderamente conocida, cuando se conocen sus determinaciones. El cristianismo habla de Dios, lo conoce como espíritu, y éste no es lo abstracto, sino el proceso en sí mismo, que establece las diferencias absolutas que precisamente la religión cristiana ha dado a conocer a los hombres.